Ceja de la luna nueva sobre la comba del monte. Por aquel camino bajan lucesitas color cobre.
Se corren hacia la mar, cinco son, finas estrellas. La sombra come las manos, el viento pica las huellas.
Pasa un olor de jacintos nacido en no sé qué trenzas. La media noche se acerca, la luna colgada al pecho aguijones del insomnio, blanda madeja del sueño.
-¿Dónde están las cinco estrellas las que orillaban la mar? -En la niebla parpadea una leve claridad.
¡Ay, que el aceite se acaba y espera Nuestro Señor, y cada vez los caminos más como de tinta son!
¡Ay, que las vírgenes corran que crezca y crezca la luna que en las lámparas expriman los olivos su aceituna!
¡Ay, que el Señor se entristece; cinco sonrisas le faltan, cinco varas de azucena cinco túnicas de plata, cinco besos, los más frescos sobre el ardor de sus plantas!