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Salamandra
                        (negra
armadura viste el fuego)
calorífero de combustión lenta
entre las fauces de la chimenea
-o mármol o ladrillo-
                                          tortuga estática
o agazapado guerrero japonés
y una u otro
                      -el martirio es reposo -
impasible en la tortura.

                                            Salamandra
nombre antiguo del fuego
y antídoto antiguo contra el fuego
y desollada planta sobre brasas
amiante amante amianto

Salamandra
                        en la ciudad abstracta
entre geometrías vertigiosas
-vidrio cemento piedra hierro-
formidables quimeras
levantadas por el cálculo
multiplicadas por el lucro
al flanco del muro anónimo
amapola súbita

                              Salamandra
garra amarilla
                            roja escritura
en la pared de sal
                                  garra de sol
sobre el montón de huesos

Salamandra
                        estrella caída
en el sinfín del ópalo sangriento
sepultada
bajo los párpados del sílex
niña perdida
en el túnel del ónix
en los círculos del basalto
enterrada semilla
                                  grano de energía
dormida en la médula del granito

Salamandra
                      niña dinametera
en el pecho azul y ***** del hierro
estallas como un sol
te abres como una herida
hablas como una fuente

Salamandra
                        espiga
hija del fuego
espíritu del fuego
condensación de la sangre
sublimación de la sangre
evaporación de la sangre

Salamandra de aire
la roca es llama
                              la llama es humo
vapor rojo
                  recta plegaria
alta palabra de alabanza
exclamación
                      corona de incendio
en la testa del himno
reina escarlata
(y muchacha de medias moradas
corriendo despeinada por el bosque)

Salamandra
                      animal taciturno
***** paño de lágrimas de azufre
(Un húmedo verano
entre las baldosas desunidas
de un patio petrificado por la luna
oí vibrar tu cola cilíndrica)

Salamandra caucásica
en la espalda cenicienta de la peña
aparece y desaparece
breve y negra lengüeta
moteada de azafrán

                          Salamandra
bicho ***** y brillante
escalofrío del musgo
devorador de insectos
heraldo diminuto del chubasco
y familiar de la centella
(Fecundación interna
reproducción ovípara
las crías viven en el agua
ya adultas nadan con torpeza)

Salamandra
Puente colgante entre las eras
puente de sangre fría
eje del movimiento
(Los cambios de la alpina
la especie más esbelta
se cumplen en el claustro de la madre
Entre los huevecillos se logran dos apenas
y hasta el alumbramiento
medran los embriones en un caldo nutricio
la masa fraternal de huevos abortados)

La salamandra española
montañesa negra y roja

No late el sol clavado en la mitad del cielo
no respira
no comienza la vida sin la sangre
sin la brasa del sacrificio
no se mueve la rueda de los días
Xólotl se niega a consumirse
se escondió en el maíz pero lo hallaron
se escondió en el maguey pero lo hallaron
cayó en el agua y fue el pez axólotl
el dos-seres
                        y "luego lo mataron"
Comenzó el movimiento anduvo el mundo
la procesión de fechas y de nombres
Xólotl el perro guía del infierno
el que desenterró los huesos de los padres
el que coció los huesos en la olla
el que encendió la lumbre de los años
el hacedor de hombres
Xólotl el penitente
el ojo reventado que llora por nosotros
Xólotl la larva de la mariposa
del doble de la Estrella
el caracol marino
la otra cara del Señor de la Aurora
Xólotl el ajolote

                            Salamandra
dardo solar
                    lámpara de la luna
columna del mediodía
nombre de mujer
balanza de la noche.
(El infinito peso de la luz
un adarme de sombra en tus pestañas)

Salamandra
                      llama negra
heliotropo
                    sol tú misma
y luna siempre en torno de ti misma
granada que se abre cada noche
astro fijo en la frente del cielo
y latido del mar y luz ya quieta
mente sobre el vaivén del mar abierta

Salamandria
saurio de unos ocho centímetros
vive en las grietas y es color de polvo

Salamandra de tierra y de agua
piedra verde en la boca de los muertos
piedra de encarnación
piedra de lumbre
sudor de la tierra
sal llameante y quemante
sal de la destrucción
y máscara de cal que consume los rostros

Salamandra de aire y de fuego
avispero de soles
roja palabra del principio

La salamandra es un lagarto
su lengua termina en un dardo
su cola termina en un dardo
Es inasible Es indecible
reposa sobre brasas
reina sobre tizones
Si en la llama se esculpe
su monumento incendia.
El fuego es su pasión es su paciencia

