Muchachita que eras brevedad, redondez y color, como las esferas que en las rinconeras de una sala ortodoxa mitigan su esplendor... Muchachita hemisférica y algo triste que tus lágrimas púberes me diste, que en el mes del Rosario a mis ojos fingías amapola diciendo avemarías y que dejabas en mi idilio proletario y en mi corbata indigente, cual un aroma dúplice, tu ternura naciente y tu catolicismo milenario... En un día de báquicos desenfrenos, me dicen que preguntas por mí; te evoco tan pequeña, que puedes bañar tus plenos encantos dentro de un poco de licor, porque cabe tu estatua pía en la última copa de la cristalería; y revives redonda, castiza y breve como las esferas que en las rinconeras del siglo diecinueve, amortiguan su gala verde o azul o carmesí, y copian, en la curva que se parece a ti, el inventario de la muerta sala.