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Me da tu rostro pálido, la espuma.
Me trae el día el ritmo de tu sueño.
En todo fleco de tiniebla o bruma
se me arrebuja mi dolido ensueño.

Triste, mi queja, flor de zarza, eleva
la pesadumbre de ser casi espina.
El aire, un grito redondeado lleva
más allá de mi casa en la colina.

Donde estás tú, el dueño, va ese grito,
brizna del eco, entre el infinito
mundo del viento y de la luz cernida.

Llega hasta ti, donde no va la ausente,
la que siempre se queda oscuramente,
olvidada entre un pliegue de la vida.
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