El mundo ya no es como antes.
Ya no se reúne la familia a hablar, formando aquella selva de sonidos que alguna vez dio vida al hogar.
Los niños no juegan más; sollozan los juguetes olvidados en un rincón, como testigos de una infancia perdida.
La soledad abraza a los jóvenes, arrastrándolos en silencio hacia una perdición disfrazada de libertad.
A Dios lo relegaron a mito, una leyenda que apenas se recuerda los domingos entre bostezos.
Ya no me alegran los atardeceres. La lluvia, que antes calmaba, ahora solo estorba.
Y aunque el sol aún salga, aunque la vida siga, lo sé con certeza: el mundo ya no es el mismo.