Transmútase mi alma en tu presencia como un florecimiento, que se vuelve cosecha. Los amados espectros de mi rito para siempre me dejan; mi alma se desazona como pobre chicuela a quien prohíben en el mes de mayo que vaya a ofrecer flores en la iglesia. Mas contemplo en tu rostro la redecilla de medrosas venas, como una azul sospecha de pasión, y camino en tu presencia como en campo de trigo en que latiese una misantropía de violetas. Mis lirios van muriendo, y me dan pena; pero tu mano pródiga acumula sobre mí sus bondades veraniegas, y te respiro como a un ambiente frutal; como en la fiesta del Corpus respiraba hasta embriagarme la fruta del mercado de mi tierra. Yo desdoblé mi facultad de amor en liviana aspereza y suave suspirar de monaguillo; pero tú me revelas el apetito indivisible, y cruzas con tu antorcha inefable incendiando mi pingüe sementera.