Hoy que la indiferencia del siglo me desola sé que ayer tuve dones celestes de contino, y con los ejercicios de Ignacio de Loyola el corazón sangraba como al dardo divino. Feliz era mi alma sin que estuviese sola: había en torno de ella pan de hostias, el vino de consagrar, los actos con que Jesús se inmola y tesis de Boecius y de Tomás de Aquino. ¿Amor a las mujeres? Apenas rememoro que tuve no sé cuáles sensaciones arcanas en las misas solemnes, cuando brillaba oro de casullas y mitras, en aquellas mañanas en que vi muchas bellas colegialas: el coro que a la iglesia traían las monjas Teresianas.