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Yo te miré a los ojos
  cuando era niño y bueno.
  Tus manos me rozaron
  Y me diste un beso.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
      Y se abrió mi corazón
  Como una flor bajo el cielo,
  Los pétalos de lujuria
  Y los estambres de sueño.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
      En mi cuarto sollozaba
  Como el príncipe del cuento
  Por Estrellita de oro
  Que se fue de los torneos.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
      Yo me alejé de tu lado
  Queriéndote sin saberlo.
  No sé cómo son tus ojos,
  Tus manos ni tus cabellos.
  Sólo me queda en la frente
  La mariposa del beso.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
Desde el amanecer, se cambia la ropa sucia de los altares y de los santos, que huele a rancia bendición, mientras los plumeros inciensan una nube de polvo tan espesa, que las arañas apenas hallan tiempo de levantar sus redes de equilibrista, para ir a ajustarías en los barrotes de la cama del sacristán.

Con todas las características del criminal nato lombrosiano, los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas.

Enjutos, enflaquecidos de insomnio y de impaciencia, los nazarenos pruébanse el capirote cada cinco minutos, o llegan, acompañados de un amigo, a presentarle la virgen, como si fuera su querida.

Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesión.

Minuto tras minuto va cayendo sobre la ciudad una manga de ingleses con una psicología y una elegancia de langosta.

A vista de ojo, los hoteleros engordan ante la perspectiva de doblar la tarifa.

Llega un cuerpo del ejército de Marruecos, expresamente para sacar los candelabros y la custodia del tesoro.

Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada "Smith Wesson"; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo...
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
¡Campanas con café con leche!
¡Campanas que nos imponen una cadencia al
abrocharnos los botines!
¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras!
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!

En la catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador.

Trece siglos de ensayos permiten armonizar las florecencias de las rejas con el contrapaso de los monaguillos y la caligrafía del misal.

Una luz de "Museo Grevin" dramatiza la mirada vidriosa de los cristos, ahonda la voz de los prelados que cantan, se interrogan y se contestan, como esos sapos con vientre de prelado, una boca predestinada a engullir hostias y las manos enfermas de reumatismo, por pasarse las noches -de cuclillas en el pantano- cantando a las estrellas.

Si al repartir las palmas no interviniera una fuerza sobrenatural, los feligreses aplaudirían los rasos con que la procesión sale a la calle, donde el obispo -con sus ochenta kilos de bordados- bate el "record" de dar media vuelta a la manzana y entra nuevamente en escena, para que continúe la función...
¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?

En un flujo y reflujo de espaldas y de brazos, los acorazados de los cacahueteros fondean entre la multitud, que espera la salida de los "pasos" haciendo "pan francés".

Espantada por los flagelos de papel, la codicia de los pilletes revolotea y zumba en torno a las canastas de pasteles, mientras los nazarenos sacian la sed, que sentirán, en tabernas que expenden borracheras garantizadas por toda la semana.

Sin asomar las narices a la calle, los santos realizan el milagro de que los balcones no se caigan.

¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?
pregonan los aguateros al servirnos una reverencia de minué.

De repente, las puertas de la iglesia se abren como las de una esclusa, y, entre una doble fila de nazarenos que canaliza la multitud, una virgen avanza hasta las candilejas de su paso, constelada de joyas, como una cupletista.

Los espectadores, contorsionados por la emoción,
arráncanse la chaquetilla y el sombrero, se acalambran en
posturas de capeador, braman piropos que los nazarenos intentan callar
como el apagador que les oculta la cabeza.

Cuando el Señor aparece en la puerta, las nubes se envuelven con un crespón, bajan hasta la altura de los techos y, al verlo cogido como un torero, todas, unánimemente, comienzan a llorar.

¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?Las tribunas y las sillas colocadas enfrente del Ayuntamiento progresivamente se van ennegreciendo, como un pegamoscas de cocina.

Antes que la caballería comience a desfilar, los guardias civiles despejan la calzada, por temor a que los cachetes de algún trompa estallen como una bomba de anarquista.

Los caballos -la boca enjabonada cual si se fueran a afeitar- tienen las ancas tan lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas.

Con la solemnidad de un ejército de pingüinos, los nazarenos escoltan a los santos, que, en temblores de debutante, representan "misterios" sobre el tablado de las andas, bajo cuyos telones se divisan los pies de los "gallegos", tal como si cambiaran una decoración.

