¡Oh bienaventuranza fértil de los que saben ir gimiendo y llorando desprecativamente, como en la Salve, que es un óleo y una fuente! Yo también supe antaño de la bondad del cielo que en mis acerbos pésames llovía, y compuse mi Salve, con la fe de un cruzado bajo los muros de Antioquía. Mas hoy es un vinagre mi alma, y mi ecuménico dolor un holocausto que en el desierto humea. Mi Cristo, ante la esponja de las hieles, jadea. con la árida agonía de un corazón exhausto. ¡Señor, Tú que colocas resina en la corteza impenitente y agua entrañable en las adustas rocas, hazme casto y humilde para poder llorar la bienaventuranza de aquel llanto deshecho que fertiliza lava el pecho, y verás cómo mi alma se atavía y trueca su congoja en alborozo para escalar los muros de Antioquía!