¡Qué adorable manía de decir en mi pobreza y en mi desamparo: soy mas rico, muy más, que un gran visir: el corazón que amé se ha vuelto faro! Cuando se cansa de probar amor mi carne, en torno de la carne viva, y cuando me aniquilo de estupor al ver el surco que dejó en la arena mi ****, en su perenne rogativa: de pronto convertirse al mundo veo en un enamorado mausoleo... Y mi alma en pena bebe un ***** vino, y un sonoro esqueleto peregrino anda cual un laúd por el camino... Por darme el santo y seña, la viajera se ata debajo de la calavera las bridas del sombrero de pastora. En su cráneo vacío y aromático trae la esencia de un eterno viático. ¡Y al fin, del fondo de su pecho claro, claro de Purgatorio y de Sión, en el sitio en que hubo el corazón me da a beber el resplandor de un faro!