¿Me amas? ¿Qué estás haciendo? Ni una palabra dices. Aproxímate a mí. Deja por un momento lo que te ocupa ahora. Ven a sentarte aquí. Tendré mucho cuidado. Trataré que tu falda no se vaya a arrugar. Quitemos los cojines, si acaso te incomodan, y vente aquí a sentar. Picaroncita. Dame las manos. Que tus ojos se fijen bien en mí. ¡Si a comprender llegaras cuánto es lo que te quiero!... Mírame más... Así... Debes ver en mis ojos que te entregué a ti sola entero el corazón. ¿No lo estás comprendiendo? Tan grande es esta noche, ¡tan grande es mi pasión! Pero no lo comprendes, no puedes comprenderlo... ¿Cómo que dices «sí»? ¡Qué corazón tan bueno! ¡Qué amable! Y qué ternura siento ahora por ti. Sólo es para que puedas ahora darte cuenta... Pero ¿oyéndome estás? Sólo es para que sepas... En fin... De que te quiero bien te convencerás. Vuelve hacia mí los ojos. Mírame enternecida porque llorando estoy. Nada como tus ojos y tu frente... ¡Qué dicha, pues de ellos dueño soy! Inclina la cabeza del lado de la lámpara... así te quiero ver. ¡Y déjame las manos, como si banda fueran, en tu frente poner! Gran ternura condensan tus ojos y tu frente en mi triste vivir. ¿Dices que es cierto... es cierto? Te adoro, y bien quisiera hoy hacerte sufrir.