Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas, con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia oblicua, refrescante y menuda, del agua.
¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia, vamos a ser felices con el gozo sencillo de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.
Más allá están los campos y el camino de acacias y la quinta suntuosa de aquel pobre señor millonario y obeso, que con todos sus oros,
no podría comprarnos ni un gramo del tesoro inefable y supremo que nos ha dado Dios: ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.