Soñé que comulgaba, que brumas espectrales envolvían mi pueblo, y que Nuestra Señora me miraba llorar y anegar su Santuario. Tanto lloré, que al fin mi llanto rodó afuera e hizo crecer las calles como en un temporal; y los niños echaban sus barcos papeleros, y mis paisanas, con la falda hasta el huesito, según se dice en la moda de la provincia, cruzaban por mi llanto con vuelos insensibles, y yo era ante la Virgen, cabizbaja y benévola, el lago de las lágrimas y el río de respeto... Casi no he despertado de aquella maravilla que enlazará mis Últimos óleos con mi Bautismo; un día quise ser feliz por el candor, otro día, buscando mariposas de sangre, mas revestido ya con la capa de polvo de la santa experiencia, sé que mi corazón, hinchado de celestes y rojas utopías, guarda aún su inocencia, su venero de luz: ¡el lago de lágrimas y el río del respeto!