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Ya todos la olvidaron. Ahora sí que se ha ido,
pero, sobre las rosas de la tumba reciente,
florecía el recuerdo más allá del olvido…
Yo era el hosco, el ausente.

Qué le importa a la noche que se apague una estrella,
si el mar sigue cantando cuando pierde una ola.
Ya están secos los ojos que lloraron por ella.
Ya se ha quedado sola.

Ahora ya sigue, sola, su viaje hacia el espanto,
por las noches profundas, bajo el cielo inclemente.
Ya nadie me reprocha que no lloré aquel llanto,
que fui el hosco, el ausente…

Ya nadie le disputa su silencio y su sombra,
sobre todo su sombra, bajo la luz del día.
Ya todos la olvidaron, Señor. Nadie la nombra.
Yo la recuerdo todavía…
Kiara del Valle Aug 2014
Viendo fotografías tuyas, descubrí senderos que se me olvidaron existían

Observando tus fotografías, descubrí que siempre fuiste a un paso acelerado

y en mi encierro,

perdí tu silueta, perdí los sentidos… perdí el paso

Unidas bajo el sello de un primer amor nos hicimos de ideas que iban más allá de nuestras manos

Y por un momento estuvimos en el mismo plano.

Viendo tus fotografías, vi paisajes que solo puedo ver en momentos encerrados

Observando bien las fotografías, pude notar como el tiempo te ha tratado

Tus fotografías me hablan

y yo les hablo a ellas,

les digo todo lo que en mi boca se deshace cuando mis sentidos te sienten cerca

Lo suficientemente cerca…

Observando fotografías tuyas, quise imaginarme en cada una de ellas,

pero vas demasiado rápido,

yo sigo haciendo de los errores el especial del día,

y sigo perdiendo el paso

No te puedo detener,

No tengo control

y de toda esta aventura, eso de ti me fascina

No quiero detenerte,

Quiero por un momento eterno alcanzarte

y en la misma página del libro de la vida encontrarte

Después de todo, ¿quien puede detener el mar?
Volvía yo con las nubes que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda) entre los troncos constantes.

La soledad era eterna, el silencio era eternante.
Me detuve como un árbol, y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía de tan secreto paraje;
sólo yo podía estar entre las rosas finales.

Yo no quería volver en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la linde, con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía, vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo, y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí. ¿Y cómo
desengañarles?

¿Cómo decirles que no, que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí? No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde, oí hablarme a los árboles.
Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplendor sereno
ya son nada, se olvidaron.
Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquéllos , los del principio,
de este final asombrados.
¡Tan claros que se veían,
y aún se podía aclararlos!
Están mejor; una luz
que el sol no sabe, unos rayos
los iluminan, sin noche,
para siempre revelados.
Las claridades de ahora
lucen más que las de mayo.
Si allí estaban, ahora aquí;
a más transparencia alzados.
¡Qué naturales parecen,
qué sencillo el gran milagro!
En esta luz del poema,
todo,
desde el más nocturno beso
al cenital esplendor,
todo está mucho más claro.
Joseph B Oct 2017
Serena era la sinfonía que producía su boca
En mi alma generaba una armonía como ningún otra,
Pero desde que sus labios me olvidaron
En ninguna otra boca he hallado, esas sus notas

Y por mas melodías que escuche en otros labios
No se comparan con la armonía que me producía su boca,
Jamás pensé que algún día se silenciarían los cantos
Que me daban alegría y me detenían las horas

Ahora solo me queda el recuerdo de sus dulces notas
Una leve musicalidad que se repite en mi mente
Por las noches cuando duermo creo escuchar su boca
Y me despierto en un lamento y es mi alma quien se duele.
En la sombra de un sueño donde se estanca un agua turbia
-ceniza de una noche con ríos de silencio-,
el perfil de tu voz suelta sus golondrinas
sobre el error alegre de tu ****.

El agua de ese río seguirá corriendo mañana,
pero ya tu perfume no crecerá en el viento,
porque en tu corazón nacen espigas tristes
cuando tus manos buscan vanamente tus senos.

Pero tus ojos ávidos se alzan sobre el insomnio
y tu mirada enciende las lámparas del tiempo.
-Árboles taciturnos que se deshojan en tus manos
y raíces oscuras en la sed de tu sueño.

Porque te sientes libre y sin embargo
con la sien palpitante de esclavitudes y misterios;
y una resaca de hojas secas enmudece tu júbilo,
y un vértigo de alas surge del fondo de tu miedo.

