Vive conmigo no sé qué mujer invisible y perfecta, que me encumbra en cada anochecer y amanecer. Sobre caricaturas y parodias, enlazado mi cuerpo con el suyo, suben al cielo como dos custodias... Dogma recíproco del corazón: ¡ser, por virtud ajena y virtud propia, a un tiempo la Ascención y la Asunción! Su corazón de niebla y teología, abrochado a mi rojo corazón, traslada, en una música estelar, el Sacramento de la Eucaristía. Vuela de incógnito el fantasma de yeso, y cuando salimos del fin de la atmósfera me da medio perfil para su diálogo y un cuarto de perfil para su beso... Dios, que me ve que sin mujer no atino en lo pequeño ni en lo grande, diome de ángel guardián un ángel femenino. ¡Gracias, Señor, por el inmenso don que transfigura en vuelo la caída, juntando, en la miseria de la vida, a un tiempo la Ascensión y la Asunción!