Tenías un rebozo en que lo blanco iba sobre lo gris con gentileza para hacer a los ojos que te amaban un festejo de nieve en la maleza. Del rebozo en la seda me anegaba con fe, como en un golfo intenso y puro, a oler abiertas rosas del presente y herméticos botones del futuro. (En abono de mi sinceridad séame permitido un alegato: entonces era yo seminarista sin Baudelaire, sin rima y sin olfato). ¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo de maleza y de nieve, en cuya seda me adormí, aspirando la quintaesencia de tu espalda leve?