Y entonces amanecen campanas y nenúfares
y un rumor de agua clara bifurca los senderos,
pues tú, que resucitas con los ojos tranquilos,
sabes que hay una muerte que deja vivo el cuerpo.

Tú sabes que hay florestas de horror en la alta noche
-minutos indecibles de laberintos negros-,
y que hay profundidades de algas y de madréporas
donde las almas se sumergen con los brazos abiertos.

Tú, náufrago en lo alto de tu mástil,
sabes que hay islas verdes en los mares siniestros,
y latitudes cárdenas donde no llegan las gaviotas
y anclas que se olvidaron en la sangre y el beso.

Tú, cazador inmóvil hasta en la ***** de tus flechas,
viste pasar las corzas entre los bosques ebrios,
y en la humedad del alba amotinada en pájaros
tu carcaj quedó intacto y tu ardor satisfecho.

Tú, que has visto morir la vida en los relojes,
cruzas serenamente los puentes del recuerdo
con las manos tendidas a un espejismo fugitivo
y los hombros doblados bajo el peso de un sueño.

Tú sabes que hay cisternas de estupor y de fiebre
y rostros que se asoman al final de tu espejo,
y que hay hoscos picachos y lejanías de mezquitas
en un sabor antiguo perpetuamente nuevo.

Tú conoces, Hyacinthus, el epitafio de la rosa
y has bogado en el agua que corroe los remos,
y exprimiste en tu copa mandrágoras nefastas
para mirar la vida con los ojos de un ciego.

Tú aprendiste a estar solo contemplando los astros,
pero tu instinto, dúplice y frenético,
pone abejas de plata en tus sandalias de oro
y sortijas fenicias en tus dedos;

y entonces, tú, Hyacinthus, que te creíste invulnerable,
te enguirnaldas la frente con los pámpanos frescos,
pues fatalmente el dardo inmemorial
encuentra dos caminos para herirte en el pecho.

Y eres feliz así, moribundo de estrellas,
agitando en tu antorcha telarañas de hielo,
con tu sonrisa ambigua de mujer inconclusa
y tu rencor de hombre incompleto.

Y buscas en tus páramos horizontes de niebla
con un grito de sal desangrándose en ecos…
-Salobre marejada de moluscos y peces
y tentáculos sordos que trepan a tu lecho.

Y eres feliz, Hyacinthus, en soledad y sombra,
con tus talones ágiles y tus cabellos crespos;
con tu mirada egipcia nublada de pirámides
donde alza sus crepúsculos la maldición de los desiertos.
Y eres feliz así, vagabundo del éxtasis,
y despliegas velámenes al soplo del deseo
viendo pasar las nubes para quedarte triste
bajo la indisociable dualidad de tu ****.

Y vas por el camino que no conduce a parte alguna
con el nardo sonámbulo que guarda tu secreto,
con las manos sin sombra, resplandecientes de rocío,
y con el torpe orgullo de haber matado un sueño.
Más allá de los símbolos,
más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
más allá de la aberración del gramático
que ve en la historia del hidalgo
que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,
no una amistad y una alegría
sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
estás, España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría
por el hierro o el rifle,
en las praderas del ocaso, en Montana,
España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,
España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos,
de estirpe escandinava,
que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,
pastor de pueblos,
España del Islam, de la cábala
y de la Noche Oscura del Alma,
España de los inquisidores,
que padecieron el destino de ser verdugos
y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura
que descifró los mares y redujo crueles imperios
y que prosigue aquí, en Buenos Aires,
en este atardecer del mes de julio de 1964,
España de la otra guitarra, la desgarrada,
no la humilde, la nuestra,
España de los patios,
España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje,
podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal.
Esta noche estoy solo, es primavera, y llueve,
y barajo el recuerdo como un viejo tahúr...
Loco rey de una noche predominante y breve,
sólo he sido la sombra de una nube en la nieve
o el temblor de una espiga bajo el viento del sur.

Amar era mi anhelo, pero amé demasiado,
sin que me engrandeciera jamás un gran amor...
Y ahora están resurgiendo las mujeres que he amado,
melancólicamente, del fondo del pasado,
y yo cierro los ojos, para verlas mejor.

Ellas supieron darme la eternidad de un día,
la gloria de una noche llena de amanecer;
y eran ofrendas vanas que yo no agradecía,
evaporados vinos de una copa vacía
que iba de mano en mano, de mujer en mujer.

