¡Oh! No es, no, mi carne, la que sufre el martirio. Es mi alma, mi alma tan blanca como un lirio A veces, y otras veces, como una brasa, roja, La que sufre la angustia y toda se deshoja.
En lágrimas salobres con un gusto de hiel. En lágrimas amargas que dejan en la piel De mi rostro moreno, cual maléfico riesgo, Un rastro calcinante como un surco de fuego.
Es mi alma, ¡mi alma!, que sufre la tortura Y se exalta en extraña ansiedad de ternura Lo mismo que su hermana Teresa de Jesús.
Es mi alma, ¡mi alma!, que desea una cruz De amor grande y doliente, de pasión y martirio. ¡Mi alma roja y blanca, de rosal y de lirio!