Dama de las eternas palideces, con tu mirar tranquilo me pareces, irradiando destellos de pureza el hada del país de la tristeza. Eres la imagen del dolor que implora, y por eso mi pecho que te adora, al mirar tu expresión contemplativa te juzga una madona pensativa. Tú despertaste mi pasión temprana, y de mi juventud en la mañana como un ensueño bondadoso fuiste regando flores en mi senda triste. Únjame la caricia de tu mano y tus ojos que buscan el arcano báñenme con tu luz, mientras me abismo en sueños de inefable misticismo. Pero ¡ay! que no podrá mi idolatría tener la suerte de llamarte mía, y seguiré tu amor a los reflejos de una esperanza que me mira lejos. Mas nunca te daré la despedida, que en el rudo combate de la vida me quedará, si tu cariño pierdo, la amorosa penumbra del recuerdo.