Salamadre                           Aguamadre
La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas,
tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una explanada calcinada,
bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y ondas, diálogo de transparencias,
¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una garganta de azabache,
caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la noche, plumas, surtidores,
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña!Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando, racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive?
Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor, sequía, sabor de polvo,
rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del llano como un surtidor petrificado!Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos, dime, luna agónica,
¿no hay agua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y las mujeres bahándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón,
en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio cortado,
he aqui al perro y a su aullido sarnoso,
al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he aquí a la flor que sangra y hace sangrar,
la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado instrumento de tortura,
he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que desuella con un pedernal invisible,
oye a los dientes chocar uno contra otro,
oye a los huesos machacando a los huesos,
al tambor de piel humana golpeado por el fémur,
al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso,
al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante,
he aqui al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo descuaja y danza solitario y se derrumba
como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces, como una torre que cae de un solo tajo,
he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se arrastra,
al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y carcome la luz,
he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota.¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual?
Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro más puro se levante, sólo fulgor y llama,
semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el cráneo,
palabra que busca unos labios que la digan,
sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras,
hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la fuente humana.Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes,
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres,
dime, cántaro roto caído en el polvo, dime,
¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa?Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol soñando sus mundos,
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros,
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la espiga roja de la resurrección,
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y recobrarse,
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la noche y nos llama con nuestro nombre,
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el gran árbol viviente estatua de la lluvia,
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a nuestros nombres
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado,
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas,
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera,
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara,
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río,
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida,
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde empiezan los caminos,
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso,
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados,
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres,
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.
«¿Hacia dónde?» dicen todos,
«Otra vez a España?»
                                -«Al centro,
A conquistar nuevas tierras,
Listo el brazo y firme el pecho.
Río arriba, que hay un río
Que vendrá desde muy lejos.
Habrá en sus orillas oro;
Riquezas habrá en su extremo.
Ese río es el camino,
Ante nosotros abierto,
Para la fortuna. ¡Vamos,
Los que no sepáis de miedo!»

«¿Miedo? Nadie lo conoce».
Todos a una dijeron.

Y en ir y venir constante
Es grande alborozo el puerto
De Santa Marta ese día
De Abril de mil y quinientos
Treinta y seis de nuestra Era.
El Licenciado en Derecho
Don Gonzalo de Jiménez
De Quesada, airoso, erecto,
En el casco blancas plumas
Que agita el marino viento;
Con la luciente coraza
Guarnecido el noble pecho,
Y el pendón de Carlos Quinto
En la diestra mano irguiendo,
Ve ante él desfilar su tropa:
Sus hombres son ochocientos;
Y ochenta y cinco jinetes,
Y aborígenes flecheros.

Fray Domingo de Las Casas,
En el aire mañanero
Alza la mano y bendice,
Pidiendo el favor del Cielo.

Todos inclinan la frente,
Y en fila siguen al puerto.
Las lonas y cabrestantes
Aprestan los marineros,
Y cabecean los barcos
En el mar, diáfano espejo.

En carabelas van unos
Y en bergantines ligeros;
Otros partirán por tierra:
Todos de ánimo resuelto.

-«¡Adiós!» -
«¡Adiós!»...
                                    Tras fatigas
Unos, contra el mar violento
Luchando, y sus bergantines
Por ciclones, rotos viendo;
Y los otros, que en el bosque
Van despejando sendero,
En Malambo, sobre el río,
Se unen al fin. Desaliento
Profundo embarga sus almas,
Y en airada voz dijeron:

-«¿Avanzar? ¡Es imposible!
Para el mar nos volveremos».

Don Gonzalo pensativo,
Ante ese gran desconsuelo,
Le dice al Padre Las Casas,
Ante el peligro, sereno:
«Como voz terrena falla,
Habladles con voz de cielo».

En el arenal del río
Que desciende amarillento
Sobre tabla que se apoya
En recién cortados leños,
Un crucifijo se yergue,
Un cáliz y un Evangelio;
Y terminada la misa
Entre alboroto del viento
Y entre el rumor de la selva,
Dice el fraile:

                      «Llegó el tiempo
De que a los reinos de Cristo
Unamos un nuevo reino»

Y se vio trocado en gozo
Entonces el desaliento


¡Río arriba!... Unos por agua,
Otros por tierra. Al estrépito
De las voces de «¡¡Adelante!!»
Se unió el rimbombo del trueno.
Fúlgidos rayos cruzaron
El espacio ceniciento.
Borrose el sol. De las fieras,
Por entre el follaje espeso,
Llegaban roncos rugidos;
Y torrencial aguacero
Cayó de pronto. La oril la
Fue entonces pantano inmenso.
Unos subían el río;
Otros, bajo árboles, quietos;
Y la tormenta seguía
Los árboles sacudiendo.
Eran torrentes los caños,
Y entre ese fragor siniestro
Sobre las carnes de todos
Caían nubes de insectos,
Arañas, negras avispas,
Jején y tábanos fieros,
Que en encendidas ampollas
Les convertían el cuerpo.

Amarrados a los troncos
Se columbraban muy lejos
Los barcos. Y los infantes
De los raudales huyendo,
Sobre horcones cavilaban,
Mirando inundado el suelo,
Cómo esa noche podrían
El cuerpo entregar al sueño.
Charco enorme era la tierra;
Seguía el río creciendo
Y en los gajos de los árboles
Eran los aventureros
De ese día -y que muy pronto
De un mundo serían dueños-
Pájaros que disputaban
A los pájaros sus lechos.