Pasa:
El Sagrado Prendimiento de Nuestro Señor, y Nuestra Señora del Dulce Nombre.
El Santísimo Cristo de las Siete Palabras, y María Santísima de los Remedios.
El Santísimo Cristo de las Aguas, y Nuestra Señora del Mayor Dolor.
La Santísima Cena Sacramental, y Nuestra Señora del Subterráneo.
El Santísimo Cristo del Buen Fin, y Nuestra Señora de la Palma.
Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, y Nuestra Señora de las Lágrimas.
El Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor, y La Quinta Angustia de María Santísima.

Y entre paso y paso:
¡Manzanilla! ¡Almendras garrapiñadas! ¡Jerez!

Estrangulados por la asfixia, los "gallegos" caen de rodillas cada cincuenta metros, y se resisten a continuar regando los adoquines de sudor, si antes no se les llena el tanque de aguardiente.

Cuando los nazarenos se detienen a mirarnos con sus ojos vacíos, irremisiblemente, algún balcón gargariza una "saeta" sobre la multitud, encrespada en un ¡ole!, que estalla y se apaga sobre las cabezas, como si reventara en una playa.

Los penitentes cargados de una cruz desinflan el pecho de las mamas en un suspiro de neumático, apenas menos potente al que exhala la multitud al escaparse ese globito que siempre se le escapa a la multitud.

Todas las cofradías llevan un estandarte, donde se lee:

                      S. P. Q. R.Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad.

Con la mantilla negra y los ojos que matan, las hembras repiquetean sus tacones sobre las lápidas de las aceras, se consternan al comprobar que no se derrumba ni una casa, que no resucita ningún Lázaro, y, cual si salieran de un toril, irrumpen en los atrios, donde los hombres les banderillean un par de miraduras, a riesgo de dejarse coger el corazón.

De pie en medio de la nave -dorada como un salón-, las vírgenes expiden su duelo en un sólido llanto de rubí, que embriaga la elocuencia de prospecto medicinal con que los hermanos ponderan sus encantos, cuando no optan por alzarles las faldas y persuadir a los espectadores de que no hay en el globo unas pantorrillas semejantes.

Después de la vigésima estación, si un fémur no nos ha perforado un intestino, contemplamos veintiocho "pasos" más, y acribillados de "saetas", como un San Sebastián, los pies desmenuzados como albóndigas, apenas tenemos fuerza para llegar hasta la puerta del hotel y desplomarnos entre los brazos de la levita del portero.

El "menú" nos hace volver en sí. Leemos, nos refregamos los ojos y volvemos a leer:

"Sopa de Nazarenos."
"Lenguado a la Pío X."

-¡Camarero! Un bife con papas.
-¿Con Papas, señor?...
-¡No, hombre!, con huevos fritos.Mientras se espera la salida del Cristo del Gran Poder, se reflexiona: en la superioridad del marabú, en la influencia de Goya sobre las sombras de los balcones, en la finura chinesca con que los árboles se esfuman en el azul nocturno.

Dos campanadas apagan luego los focos de la plaza; así, las espaldas se amalgaman hasta formar un solo cuerpo que sostiene de catorce a diez y nueve mil cabezas.

Con un ritmo siniestro de Edgar Poe -¡cirios rojos ensangrientan sus manos!-, los nazarenos perforan un silencio donde tan sólo se percibe el tic-tac de las pestañas, silencio desgarrado por "saetas" que escalofrían la noche y se vierten sobre la multitud como un líquido helado.

Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas, que lo alza hasta el nivel de los balcones, en cuyos barrotes las mujeres aferran las ganas de tirarse a lamerle los pies.

En el resto de la ciudad el resplandor de los "pasos" ilumina las caras con una técnica de Rembrandt. Las sombras adquieren más importancia que los cuerpos, llevan una vida más aventurera y más trágica. La cofradía del "Silencio", sobre todo, proyecta en las paredes blancas un "film" dislocado y absurdo, donde las sombras trepan a los tejados, violan los cuartos de las hembras, se sepultan en los patios dormidos.

Entre "saetas" conservadas en aguardiente pasa la "Macarena", con su escolta romana, en cuyas corazas de latón se trasuntan los espectadores, alineados a lo largo de las aceras.

¡Es la hora de los churros y del anís!

Una luz sin fuerza para llegar al suelo ribetea con tiza las molduras y las aristas de las casas, que tienen facha de haber dormido mal, y obliga a salir de entre sus sábanas a las nubes desnudas, que se envuelven en gasas amarillentas y verdosas y se ciñen, por último, una túnica blanca.

