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Frío está el joven de feliz estampa,
muerta su sangre, espuma de alelíes,
los huesos fatigados de su grampa,
los dientes, sin granada de rubíes.

Como era cazador, su jerifalte
la caperuza sobre el ojo de oro
en el yacente hombro da su esmalte.
Y une sus gritos al luctuoso coro.

Ya no más la casona y serranía,
enamorada, amigos, buena mesa.
Convecino del cielo y de su día,

tal vez no mire más hacia la tierra,
embebido en la perla en que se encierra,
soberana de luz, Santa María.
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