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Yo no puedo tener un verso dulce 
que anestesie el llanto de los niños
y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.
Además... esa tempestad ¿quién la detiene?

¡Eh, tú varón confiado que dormitas!
            Levántate, recoge tus zapatos y prosigue...
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.

Hacia las cumbres trepan los dioses
            extenuados buscando un resplandor.

Y aquí voy yo con ellos,
entre el sudor y el polvo de sus inmensos pies descalzos,
      aquí voy yo con ellos, atropellado y sacudido
      pero agarrándome a sus plantas como las
      pinzas de un insecto, clavándome en su carne,
hundíendome en su sangre
como un pulgón,
como una nigua... maldiciendo, blasfemando...
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie:
ni a los niños
ni a los hombres
ni a los dioses.
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