De vez en cuando caía,
Con rudo golpe, uno al suelo:
De los audaces «chimilas»
Bajo el venablo certero.

«¿Hacia donde?» -preguntaban,
Y Quesada, duro el ceño,
A caballo respondía:
«Río arriba, que esto es nuéstro»

Y el pendón de Carlos Quinto
Erguía entre el aguacero.

Cerca un tigre. De otro tigre
El rugir se oía lejos.

Un alto al fin. En «Barranca
Bermeja»... Entre el desaliento
Estalla el tumulto, y todos
Piden hacia el mar regreso.
-«¿Para qué bellos pasajes
En desamparo y enfermos?»
Así decían. Quesada
Sin vacilar en su empeño.

Por el Opón, dos canoas
Envía Quesada. El cielo
Es viva paleta. El ánimo
Volver parece a sus pechos.
Se alza la luna. Vihuelas
Y voces forman concento:
La primera serenata
Bajo centenarios cedros
A la orilla del gran río
Que desciende soñoliento,
Llevando en sus aguas, troncos
Vivos: los saurios; y muertos
Troncos, que arrancó en la playa
La corriente con estrépito.

En tanto, Quesada sueña;
Soñando está, mas despierto.
Piensa en rejas andaluzas
Y en algunos ojos negros;
Y como es poeta, entonces
Fulge en su memoria un verso,
-¿Quién un verso no recuerda
En sus noches de desvelo,
Un verso que muchas veces
Es lágrima de otro tiempo?-
Y evocando a Santillana
Ya su «Vaqueira», un ensueño
Radioso se alza en su mente,
Visión de gloria: otro reino
Para España, que en el mundo
Habrá de extender su imperio.
«España y amor», murmura,
Y a sus ojos baja el sueño.

Y regresan las canoas:
Traen sal y  traen lienzos;
Y todos alborazados,
Delante de un mundo nuevo
Surcan del Opón las aguas,
De la gloria aventureros;
Y a las serranías suben:
Sementeras, chozas, huertos,
Cielo distinto, otros campos,
Vegas  y valles y cerros,
En donde sopla en el día
Y en las noches aire fresco
Y después, la gran llanura
Que se abre a sus ojos, lejos:
Nuevo día. Bella aurora;
Azul y radiante el cielo,
Y entre silbido de flechas,
Al frente los macheteros.
Troncos iban derribando
Que tendían en deshechos
Raudales, cual recios puentes
De infantes y caballeros,
Mientras serpientes enormes
Entre el matorral espeso
Deslizábanse, y arteras
Dejaban mortal veneno
En las carnes de esos bravos
Postrados por hambre y sueño.
Unos caían. Los otros
Marchaban, camino abriendo
Entre trabas de bejucos
Y árboles corpulentos.

Para comida, raices,
Y hojas y barro, por lecho.
Saltaba un tigre de pronto
Entre la noche, uno menos.

Otro día. Azul y gualda
Y rojo. Horizonte espléndido.
Cada rama era una libre
Jaula a las aves del cielo.
Brilla la esperanza. Entonces
Temblando de fiebre, regios
Palacios, veían, oro
Y más oro entre sus sueños
De sobresalto en la selva;
Pero de repente el trueno
Retumbaba en el espacio
Y y volvía el desaliento...
Y luego... a buscar raíces,
Entre tupidos helechos ,
Donde arañas y serpientes
Acechaban en silencio

Tarde radiante del trópico...
Rojos celajes. En vuelo
Perezoso van las garzas
Por los dormidos esteros;
En la orilla esperan otras
A los peces, vivo argento
Las escamas, que en los picos
Un instante brillan luego,
En tanto que albas corolas
Mueve el aura sobre el cieno.
En la playa, centenares
De saurios se mueven lentos
Grandes bandadas de pájaros,
Azules, verdes y negros
Pasan ¡La tarde del trópico!
El sol es un rojo incendio...
«El valle de los alcázares»,
Como en un deslumbramiento.

Tan sólo ciento sesenta
Han llegado. Setecientos
Marcaron con sus cadáveres
El recorrido sendero.

Y aquellos desconocidos,
Terrones de gleba; aquellos
Que de humildes heredades
A heroica aventura fueron,
No pensaron quizá entonces,
De sólo harapos cubiertos,
Pordioseros de la gloria,
Mientras Quesada su acero
Alzaba en tierras del Zipa,
Que el suelo hollado por ellos
Iba, cual florón de España,
A ensanchar el universo.
La cosa va así: no sé cómo nombrar este libro,
como si nombrar esto fuera la hipérbole de la hermandad,
no temerle a lo cierto, pasar del alimento cotidiano al polvo de un paisaje,
saltar por lo sencillo de la imagen de un pájaro blanco que irrumpe sin respeto,
a lo que nunca supe.

Escribir es escribir lo que no se sabe, por lo demás, un impulso que tienta definir la sonrisa de alguien, con la estampa accesible de un nombre propio.

