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Mel Zalewsky Jun 3
Se moldeó a sí mismo,  
convirtiéndose en cuna  
para pétalos quemados,  
para flores que el fuego  
no pudo reducir a ceniza.  

No pregunta el precio de las rosas,  
ni exige colores brillantes.  
Abre sus brazos de cristal  
hasta a la planta más verde,  
a la que aún no aprende  
a florecer.  

Los espinos —afilados como mentiras—  
no logran rayar su superficie.  
Los envuelve en algodón,  
como si el amor  
pudiera domesticar  
hasta el filo de la herida.  

Su agua es rocío:  
lágrimas evaporadas  
de aquellas que nunca conocieron  
la lluvia.  

Y las rosas marchitas,  
ahora café como tierra vieja,  
gritan hacia sus letras grabadas,  
pidiendo que las palabras  
les devuelvan el rojo  
que perdieron.  

El girasol susurra  
las lecciones del otoño:  
"Incluso el sol se cansa  
de ser luz."

Pero el florero recuerda.  
Guarda el perfume  
de los besos que fueron savia,  
el eco de los tallos  
que alguna vez crecieron  
hacia algo más alto  
que el suelo.  

Él es el jardín  
de los corazones marchitos,  
el banco de madera noble  
para las flores  
que ya no levantan la cabeza.  

Y en sus versos tallados,  
la luz persiste —  
fotosíntesis de poesía—,  
alimentando lo que el mundo  
olvidó regar.

Ésto es para ustedes, para los de alma diferente.

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky Jun 1
Tú, bella estrella,  
que iluminaste planetas  
hasta derretir sus polos,  
que quemaste con tu brillo  
a los que osaron orbitarte.  

Algo tan grande  
debía morir.  
Y cuando tu combustión se apagó,  
no fuiste vil:  
te expandiste  
como un último abrazo,  
tragándote los mundos  
que un día calentaste.  

Yo te juzgué.  
Te nombré "devoradora",  
"hueco sin alma".  
Hasta que entendí:  

No destruyes.  
Preservas.  
En tu oscuridad,  
guardas  
la luz que ya no puede escapar,  
los nombres de los soles  
que fuiste,  
los ecos de los planetas  
que amaste demasiado.  

Eres el archivo del universo:  
un agujero *****  
que recuerda todo,  
incluso cómo era  
arder.

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 28
Madera cortada desde raíces,  
tallada, pero, no con cinceles,  
sino con promesas rotas.  

Barniz de "siempre" en la superficie,  
pero dentro:  
vacíos y aserrín de memorias.  

Obligada a bailar,  
a levantar brazos que no son suyos,  
a repetir palabras prestadas.  
El ventrílocuo era tu voz,  
y yo, eco de tus mentiras.  

¿Fuiste tú o el destino?  
Me ataste con hilos de culpa,  
me moviste hasta que mis articulaciones  
olvidaron su propio nombre.  

Ahora yazgo entre telones rotos,  
buscando entre el aserrín  
las migajas de lo prometido.  
Pero el teatro está cerrado,  
y un letrero dice:  
"Jamás habrán rotos para descocidos."

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 27
Guardaste mis secretos:  
los poemas que arranqué del pecho  
y lancé hacia tu oscuridad.  

Esos versos torpes,  
hojas arrugadas por el llanto,  
pedazos de alma  
que terminaron en tu vientre de metal.  

Nadie supo que fuiste  
el horno donde quemé  
cartas de "siempre"
y sobres de "nunca más".  
Tus esquinas aún huelen  
a tinta derretida.  

Sepultaste las cenizas  
sin preguntar nombres.  
Ahora esos papeles  
—los que sobrevivieron al fuego—  
alumbran otras noches ajenas.  

¿Quién notaría que eres  
solo una papelera?  
Que en tu silencio  
hay más verdades  
que en todos los poemas
que aún no he publicado.  

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 27
Crecí entre rocas frías,  
sediento de tu agua.  
Tus nubes pasaron de largo,  
y el polvo se volvió mi banquete.  

La luz del sol —antes verdugo—  
ahora es mi cómplice.  
Bebo de sobras de rocío,  
de tus palabras evaporadas  
antes del amanecer.  

Me vestí de espinas,  
no por rencor,  
sino porque hasta el desierto  
merece guardianes.  

Y aun así,  
doy flores.  
Pequeñas,  
rojas como heridas recientes.  

No moriré  
para renacer en tu selva.  
Soy cactus:  
mi belleza  
es un acto de guerra  
contra la sequía.

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 27
Mis hojas ya no son verdes.  
Las mariposas que dormían en mi sombra  
se fueron sin dejar rastro.  

Yo las vi partir.  
No corrí tras ellas.  

Entendí que el otoño  
ese ladrón silencioso
había marcado tu fin.  
Tus venas estaban negras de plaga,  
y yo,  
en lugar de regarte,  
dejé que la savia se volviera lágrima.  
Que el viento te arrancara  
hoja por hoja  
hasta dejarme desnudo.  

Ahora el invierno viene.  
Lo sé.  
Pero prefiero este frío limpio  
a tu follaje podrido.  

Tú fuiste todo:  
agua, sol, luna.  
Ahora solo eres  
el crujir de hojas muertas  
bajo mis pies.

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 27
Antes,  
sus gritos eran hachazos.  
Sus pasos,  
tala indiscriminada.  

Ahora,  
arrodillado ante los tocones,  
les ofrece abono  
como disculpa.  

Su hacha está rota  
—igual que su orgullo—.  
En su lugar,  
usa tijeras de tinta:  
podará con versos  
las ramas enfermas,  
injertará sueños  
donde solo quedó corteza muerta.  

Se ha vuelto jardinero.  
Hasta de sí mismo:  
cortó sus hojas venenosas,  
desenredó la hiedra  
que estrangulaba sus rosas.  

Y aunque sabe  
que los árboles caídos  
no se levantan,  
riega la tierra  
por si las raíces  
aún recuerdan  
cómo ser semilla.  

Mel Zalewsky.
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