¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos en que quiso la infancia regalarnos un cuento! Dormida por centurias en un bosque opulento, despertaste a la blanda caricia de mis manos. Y después, sin que fueran los barbudos enanos o las almas en pena a turbar el contento del señorial palacio, en dulce arrobamiento unimos nuestras vidas como buenos hermanos. Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente no eres tú; la ilusión de trinos musicales se fue para otros climas, y pacíficamente celebraré contigo mis regios esponsales, al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente, en la paz evangélica de los campos natales.