Pero la cosa va así amor: no sé cómo nombrar este libro,
susceptible todo desde lo nada,
por eso el tema del clima, árboles totales,
victorias contundentes de insectos,
lo que contiene decir un niño ambiguo:
para alguien la carcajada, para otro el asco,
para alguien más, horas claras,
semanas marcadas para siempre-nunca.

Al escribir tenemos reservas, al ver de frente tenemos reservas,
al poner el pie derecho pensando en las serpientes tenemos reservas,
al dormir al lado de algún desconocido tenemos reservas.

Al menos hoy, al no saber cómo darle nombre a esto que ha ocurrido,
mientras los truenos marcan distancia y certidumbre.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
en el que uno puede sentirse árbol o prójimo
siempre y cuando se cumpla un requisito previo.
Que la ciudad exista tranquilamente lejos.

El secreto es apoyarse digamos en un tronco
y oír a través del aire que admite ruidos muertos
como en Millán y Reyes galopan los tranvías.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico siempre ha tenido
una agradable propensión a los sueños,
a que los insectos suban por las piernas
y la melancolía baje por los brazos
hasta que uno cierra los puños y la atrapa.

Después de todo el secreto es mirar hacia arriba
y ver cómo las nubes se disputan las copas
y ver cómo los nidos se disputan los pájaros.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
ah pero las parejas que huyen al Botánico
ya desciendan de un taxi o bajen de una nube
hablan por lo común de temas importantes
y se miran fanáticamente a los ojos
como si el amor fuera un brevísimo túnel
y ellos se contemplaran por dentro de ese amor.

Aquellos dos por ejemplo a la izquierda del roble
(también podría llamarlo almendro o araucaria
gracias a mis lagunas sobre Pan y Linneo)
hablan y por lo visto las palabras
se quedan conmovidas a mirarlos
ya que a mí no me llegan ni siquiera los ecos.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero es lindísimo imaginar qué dicen
sobre todo si él muerde una ramita
y ella deja un zapato sobre el césped
sobre todo si él tiene los huesos tristes
y ella quiere sonreír pero no puede.

Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico.
Ayer llegó el otoño
el sol de otoño
y me sentí feliz
como hace mucho
qué linda estás
te quiero
en mi sueño
de noche
se escuchan las bocinas
el viento sobre el mar
y sin embargo aquello
también es el silencio
mírame así
te quiero
yo trabajo con ganas
hago números
fichas
discuto con cretinos
me distraigo y blasfemo
dame tu mano
ahora
ya lo sabés
te quiero
pienso a veces en Dios
bueno no tantas veces
no me gusta robar
su tiempo
y además está lejos
vos estás a mi lado
ahora mismo estoy triste
estoy triste y te quiero
ya pasarán las horas
la calle como un río
los árboles que ayudan
el cielo
los amigos
y qué suerte
te quiero
hace mucho era niño
hace mucho y qué importa
el azar era simple
como entrar en tus ojos
dejame entrar
te quiero
menos mal que te quiero.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero puede ocurrir que de pronto uno advierta
que en realidad se trata de algo más desolado
uno de esos amores de tántalo y azar
que Dios no admite porque tiene celos.

Fíjense que él acusa con ternura
y ella se apoya contra la corteza
fíjense que él va tildando recuerdos
y ella se consterna misteriosamente.

Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico.
Vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
sólo de a ratos parecía
que iba a vivir
que iba a vencernos
pero los dos fuimos tan fuertes
que lo dejamos sin su sangre
sin su futuro
sin su cielo
un niño muerto
sólo eso
maravilloso y condenado
quizá tuviera una sonrisa
como la tuya
dulce y honda
quizá tuviera un alma triste
como mi alma
poca cosa
quizá aprendiera con el tiempo
a desplegarse
a usar el mundo
pero los niños que así vienen
muertos de amor
muertos de miedo
tienen tan grande el corazón
que se destruyen sin saberlo
vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
y qué verdad dura y sin sombra
qué verdad fácil y qué pena
yo imaginaba que era un niño
y era tan sólo un niño muerto
ahora qué queda
sólo queda
medir la fe y que recordemos
lo que pudimos haber sido
para él
que no pudo ser nuestro
qué más
acaso cuando llegue
un veintitrés de abril y abismo
vos donde estés
llevale flores
que yo también iré contigo.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
que sólo despierta con la lluvia.

Ahora la última nube ha resuelto quedarse
y nos está mojando como alegres mendigos.

El secreto está en correr con precauciones
a fin de no matar ningún escarabajo
y no pisar los hongos que aprovechan
para nadar desesperadamente.

Sin prevenciones me doy vuelta y siguen
aquellos dos a la izquierda del roble
eternos y escondidos en la lluvia
diciéndose quién sabe qué silencios.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.

Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.
M Suárez Nov 2016
¿Por qué siento mi corazón en llamas desde anoche? Hasta físicamente lo siento. Un ardor como cuando te cortas entre los dedos con una hoja de papel. Como cuando sientes que la piel se desgarra al caer.
He pensado más en la muerte estos días. Estando en el techo de Camilo, mientras salimos a ver la luna, no pude evitar pensar si la caída me mataría o solo me dejaría parapléjica. Son solo cinco pisos. En el metro he tenido los mismos pensamientos. Me asomo a ver si se acerca el tren y pienso en qué pasaría si finjo que me tropiezo, ¿qué pasaría si me dejo caer a las vías?
Otras veces solo quiero desaparecer. He pensado en irme sin decir nada. Sin ropa y sin avisar. El otro día fantaseaba con estar en mi lugar favorito de Playa del Carmen. Una banca que estaba en la primera planta de la salita de espera del muelle hace unos años. Cuando aún era una palapa y todo era de madera. Hace tanto que no voy. La última vez recuerdo que sólo la vi por fuera y está tan cambiada. Y me arrepentí de no haberme muerto allí, cuando aún me era mágico. E imaginé que tomaba muchas pastillas, me dirigía allí con un libro en la mano (García o Storni, cambiaba constantemente). Y me sentaba, leía un párrafo o dos. Sentía como mi cuerpo se adormecía. Dejaba el libro de lado y tomaba una última postal con los ojos de lo bello que es el mar. Cerraba los ojos. Desde que leí las distintas versiones de cómo murió Alfonsina, la del mar es mi favorita. Pero mi mayor miedo es morir ahogada, así que no fantaseo mucho sobre eso. Porque soy lo suficientemente cobarde como para no hacerme daño. Porque si muero quiero que sea rápido.
No lo haré ahora. Y no porque aún tenga pendientes. En realidad no los tengo. Sino porque aún me da miedo. Me da miedo qué sigue y aún creo en el castigo divino. Mi mayor miedo es el dolor que se debe sentir cuando uno muere. Como muchos suicidas han sido exitosos en sus ganas de morir, no pueden decirnos qué se siente. Ciertamente los muertos no hablan ni escriben historias. Me he preguntado si es como en las películas, si sientes que el alma se sale de tu cuerpo. Tengo la idea de que sí. Definitivamente creo en el alma, si no, no tendría miedo del castigo divino. Pero cuando mi alma se separe de mi cuerpo, presiento que sentiré vacío. Y odio sentir vacío.
Hay una mosca en mi habitación. Son tan sensibles esos insectos. Nunca he sabido si nos huelen o cómo detectan el olor de los animales muertos.
Quizá ya huelo a eso.
Seguro que los diarios
no lo preguntarán
los árboles ¿serán
acaso solidarios?

¿digamos el olivo de jaén
con el terco quebracho de entre ríos?
¿o el triste sauce de tacuarembó
con el castaño de campos elíseos?

¿qué se revelarán de árbol a árbol?
¿desde westfalia avisará la encina
al demacrado alerce del tirol
que administre mejor su trementina?

seguro que los diarios
no lo preguntarán
los árboles ¿serán
acaso solidarios?

¿se sentirá el ombú en su pampa húmeda
un hermano de la ceiba antillana?
¿los de ese bosque y los de aquel jardín
permutarán insectos y hojarasca?

¿se dirán copa a copa que aquel muérdago
otrora tan sagrado entre los galos
usaba chupadores de corteza
como el menos cordial de los parásitos?

seguro que los diarios
no lo preguntarán
los árboles ¿serán
acaso solidarios?

¿sabrán por fin los cedros libaneses
que su voraz y sádico enemigo
no es el ébano gris de camerún
ni el arrayán ******* ni el morisco

ni la palma lineal de camagüey
sino las hachas de los leñadores
la sierra de las grandes madereras
el rayo como látigo en la noche?
El hormiguero hace erupción. La herida abierta bortotea, espumea, se expande, se contrae. El sol a estas horas no deja nunca de bombear sangre, con las sienes hinchadas, la cara roja. Un niño -ignorante de que en un recodo de la pubertad lo esperan unas fiebres y un problema de conciencia- coloca con cuidado una piedrecita en la boca despellejada del hormiguero. El sol hunde sus picas en las jorobas del llano, humilla promontorios de basura. Resplandor desenvainado, los reflejos de una lata vacía -erguida sobre una pirámide de piltrafas- acuchillan todos los puntos del espacio.

Los niños buscadores de tesoros y los perros sin dueño escarban el amarillo esplendor del pudridero. A trescientos metros la iglesia de San Lorenzo llama a misa de doce. Adentro, en el altar de la derecha, hay un santo pintado de azul y rosa. De su ojo izquierdo brota un enjambre de insectos de alas grises, que vuelan en línea recta hacia la cúpula y caen, hechos polvo, silencioso derrumbe de armaduras tocadas por la mano del sol. Silban las sirenas de las torres de las fábricas. Falos decapitados. Un pájaro vestido de ***** vuela en círculos y se posa en el único árbol vivo del llano. Después… No hay después. Avanzo, perforo grandes rocas de años, grandes masas de luz compacta, desciendo galerías de minas de arena, atravieso corredores que se cierran como labios de granito. Y vuelvo al llano, donde siempre es mediodía, donde un sol idéntico cae fijamente sobre un paisaje detenido. Y no acaban de caer las doce campanadas, ni de zumbar las moscas, ni de estallar en astillas este minuto que no pasa, que sólo arde y no pasa.
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé.  Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Ix
Un libro quedó al borde de su cintura muerta,
un libro retoñaba de su cadáver muerto.
Se llevaron al héroe,
y corpórea y aciaga entró su boca en nuestro aliento;
sudamos todos, el hombligo a cuestas;
caminantes las lunas nos seguían;
también sudaba de tristeza el muerto.

