Me enluto por ti, Mireya, y te rezo esta epopeya. Mis entrañables provincianas mías: no sospeché alabar vuestro suicidio en las facinerosas tropelías. Antes de sucumbir al bandolero se amortizaron las sonoras alas que aleteaban en el fiel alero. Cúspide del teatro pueblerino: en un martirologio de palomas tú las viste volar a su destino. El novio llorará a su mártir perla, y que luego lo mate la nostalgia de no haber acertado a defenderla. La amó porque tejía, y por su traza de ángel custodio, cual la amó el gatito juguetón con la bola de su hilaza. ¡Pobre novio aldeano! ¡Ya no teje su perla, ya no lee el Oficio Parvol ¡El cabriolé del novio va sin eje! Me enluto por ti, Mireya, y te rezo esta epopeya. Honorable pajar de la cosecha honorable: tu incendio es la basílica en que se ahoga la virgen deshecha. ¡Morir al fuego, si olían tan bien y tenían su alma como el plúmbago y un guardarropa como un almacén! Gemirán las cocinas en que antes las Mireyas criollas fueron una bandeja de pozuelos humeantes. Gime también esta epopeya, escrita a golpes de inocencia, cuando Herodes a un niño de mi pueblo decapita. Santas de los terruños, cuerpos caros y gratas almas: ved que me he hecho añicos y azul celeste, y luz para rezaros. Me enluto por ti, Mireya, y te rezo esta epopeya.