Amiga que te vas: quizá no te vea más. Ante la luz de tu alma y de tu tez fui tan maravillosamente casto cual si me embalsamara la vejez. Y no tuve otro arte que el de quererte para aconsejarte. Si soltera agonizas, irán a visitarte mis cenizas. Porque ha de llegar un ventarrón color de tinta, abriendo tu balcón. Déjalo que trastorne tus papeles, tus novenas, tus ropas, y que apague la santidad de tus lámparas fieles... No vayas, encogido el corazón, a cerrar tus vidrieras a la tinta que riega el ventarrón. Es que voy en la racha a filtrarme en tu paz, buena muchacha.