De la mañana el resplandor incierto, cuando el órgano eleva sus cantares, te he visto comulgar entre azahares de la iglesia en el ángulo desierto. Así también mi corazón ya muerto llega de tu piedad a los altares, implorando les des a mis pesares la comunión de tu cariño yerto. Pero tú te resistes, hostia ingrata, a venir al enfermo peregrino, y aunque tu eterna negación me mata aguardo humildemente, amada mía, de rodillas al borde del camino la luz de mi radiosa eucaristía.