En la quieta impostura virginal de la noche que cobija al amor con un tenue derroche de luceros, padrinos del erótico abrazo, el mundo de Rubén Darío se contrista por el cordial filósofo que sembró en el regazo de América esperanzas, por el espectro artista que hoy arroba al Zodíaco con su arenga optimista. Yo alabo al confesor de la Santa Esperanza y a la doncella verde en la misma alabanza. Esperanza, doncella verde, tu vestidura es el matiz de una corteza prematura. Esperanza, en el arco iris, tu cabellera ameniza los cielos como una enredadera. Esperanza, los astros en que titila el verde son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde. Los ojos vegetales con que miras y salvas parodian a la felpa rústica de las malvas. En la luz teologal de tus dos ojos claros se surten las luciérnagas, las joyas y los faros. Rayan la oscuridad del más oscuro mes las puntas de esmeralda de tus ínclitos pies. Y tapizas el antro submarino, y la armónica cuita de los cipreses, y la paleta agónica. ¡Oh doncella, que guardas los suspiros más graves del hombre, como guarda un llavero sus llaves: un relámpago anuncia que el instante se acerca en que tiñas de ti las aguas de mi alberca, y a tu paso, fosfórica e inviolable mujer, mi corazón se abre, pronto a reverdecer! Y bajo la impostura virginal de la noche que cobija al amor con un tenue derroche de luceros, un mito saludable me afianza y alabo al confesor de la santa Esperanza y a la doncella verde en la misma alabanza.