Tú, Fuensanta, me libras de los lazos del mal; queman mi boca exangüe de Isaías los carbones; por ti me dan los cielos profundas contriciones y el ensueño me otorga su gracia episcopal. Para comer las viandas del convite nupcial en que se han desposado nuestros dos corazones, tomo el báculo y ciño mis pies y mis riñones cual se hacía en las fiestas del Cordero Pascual. Las llaves con que he abierto tu corazón, mis llaves sagradas son las mismas de Pedro el Pescador; y mis alejandrinos, por tristes y por graves, son como los versículos proféticos de un canto, y hasta las doce horas de mis días de amor serán los doce frutos del Espíritu Santo.