Del fondo de mi alma oscura van hasta ti mis dolores como una sarta de flores en empobrecida blancura. Del ensueño a la luz pura, en capilla de colores, comulgué con tus amores en un cáliz de amargura. Al reír mis quince años de los pesares huraños, tu amor imposible vino a traerme la tristeza del monje que oculto reza en el claustro capuchino. La muerte ama con el vago amor y las ansias puras con que ama las alburas de las estrellas, el lago. Del invierno al frío halago, en las gavetas oscuras besan a las sepulturas las flores del jaramago. Y con afán imposible ama la yedra flexible, en el cálido misterio de las paredes ruinosas, las ramazones musgosas del vetusto monasterio. Así también, alma mía, en una muerte profunda, de mi pasión moribunda, la yerta melancolía. Te adoro en la sombría nostalgia meditabunda que en el recuerdo se inunda de tu pasada alegría. Se consume tu existencia como el dolor de una esencia; y en el litúrgico llanto, como responso de muerte, tan solo puedo quererte con amor de camposanto. Conservas, mustios despojos de la pretérita gracia, tus palideces de acacia y el carmín de tus sonrojos. Fui, al besar tus labios rojos, claveles de aristocracia, alumno de la desgracia en la escuela de tus ojos. En el dulce misticismo de un simbólico bautismo inundaron mi cabeza tus manos espirituales con los divinos raudales de tu inefable tristeza.