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Porque me diste la palabra y pudo
ser ella en mí, oficio de invierno
en la menuda gema de mi verso
que adivino luego en reluciente escudo,

me siento tu deudora y a ti acudo
en noche y día de esplendor diverso,
hora feliz, oscuro lustro adverso,
fiel azucena o álamo desnudo.

Así me inclino como Job, paciente,
en la sumisa espera penitente
ante tu sombra que aniquila el rayo.

Fui tu diamante de inocente fuego,
y ya alma oscura, a tu piedad me entrego
en esta aurora pálida de mayo.
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