Y un libro, en la batalla de Toledo,
un libro, atrás un libro, arriba un libro, retoñaba del cadáver.

Poesía del pómulo morado, entre el decirlo
y el callarlo,
poesía en la carta moral que acompañara
a su corazón.
Quedóse el libro y nada más, que no hay
insectos en la tumba,
y quedó al borde de su manga el aire remojándose
y haciéndose gaseoso, infinito.

Todos sudamos, el hombligo a cuestas,
también sudaba de tristeza el muerto
y un libro, yo lo vi sentidamente,
un libro, atrás un libro, arriba un libro
retoñó del cadáver ex abrupto.
Sobre el camino se ve la venta.
        Risueño el valle,
claveles rojos, olor de menta,
de madreselvas y frondosa calle.

En el corral amplio, vacas y perros
        altos magueyes,
el sol dorado de altos cerros,
carros tirados por lentos bueyes.

Frente a la casa, los barrizales
        bajo madroños;
sobre la vega, rubios maizales,
y junto al plátano, verdes retoños.

Marcando prados en las campiñas
        se ven las zanjas;
junto al vallado se alzan las piñas,
y al gusto encintan ya las naranjas.

Cuelgan los troncos fuertes y erectos
        las níveas barbas,
sobre las hojas vuelan insectos,
bajo las hojas duermen las larvas.

Entre los fondos, ***** al antiguo
        trapiche humea,
y por la cuesta, sendero exiguo
que zigzagueando llevan a la aldea.

Verán tus ojos en la verdura
        y a donde vayas,
los mararayes en la espesura,
sobre las piedras, las pitahayas.

Con sus pinceles la tarde pinta
        vívido cromo;
de plata el río semeja cinta,
y el pozo, lejos manchas de plomo.

Amarillento sobre la falda
        se abre un barranco,
y de los campos en la esmeralda
Se alza, de techos, el humo blanco.

Una flor roja, vivas oscila,
        tiembla su estambre,
y bajo cedros, en doble fila,
sobre el camino, cerca de alambre.

La azada al hombro, tardo el labriego
        vuelve del campo.
y en ella fulge, roca de fuego,
del sol poniente vívido lampo.

Gris una nube, pasando finge
        velera barca;
otra, un castillo, y otra, una esfinge,
y un dragón otra, que el cuello enarca.

El horizonte cortan los techos
        las cumbres calvas,
y en el remanso, por entre helechos,
los pastos tienden sus plumas albas.

Abre sus flores los alhelíes
        cerca del río,
y el café luce, como rubíes,
sus rojos granos bajo el plantío.

En las paredes de la posada
        se ven letreros;
son un recuerdo para la amada,
o vanidades de pasajeros.

Por los bardales se ven las rosas
        sobre el camino;
Pasan volando las mariposas,
y a un canto, lejos responde un trino.

¡para el reposo, feliz quien halle
        tu puerta franca!
¡qué paz más honda la de tu valle!
¡qué paz, la tuya, casita blanca!
una mañana de otoño sim simmons
se levantó sin ojos como caídos a favor de la estación
"pero no importa" dijo
y se alisaba la memoria

"no importa realmente no importa" decía sim simmons
poniéndose árboles vacíos en las cuencas
a los que alimentó con estampidos
gritos olvidos silenciosas partes

nocturnos insectos portadores de muerte
rondaban por los árboles
"no importa" decía sim
desplegando sus tiernas alas

y volando todo alrededor del cielo
"si fuese una nube" decía "si fuese un halcón o
catástrofe
lo que me come el corazón" decía
"te apagaste paloma" decía sim simmons sin llorar

"no tengo ojos para llorar" decía "y sin embargo debiera"
decía recordando que todo vegetal,
agua llanto lluvia o río necesita
para abrigar un tierno nido

así que sim simmons se puso a llorar
los árboles se le volaron
y otra vez tuvo ojos para mirar o ver o sufrir
y llorar sin dar comida a nadie

"me lo merezco" decía sim simmons tarde
"me lo merezco mucho" decía con los ojos ya secos
duros brillantes como sol
bajo la tierra de Alabama

dos ríos nacieron donde lo enterraron
uno hacia el norte otro hacia le sur
para memoria para olvido
y todo el mundo tuvo agua

pero sim simmons no:
miraba para abajo
ya merecido o muerto o triste
sin árboles sin árboles
Solo,
con mi esqueleto,
mi sombra,
mis arterias,
como un sapo en su cueva,
asomado al verano,
entre miles de insectos
que saltan,
retroceden,
se atropellan,
fallecen;
en una delirante actividad sin rumbo,
inútil,
arbitraría,
febril,
idéntica a la fiebre
que sufren las ciudades.

