Yo siento por la luz un amor de salvaje. Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge; ¿No será, cada lumbre, un cáliz que recoge El calor de las almas que pasan en su viaje?
Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas, Lo mismo que las almas taciturnas y buenas. Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas. Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.
Yo respeto y adoro la luz como si fuera Una cosa que vive, que siente, que medita, Un ser que nos contempla transformado en hoguera.
Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado Una pequeña llama de dulzura infinita Para tus largas noches de amante desolado.