Mi madrina invitaba a mi prima Águeda a que pasara el día con nosotros, y mi prima llegaba con un contradictorio prestigio de almidón y de temible luto ceremonioso. Águeda aparecía, resonante de almidón, y sus ojos verdes y sus mejillas rubicundas me protegían contra el pavoroso luto... Yo era rapaz y conocía la o por lo redondo, y Águeda que tejía mansa y perseverante en el sonoro corredor, me causaba calosfríos ignotos... (Creo que hasta le debo la costumbre heroicamente insana de hablar solo). A la hora de comer, en la penumbra quieta del refectorio, me iba embelesando un quebradizo sonar intermitente de vajilla y el timbre caricioso de la voz de mi prima. Águeda era (luto, pupilas verdes y mejillas rubicundas) un cesto policromo de manzanas y uvas en el ébano de un armario añoso.