Cuando suenan las seis, las cigüeñas ensayan un vuelo matinal, y tornan al campanario de la iglesia, a reanudar sus mansas divagaciones de burócrata jubilado.

Caras y actitudes de chimpancé, los presidiarios esperan, trepados en las rejas, que las vírgenes pasen por la cárcel antes de irse a dormir, para sollozar una "saeta" de arrepentimiento y de perdón, mientras en bordejeos de fragata las cofradías que no han fondeado aún en las iglesias, encallan en todas las tabernas, abandonan sus vírgenes por la manzanilla y el jerez.

Ya en la cama, los nazarenos que nos transitan las circunvoluciones redoblan sus tambores en nuestra sien, y los churros, anidados en nuestro estómago, se enroscan y se anudan como serpientes.

Alguien nos destornilla luego la cabeza, nos desabrocha las costillas, intenta escamotearnos un riñón, al mismo tiempo que un insensato repique de campanas nos va sumergiendo en un sopor.

Después... ¿Han pasado semanas? ¿Han pasado minutos?... Una campanilla se desploma, como una sonda, en nuestro oído, nos iza a la superficie del colchón.
¡Apenas tenemos tiempo de alcanzar el entierro!...

¿Cuatrocientos setenta y ocho mil setecientos noventa y nueve "pasos" más?

¡Cristos ensangrentados como caballos de picador! ¡Cirios que nunca terminan de llorar! ¡Concejales que han alquilado un frac que enternece a las Magdalenas! ¡Cristos estirados en una lona de bombero que acaban de arrojarse de un balcón! ¡La Verónica y el Gobernador... con su escolta de arcángeles!

¡Y las centurias romanas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Santos Varones! ¡Todos los instrumentos de la Pasión!... ¡Y el instrumento máximo, ¡la Muerte!, entronizada sobre el mundo..., que es un punto final!

¿Morir? ¡Señor! ¡Señor!
¡Libradnos, Señor!
¿Dormir? ¡Dormir! ¡Concedédnoslo,
Señor!
Aldebarn Zalapa Sep 2012
Me pides que me orille, hacia el contorno del sitio
me estaciono en la sombra, en la cadencia de tus pensamientos
en un latido te descubres, se sienten tus ojos como espejos
como reflejo de explosiones que a mí, me descubren el juego
me tocas la sien con tus manos, calmando ansiedad de veneno
respiras de cerca y en tus ojos, dibujas el plan que me
descubre
que me redime con furia en tu sirviente de instinto
con movimientos despacios, recorro el altar de tu cuerpo
tu piel dorada es atacada por vientos que se apropian
no te importa el invierno, pues tu calor de locura
nos llena el espacio de rojos, de suciedades que borran
que destierran las reglas que nos impiden ahogarnos
enajenar los impulsos con vanidades lascivas
tus movimientos que sobran, que satisfacen tu ego
a mí no me importa, estás encima de mi cuerpo
yo sólo me limito a observarte, a tocarte los espacios
aquellos lugares que buscan que los levante del sueño.
Sorry to upload this in spanish, I know this is mainly an english spoken site, so I´ll soon will put myself to work on the adequate translation.
Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel.Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder.Deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como al través de un tul.Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz.Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar.Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que le guíen,
caballo volador.Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador...
                                        Tal es la inspiración.Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer.Brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel.Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata;
sol que las nubes rompe
y toca en el zenít.Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás.Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal.Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción.Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
Tal es nuestra razón.Con ambas siempre en lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.
Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.
Amo las palabras sonoras
Para hacer fúlgidos collares
O sortijas deslumbradoras.

No me he cuidado de pesares
O dolores para con ellos
Adornar rimas o cantares.

Quisiera en fino metal, sellos
Acuñar, o esculpir perfiles
O de mujeres rostros bellos.

¡Si los ritmos fueran buriles
En la brillantez de oro o plata
O en la palidez de marfiles!

Sílabas con música grata,
Palabras suaves, armoniosas,
Con cadencia de serenata,

Os busco, cual gemas preciosas
En el socavón el minero
Busca por vetas tortuosas.

Y las escojo con esmero,
Luego las manos hundo en ellas
Como en las gemas el joyero;

Y absorto miro las más bellas,
Unas fingen perlas, corales,
Otras, diamantes cual estrellas...

Amo las voces musicales,
La melodía leve y clara,
Y así como la rima rara,
La cadencia de los finales.
Iv
Los mendigos pelean por España
mendigando en París, en Roma, en Praga
y refrendando así, con mano gótica, rogante,
los pies de los Apóstoles, en Londres, en New York, en Méjico.

