Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo. A medida que vivo ignoro más las cosas; no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas, Sólo estuve sereno, como en un trampolín, para saltar las nuevas cinturas de las Martas y con dedos maniáticos de sastre, medir cuartas a un talle de caricias ideado por Merlín. Admiro el universo como un azul candado, gusto del cristianismo porque el Rabí es poeta, veo arriba el misterio de un único cometa y adoro en la Mujer el misterio encarnado. Quiero a mi siglo; gozo de haber nacido en él; los siglos son en mi alma rombos de una pelota para la dicha varia y el calosfrío cruel en que cesa la media y lo crudo se anota. He oído la rechifla de los demonios sobre mis bancarrotas chuscas de pecador ******, y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre. Mi carne es combustible y mi conciencia parda; efímeras y agudas refulgen mis pasiones cual vidrios de botella que erizaron la barda del gallinero, contra los gatos y ladrones. ¡Oh, Rabí, si te dignas, está bien que me orientes: he besado mil bocas, pero besé diez frentes! Mi voluntad es labio y mi beso es el rito... ¡Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces; como el can de San Roque, ha estado mi apetito con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces!