En las alas oscuras de la racha cortante me das, al mismo tiempo, una pena y un goce: algo como la helada virtud de un seno blando, algo en que se confunden el cordial refrigerio y el glacial desamparo de un lecho de doncella. He aquí que en la impensada tiniebla de la muda ciudad, eres un lampo ante las fauces lóbregas de mi apetito: he aquí que en la húmeda tiniebla de la lluvia, trasciendes a candor como un lino recién lavado, y hueles, como él, a cosa casa; he aquí que entre las sombras regando estás la esencia del pañolín de lágrimas de alguna buena novia. Me embozo en la tupida oscuridad, y pienso para ti estos renglones, cuya rima recóndita has de advertir en una pronta adivinación porque son como pétalos nocturnos, que te llevan un mensaje de un singular clarosfrío; y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando estas sílabas frágiles, en tropel, como ráfaga de misterio, al umbral de tu espíritu en vela. Toda tú te deshaces sobre mí como una escarcha, y el traslúcido meteoro prolóngase fuera del tiempo; y suenan tus palabras remotas dentro de mí, con esa intensidad quimérica de un reloj descompuesto que da horas y horas en una cámara destartalada...