Los pordioseros luchan suplicando infernalmente
a Dios por Santander,
la lid en que ya nadie es derrotado.
A1 sufrimiento antiguo
danse, encarnízanse en llorar plomo social
al pie del individuo,
y atacan a gemidos, los mendigos,
matando con tan solo ser mendigos.

Ruegos de infantería,
en que el arma ruega del metal para arriba,
y ruega la ira, más acá de la pólvora iracunda.
Tácitos escuadrones que disparan,
con cadencia mortal, su mansedumbre,
desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay! desde sí mismos.
Potenciales guerreros
sin calcetines al calzar el trueno,
satánicos, numéricos,
arrastrando sus títulos de fuerza,
migaja al cinto,
fusil doble calibre: sangre y sangre.
¡El poeta saluda al sufrimiento armado!
¿Decís que la rima ya ha muerto, y que es ruido
De compás monótono, muy fuerte al oído,
Y que rotos ritmos son música interna
Para los arcanos del alma moderna?

¿Música? Mas cuándo lo que no es eufónico
Por suerte ha dejado de ser inarmónico?

Descoyuntamientos y palabrería,
No serán ni han sido jamás Poesía.
Es a sus dominios áspera la ruta,
Y todo el que quiera, su don no disfruta.
Y así como el mármol a cincel se labra,
Al esfuerzo nacen idea y palabra.
Siempre el arte es largo. Poeta o artista
No con bagatelas el lauro conquista.

Grautier dijo: «Calce la Musa un estrecho
Coturno». Y os digo, que el píe que no es hecho
A molde no holgado, rehúya la ordalia
Del verso, y que lleve más libre sandalia.

Dejad a la Musa su veste radiosa:
Las trabas del verso no tiene la prosa.
¿Y cuándo el desorden, la no coherencia,
Han sido armonía y han sido cadencia?

«Son cosas sutiles, son matices trémulos»,
Decís, «y vosotros que sois nuestros émulos
No entendéis».
                                    Es cierto. Jamás lo estrambótico
Entendemos, menos lo insulso o caótico.

¿Que usáis simbolismos? Lo diáfano es norma:
Jamás lo que el hombre retuerce o deforma.
¿Queréis que os comprendan?  Sed siempre muy claros:
Que brillen los versos cual mármol de Paros,
Y en ellos, la rima cual oro en la jagua,
O rosa de fuego temblando en el agua;
Y como el poema del BJiin cruza Elsa,
Que siga la Musa radiante y excelsa,
Dejando cual huella de luz vivos rastros,
Y orladas las sienes en polvo de astros.

Ícaro, atrevido, vio vano su anhelo....
Si no tenéis alas no intentéis el vuelo.
Quedaos en tierra si la fuerza os falta.
Es duro el ascenso. La cumbre es muy alta.
Poesía es Arte, del Arte la cima,
Y la estrofa es alma, y es ritmo y es rima.
Verdad que las reglas son difícil aula,
Mas falta no hace que entréis a la jaula;
Y de Arte y de numen al soplo y al toque
Tan sólo ha surgido la estatua del bloque.
Aquí gaviota vela,
aquí conmigo,
luz en canto
recién amanecido;
dame verde tu aliento
rama trino,
soñolencia
limón
bostezo hiedra;
embiste mar,
embiste mis pupilas
y en ritmo azul
adéntrate en mis venas,
ola tras ola
y siempre
lejanía,
apetencia, voraz
de despedida,
pero también de rubia resolana,
de sol adolescente y marinero,
de modorra desnuda,
aquí, en la playa.
-de espalda femenina
y asoleada-,
****** azul remanso,
vuelo espuma,
horizonte, horizonte,
y humareda
-algosa cabellera
en el recuerdo-
junto al fervor devoto de los pinos,
azul, ellos también,
ya casi cielo,
y de cuanto es sustancia
y es entrega,
milagro permanente,
brisa, piedra,
cadencia de rompiente
en la escollera...
y en mí -¡ya para siempre!-
hasta la médula.
En este espacio cada uno es capaz
de zurcir sus vislumbres y tinieblas
árboles me rodean con sus patas de elefante
tengo un gong en las sienes memoriosas

en un banco como éste cubierto de ramitas
mi adolescencia aprendió a dostoievsky
y gracias a fernández moreno en chascomús
pensó el equivalente de anch'io son'pittore

tozudo como la cadencia de un molino
latigazo del aire       desairado
sé del barro prolijo       los segmentos
de cielo
las hojas muertas y el gemido o la brisa

