La noche tiene una Torva y caliginosa dulcedumbre. Sobre el cielo de estaño dá la luna La impresión de un lunar lleno de herrumbre.
La brisa, como un gato, entre el ramaje De los árboles negros, juega y salta. Sobre el lomo del campo es un tatuaje La alberca que de líquenes se esmalta.
Y es cada cosa un avisor oído Que se alarga atisbando la tormenta. Flota un olor de surco removido Y de tierra sedienta.
¡Ah, qué larga pereza nos enerva Y con sus grillos nuestros piés sujeta! ¡ Qué ganas de dormir sobre esta hierba Esponjada y discreta!
Y así hasta que la lluvia nos despierte Con sus cien dedos de frescor salobre, Y el viento a nuestro lado agite fuerte, Sus campanillas de cristal y cobre.
¡Qué alocado retorno hacia la aldea, Ceñidos por los hilos de la lluvia, Mientras el vendaval peina y orea Mi testa negra y tu cabeza rubia!