Mi invitada abre la puerta cuando casi desespero la contemplo en medio de mi cuarto como dueña más bien que como sierva. Ella el arco me presta y yo lanzo la flecha.
Y si acierto en el blanco en el cielo se abre un orificio más pequeño que el ojo de una aguja la aguja más pequeña y caen palabras del cielo que en mis manos se congregan.
¿En que reino se hallan sus raíces? empapadas del rocío que alimenta a las flores de la tierra ¿qué mandato obedecen? ¿y que afán las inquieta qué espantosa simpatía o qué rechazo?
¿Acaso el de horadar las superficies y humillar a las pobres apariencias? ¿de un palacio hacer un conventillo de un patán un caballero? ¿insinuar un portento en cada esquina? ¿embriagarme en una gota de realidad?