Resígnanse los novios con subconsciente pánico, al soso parabién del concurso inórganico. Al fin, va la consorte al pecho del anciano, cuyo porte patriarcal solemniza las bodas de su vástago que lo trajeron de su hogar del Norte. Y la agobiada mano agricultora sumérgese en el raso de la espalda, como la Tradición en el dechado de la Aurora. Sobre la luz del raso se retarda y se engríe la mano, como una rancia pena en un tablero vívido que ríe. Mano agrietada, rígida y terrosa, que en el vaso metálico se posa, cual si fuera una nuez sobre la nitidez de prístina bandeja inoficiosa...