Solo,
con la ventana
abierta a las estrellas,
entre árboles y muebles que ignoran mi existencia,
sin deseos de irme,
ni ganas de quedarme
a vivir otras noches,
aquí,
o en otra parte,
con el mismo esqueleto,
y las mismas arterías,
como un sapo en su cueva
circundado de insectos.
Edades de fuego y de aire
Mocedades de agua
Del verde amarillo
                                  Del amarillo al rojo
Del sueño a la vigilia
                                      Del deseo al acto
Sólo había un paso que tú dabas sin esfuerzo
Los insectos eran joyas animadas
El calor reposaba al borde del estanque
La lluvia era un sauce de pelo suelto
En la palma de tu mano crecía un árbol
Aquel árbol cantaba reía y profetizaba
Sus vaticinios cubrían de alas el espacio
Había milagros sencillos llamados pájaros
Todo era de todos
                                  Todos eran todo
Sólo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol
Un día se rompió en fragmentos diminutos
Son las palabras del lenguaje que hablamos
Fragmentos que nunca se unirán
Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado


    Una mujer de movimientos de río
    De transparentes ademanes de agua
    Una muchacha de agua
    Donde leer lo que pasa y no regresa
    Un poco de agua donde los ojos beban
    Donde los labios de un solo sorbo beban
    El árbol la nube el relámpago
    yo mismo y la muchacha
"salud salud" decía jack hammerstein
se la pasaba saludando a:
todos a todos a todos
aunque lloraran ensuciando el mantel
aunque tuvieran leonas bravas

"afuera negra desventura afuera afuera" decía
entrando a cada casa y espantándola con la mano
como si las desgracias fuesen moscas o mosquitos o insectos
y miel la gente en su esplendor

"afuera muerte grima dolor peste o barbaridá de la tristeza"
decía jack hammerstein limpiando esos polvos
o arrancaba la yerba ya vieja crecida
sobre ternuras sobre zapatitos de seda que no hacen ruido en el amor

así jack hammerstein de color amarillo
como si pasara las noches entre claveles o alelí
en realidad tenía una amada
que se bañaba en agua clara

en realidad tenía una niña/que se bañaba en agua fría
y le crecían luces suavidades
entrando "qué lindo pelo tienes" le decía jack hammerstein
"qué linda frente ojos boca pechos tienes" le decía jack hammerstein
"qué lindo pie chiquito río de mármol"

"oh muerte que a todos convidás" dijo jack hammerstein ahí
la amada estaba bella bella
y sobre ella crecía yerba esta vez
dando color olor y sombra

al pie se acostó jack hammerstein para mirarla subir
"afuera desventura afuera afuera"
"afuera muerte grima dolor peste o barbaridá de la tristeza" decía
a los traidores bichos negros que le comían corazón

"salud salud" decía jack hammerstein
no lo pudrió la pena ni la furia
se la pasaba saludando a todos y aún arrancándoles yerba
pero a su amada no o la miraba subir
desde la mesma muerte
Francisco encaminábase a Perusa
y así le hablaba al compañero:

                                              «Hermano
León, oveja del Señor: si el fraile
Más humilde, los nombres de los astros
Todos supiera; y la virtud oculta
Lograra descubrir, con don arcano,
De las piedras, los árboles y el agua;
y entendiera el idioma de los pájaros,
Lo que hablan los insectos y las fieras
y las greyes que pastan en los prados,
Sabe que en eso no hay completa dicha».

y prosiguió después:
                                      «Óyeme, Hermano
León, oveja del Señor: si el fraile
Más humilde, las lenguas que se hablaron
y se hablan en el mundo comprendiera;
Si la ciencia que guardan los Sagrados
Libros su mente atesorar lograra,
y pudiera leer lo que los Santos
y los ángeles piensan en el Cielo,
y pudiera leer todo lo arcano,
Sabe que en eso no hay completa dicha».

y prosiguió después:
                                      «Óyeme, Hermano
León, oveja del Señor: si el fraile
Más humilde, pudiera al solo tacto
De las manos curar a los leprosos;
y sanara a los cojos y los mancos,
y a los ciegos la vista les volviera;
y si, la Ley Divina predicando,
Ablandara los duros corazones
Que viven en la sombra del pecado,
y a los infieles convirtiera a Cristo,
Que a todos abre los amantes brazos,
Sabe que en eso no hay dicha completa».

y prosiguió después:
                                      «Óyeme, Hermano
León, oveja del Señor: si turba
Hostil surgiera y nos cerrara el paso
Cuando a Perusa entremos, y de pronto
Hiciera de nosotros vil escarnio;
Luego nos arrancara las capuchas,
A los sayales nos lanzara fango,
Y después, bajo piedras y garrotes
En el arroyo exánimes quedáramos,
Tan sólo en eso habrá completa dicha».

