Sus ventanas floridas, que miran al oriente, llevan buena amistad con las auroras que, como primicias fúlgidas, esmaltan al campo de victorias de su frente. Aquella madrugada apareció el Amor tras de su reja y la dejó lavada con el cristal cerúleo de su pozo... ¡Y todavía, adentro de mi alma, hay un gozo fluido, de mujer madrugadora que riega su ventana y la decora! Ventanas que rondé en la alborada de mis mocedades; rejas con caracoles en que Ella gusta de escuchar el sordo fragor de las marinas tempestades; rejas depositarias de aquellos soliloquios de noctívago y de mi donjuanismo adolescente; que yo os mire de nuevo ¡oh ventanas abiertas al oriente!