¿Imaginas acaso la amargura que hay en no convivir los episodios de tu vida pura? Me está vedado conseguir que el viento y la llovizna sean comedidos con tu pelo castaño.
Me está vedado oír en los latidos de tu paciente corazón (sagrario de dolor y clemencia), la fórmula escondida de mi propia existencia.
Me está vedado, cuando te fatigas y se fatiga hasta tu mismo traje, tomarte en brazos, como quien levanta a su propia ilusión incorruptible hecha fantasma que renuncia al viaje.
Despertarás una mañana gris y verás, en la luna de tu armario, desdibujarse un puño esquelético, y ante el funerario aviso, gritarás las cinco letras de mi nombre, con voz pávida y floja, ¡Y yo me hallaré ausente de tu final congoja!
¿Imaginas acaso mi amargura impotente? Me estás vedada tú... Soy un fracaso de confesor y médico que siente perder a la mejor de sus enfermas y a su más efusiva penitente.