Así decía, y se detuvo el Santo
En mitad de la cumbre. Desde el Catria
El sol iluminaba el hondo espacio.
El rumor del torrente no se oía,
Ni de las aves en el bosque el canto.

Y para Fray León aquel silencio
Fue una pregunta en la quietud del campo;
y tranquilo y humilde, hacia el Maestro
Alzó los ojos y le dijo: «¡Vamos!»
magalí Mar 2023
Me acuerdo de tener seis años, de estar sentada en la mesa de la cocina, de levantar la vista de donde estaba hundiendo las uñas en una fruta para desvestirla, y de encontrar suspendida en el aire a una bolita blanca, como algodón pero más flaca.
Dejé los párpados al lado de la cáscara para pelar los ojos y mirar a lo que no podía ser otra cosa que el esqueleto de un pompón entrar por la ventana.
¿Era un insecto?
Arácnido, capaz.
¿Viviría por días o por horas?
Voló hasta que llegó a la mesa de la cocina, se paró al lado de mi cáscara de mandarina, y yo no me pregunté por insectos ni arácnidos ni por días ni por horas, sino por como algo sin alas podía igual volar.

Capturé a una, una vez. No con un aplauso, como haría con un mosquito, pero con manos juntas y ahuecadas, dedos como rejas que supieron enjaularla, y la adopté como mascota.
La paré sobre uno de mis nudillos con pies que ella no tenía y la acerqué a un pedazo de durazno, esperando a que volara desde mi mano hasta la fruta que estaba mudándose a marrones en colores y a podrido en gusto, para que coma con una boca que yo no veía.
Intenté una y otra vez. La mimé, la acaricié con cuidado de no quebrarla, le susurré que fuerza, que vamos, comé algo. Y ella no se dio ni vuelta a mirarme, y yo viví con un gusto amargo en la boca que tenía cualquier cosa en la que apoyara los dientes. Hasta que una noche la bolita se dió a la fuga, y yo me ahogué en duelo hasta que llegó algo nuevo a casa. Algo con cuatro patas, con dientes que yo si veía, una lengua que me daba besos cuando le tendía la fruta más rancia que podía encontrar al fondo del cajón de la heladera, y la bolita me olvidó, y yo la olvidé.

Pasa un tiempo de algún tamaño hasta que aprendo que esa bolita con espinas incontables como pelos en ***** no era insecto, ni araña, ni vivió, ni murió.
Diente de león, le dice mi mamá, lo pronuncia igual que cómo cuando yo le señalo algo de plástico o de metal, redondo o plano, en cuatro ruedas por la calle o echando raíces en el pasto, y le pregunto qué es eso.
Diente, yo repito, no cómo un qué, sino como un nombre, y pienso en mi Diente. Mascota, prisionera, compañera. Su cucha un frasco vacío de mermelada y sus días un montón de nada, de tratar de escaparse cada vez que soplaba el viento y de hacerme echar a perder como fruta vieja cada vez que llegaba la hora del almuerzo y Diente no comía, ni lloraba, ni gritaba, ni me miraba.
Diente ni siquiera era flor, aprendí mucho después, sino una congregación de semillas que nace de una flor amarilla y prende vuelo por el aire hasta que vuelve a tocar tierra, para que broten nuevos dientes, nuevas flores, nuevas semillas, y se repita.
Y entonces no la culpo a mi Diente. Era solamente un ramo de flores por nacer.
Yo igual me enamoré.
Oye la palpitación del espacio
son los pasos de la estación en celo
sobre las brasas del año

Rumor de alas y de crótalos
tambores lejanos del chubasco
crepitación y jadeo de la tierra
bajo su vestidura de insectos y raíces

La sed despierta y construye
sus grandes jaulas de vidrio
donde tu desnudez es agua encadenada
agua que canta y se desencadena

Armada con las armas del verano
entras en mi cuarto entras en mi frente
y desatas el río del lenguaje
mírate en esas rápidas palabras

El día se quema poco a poco
sobre el paisaje abolido
tu sombra es un país de pájaros
que el sol disipa con un gesto
Ni de insectos el ruido, ni de abejas el vuelo;
Bajo el sol la gran selva reposa adormecida,
Y tamizan las frondas una luz parecida
De esmeraldinos musgos al suave terciopelo.

Cribando el dombo, irradia la claridad del cielo,
Y a mis ojos que el sueño ya vence, entretejida
De fulgores furtivos, forma red encendida
Que al través de las sombras se extiende por el suelo.

A la gasa que tejen los rayos tembladores,
Vuela de mariposas bandada reluciente,
Embriagada de luces y de aromas de flores;

Y mis dedos entonces juntan hilos, sedeños,
Y en las mallas de oro de esa red transparente,
Cazador de armonías, aprisiono mis sueños.
hay cintas ganar          
  insectos teñen rojas
pionic, un kermes

— The End —