Melancolía del «ayer»... Sorpresa
Triste del corazón que fue cobarde...
Un adiós sin motivo, y que nos pesa
Cuando volver a la ilusión ya es tarde.
Y el alma dice, al recordar un día:
«La culpa no fue suya, sino mía».
Tal vez, a solas, en el mismo instante,
Ya sin que llanto a las pupilas fluya,
Dirá en las sombras otra voz distante:
«La culpa no fue mía, sino suya».
Y las dos voces, en callado giro,
Se unirán, en la noche, en un suspiro.
Y queda en un azul de lontananza,
Sola, una reja, que un rosal enflora,
Y lo que fue de dos una esperanza,
Ya, para siempre, en el dolor se llora.
Y un gemido, que en llanto se disuelve,
¿Diciendo va: «La juventud no vuelve».
Y enjugándonos lágrima furtiva,
O en las manos oculta la cabeza
Vemos que, como sombra pensativa,
Se sienta a nuestro lado la Tristeza.
Y el alma llora, ante esperanza trunca,
Lo que ya al corazón no vuelve nunca.
Entonces es el recordar... La ronda
De lo pasado: la primera riña,
Su dulce voz, su cabellera blonda,
Y su adorable ingenuidad de niña;
Y triste siente el corazón herido
El dolor que nos deja un bien perdido.
«¿Dónde estarás?», nos preguntamos.
«¿Dónde?»
«¿Pasas entre los hombres sonreída,
O callado pesar en ti se esconde
Si eres mitad acaso de otra vida?».
Lejana voz de lo que ya no existe:
¡Cómo nos llegas desolada y triste!
«¡Siempre!» decimos, y es la voz sincera;
Juramos: «¡Siempre!» y el jurar no es vano;
Y no es que el corazón cumplir no quiera
Es porque el corazón es barro humano.
El corazón ser fiel siempre ambiciona,
Mas sin quererlo, siempre nos traiciona.
¿Y para qué culparnos? ¿Y en la vida
Para qué disculpar promesa vana?
Se dice adiós, y el corazón olvida,
Pero también lo olvidarán mañana.
El amor al olvido se eslabona,
Y en amor, sólo es grande el que perdona.