Yo digo ¡pinos! y siento que se me aclara el alma. Yo digo ¡pinos! yen mis oídos rumorea la selva. Yo digo ¡pinos! y por mis labios pasa la frescura de las fuentes salvajes.
¡Pino, pinos, pinos! Y con los ojos cerrados, veo la hilacha verde de los ramajes profundos, que recortan el sol en obleas desiguales y lo arrojan, como puñados de lentejuelas, a los caminos que bordean.
Yo digo ¡pinos! y me veo morena, quinceabrileña, bajo uno que era amplio como una casa, donde una tarde alguien puso en mi boca, como un fruto extraordinario, el primer beso amoroso.
¡Y todo mi cuerpo anémico tiembla recordando su antiguo perfume a yerbabuena!
Y me duermo con los ojos llenos de lágrimas, así como los pinos se duermen con las ramas llenas de rocío.