Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle desahuciada por todos, iré por los caminos por donde vais cantando los más sonoros trinos y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle. A la hora del Angelus, cuando vais por la calle, enredados al busto los chales blanquecinos, decora vuestros rostros -¡oh rostros peregrinos!- la luz de los mejores crepúsculos del valle. De pecho en los balcones de vetusta madera, platicáis en las tardes tibias de primavera que Rosa tiene novio, que Virginia se casa; y oyendo los poetas vuestros discursos sanos para siempre se curan de males ciudadanos, y en la aldea la vida buenamente se pasa.