Fue tu primer amigo literario (¿Amigo? No es palabra justa), el que primero Te procuró experiencia en esa inevitable Falacia de nuestro trato humano: Ver cómo las palabras, las acciones Ajenas, son crudamente no entendidas. Pues no quería o no podía entenderte, Tus motivos él los trastocaba A su manera: de claros En oscuros y de razonables En insensatos. No se lo perdonaste Porque es imperdonable la voluntaria tontería. El escribió de ti eso de «Licenciado Vidriera» y aun es de agradecer que superior inepcia no escribiese, Siéndole tan ajenas las razones Que te movían. ¿Y te extrañabas De su desdén a tu amistad inocua, Favoreciendo en cambio la de otros? Estos eran los suyos. Los suyos, sus amigos predestinados, Los que él entendía, los que a él le entendieron, Si es que en el limbo entendimiento existe. Por eso su intención, aunque excelente, al no entenderte, Hizo de ti un fantoche a su medida: Raro, turbio, inútilmente complicado.