Todas fueron princesas en la magia de un cuento;
todas fueron mendigas de un agrio despertar...
Y ahora ya nadie escucha mi acento descontento,
porque soy como un buque batido por el viento,
que se quedó sin velas en la orilla del mar.


Queriendo amar a tantas, quizás no amé a ninguna,
o amaba solamente mi propia juventud;
pues eran, al reclamo de una buena fortuna,
propicio todo instante; toda cita, oportuna;
toda puerta, accesible; frágil toda virtud...

Mi corazón cantaba sobre la primavera,
cuando hasta en las espinas quiere abrirse la flor...
Después se fue apagando mi bujía de cera,
pero tan lentamente como si no supiera
si empezaba una sombra o acababa un fulgor.

Ellas, las que me amaron, supieron de mi olvido;
y ellas, las olvidadas, me olvidaron también.
Y hoy, a veces, me miran como a un desconocido,
como si me miraran buscando un parecido
que les recuerda a alguien, sin recordar a quién.

Usurpador furtivo de caricias ajenas,
ejercité mis besos para la ingratitud.
Y hoy, mercader de espumas, agricultor de arenas,
prófugo delirante que añora sus cadenas,
soy un hombre sin sueños entre la multitud.

Pero sí por las gracias de un Dios caritativo
renaciera de pronto la juventud en mí,
yo, esclavo de mi sombra, libertador cautivo,
olvidaría entonces la vida que ahora vivo,
para vivir de nuevo la vida que viví...
Ayer tarde
volvía yo con, las nubes
que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía
de tan secreto paraje
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la orilla
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía
vi a los árboles mirarme,
se daban cuenta de todo,
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.
Fueron creadas por mí estas palabras
con sangre mía, con dolores míos
fueron creadas!
Yo lo comprendo, amigos, yo lo comprendo todo.
Se mezclaron voces ajenas a las mías,
yo lo comprendo, amigos!

Como si yo quisiera volar y a mí llegaran
en ayuda las alas de las aves,
todas las alas,
así vinieron estas palabras extranjeras
a desatar la oscura ebriedad de mi alma.

Es el alba, y parece
que no se me apretaran las angustias
en tan terribles nudos en torno a la garganta.
Y sin embargo,
fueron creadas
con sangre mía, con dolores míos,
fueron creadas por mí estas palabras!

Palabras para la alegría
cuando era mi corazón
una corola de llamas,
palabras del dolor que clava,
de los instintos que remuerden,
de los impulsos que amenazan,
de los infinitos deseos,
de las inquietudes amargas,
palabras del amor, que en mi vida florecen
como una tierra roja llena de umbelas blancas.

No cabían en mí. Nunca cupieron.
De niño mi dolor fue grito
y mi alegría fue silencio.

Después los ojos
olvidaron las lágrimas
barridas por el viento del corazón de todos.

Ahora, decidme, amigos,
dónde esconder aquella aguda
furia de los sollozos.

Decidme, amigos, dónde
esconder el silencio, para que nunca nadie
lo sintiera con los oídos o con los ojos.

Vinieron las palabras, y mi corazón,
incontenible como un amanecer,
se rompió en las palabras y se apegó a su vuelo,
y en sus fugas heroicas lo llevan y lo arrastran,
abandonado y loco, y olvidado bajo ellas
como un pájaro muerto, debajo de sus alas.
Y soñó largamente su estatua
frente al bloque de mármol.
Antes de dar el primer golpe, se detuvo cien veces.
Cuando empuñó el martillo se perfumó su mano.

Durante veinte años ardió en aquella nieve.
Nadie lo vio sonreír en veinte años.

En sus ojos morían extraños crepúsculos.
Sus negros cabellos se quedaron blancos.
Lo olvidó la mujer que no lo olvidaría.
Hasta sus enemigos lo olvidaron.

Y, al fin, surgió la estatua,
mitad de ensueño y mitad de mármol
y él miró largamente su obra, largamente.
Resplancediendo el sol como un milagro.
Y murrmuró feliz, «sí, es perfecta... perfecta».

Y la aplastó de un martillazo.

Poque ya para siempre pertecenes al mar.
Yo volveré algún día vivo o muerto.
Pero ese día de cualquier manera
será mi corazón como un desierto
que repentinamente floreciera.
Lix
Por qué no nací misterioso?
Por qué crecí sin compañía?

Quién me mandó desvencijar
las puertas de mi propio orgullo?

Y quién salió a vivir por mí
cuando dormía o enfermaba?

Qué bandera se desplegó
allí donde no me olvidaron?

— The End —