Es un coco. Tiene cáscara oscura y el exterior es áspero. Mas, cuando la corteza se ha roto, la carne, casta y firme, parece raso.
Cruzó el mar para mí. Un jadeante navío me lo trajo del brujo Brasil deslumbrador.
Cuando hundo los dientes en su pulpa compacta, me parece que bebo agua del Amazonas y muerdo sol.
Todo el trópico de oro, de escarlata, de añil, le dio zumos vitales al materno palmar.
Él ha visto la luna más grande de la tierra y conoce la luz total.
Conoce las tremendas brasas del mediodía, los crepúsculos lentos, las vivas madrugadas, y el olor de las selvas que cabalga en el viento para encender los sueños y las ansias.
Este día lluvioso, por él, para mí tiene un íntimo resplandor solar mordiendo su carne blanca y prieta estoy en Pernambuco, en Río o en Pará.
Y esta juventud mía, quieta y reconcentrada, por él se va, loca, a viajar.
El ensueño la lleva de la mano más allá del «río como mar».