no es un refugio pero da amparo
oasis ecológico con vista a la jornada
sin la miseria huésped en los lindes
pero con frisos de jactancia y humo

siempre me anima su propuesta de verdes
y la disfruto como si fuera un insomnio
de esos que transitan por los amores de la piel
proclive a tantas otras ceremonias

también me conforta su condición de isla
eco querellante del simulacro organizado
por fortuna libre de viejas simetrías
ya que sus canteros fingen otra retórica

lujo del pobre entre los opulentos galaxia de jubilados y niñeras
y seminaristas autoflagelados
que salen a respirar con los gorriones

siempre acudo a vos en peregrinación
plaza san martín de los pastitos elegantes
y de las muchachas que aprenden a besar
con los ojos cerrados       como en el cine
Cruza callada, y son sus movimientos
    silenciosa armonía:
suenan sus pasos, y al sonar recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica.   Los ojos entreabre, aquellos ojos
    tan claros como el día;
y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas.   Ríe, y su carcajada tiene notas
    del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
    de ternura infinita.Ella tiene la luz, tiene el perfume,
    el color y la línea,
la forma engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesía.   ¿Qué es estúpida? ¡Bah!  Mientras callando
    guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga.
Jesús, en aquel tiempo, en tarde hermosa,
fragante y rumorosa,
llegó del lago a la desierta orilla,
y junto a sus discípulos sentado,
bajo el fresco arbolado,
fue ante sus pies amontonando arcilla.

Y empezó a modelar mirlas, zorzales,
palomas y turpiales
y jilgueros con arte peregrino;
y los niños al verlo, abandonaron
sus juegos y llegaron
en torno del artífice divino.

Fariseos ceñudos que del templo
regresaban: «qué ejemplo
das tú», gritaron con acento airado;
¿En sábado trabajas? ¿No comprendes
que al Dios del Cielo ofendes?
El día del Señor has profanado.
Alzó como en un ruego la mirada
hacia la turba airada,
y en voz humilde y de cadencia suave,
voz armoniosa de celeste encanto:
¿Habré pecado tanto?
y el pico terminó de un ave.
Y luego ante la turba que con ira
su indiferencia mira,
y que sigue en redor vociferando,
tres golpes dio en el suelo. Y al instante.
hacia el azul radiante,
se lanzaron los pájaros cantando.
Como radiosa evocación lejana,
En marfil, cuyo brillo ya amortigua
La edad, se ve la miniatura antigua,
Entre un círculo oval de viva grana.

La diadema en airón que la engalana,
De su raza los timbres atestigua,
Y aun se percibe bajo luz ambigua
Su belleza ideal de sevillana.

¡Noches de la Colonia!... La imagino
Ante el Virrey Solís, en reverencia,
Con su donaire y su perfil divino,

Cuando entre níveas blondas, como espumas,
De los minués marcaba la cadencia
Con su abanico de carey y plumas.
Tus otoños me arrullan
en coro de quimeras obstinadas;
vas en mí cual la venda va en la herida;
en bienestar de placidez me embriagas;
la luna lugareña va en tus ojos
¡oh blanda que eres entre todas blanda!
y no sé todavía
qué esperarán de ti mis esperanzas.
Si vas dentro de mí, como una inerme
doncella por la zona devastada
en que ruge el pecado, y si las fieras
atónitas se echan cuando pasas;
si has sido menos que una melodía
suspirante, que flota sobre el ánima,
y más que una pía salutación;
si de tu pecho asciende una fragancia
de limón, cabalmente refrescante
e inicialmente ácida;
si mi voto es que vivas dentro de una
virginidad perenne aromática,
vuélvese un hondo enigma
lo que de ti persigue mi esperanza.
¿Qué me está reservado
de tu persona etérea? ¿Qué es la arcana
promesa de tus ser? Quizá el suspiro
de tu propio existir; quizá la vaga
anunciación penosa de tu rostro;
la cadencia balsámica
que eres tú misma, incienso y voz de armónium
en la tarde llovida y encalmada...
De toda ti me viene
la melodiosa dádiva
que me brindó la escuela
parroquial, en una hora ya lejana,
en que unas voces núbiles
y lentas ensayaban,
en un solfeo cristalino y simple,
una lección de Eslava.
Y de ti y de la escuela
pido el cristal, pido las notas llanas,
para invocarte ¡oscura
y rabiosa esperanza!
con una a colmada de presentes,
con una a impregnada
del licor de un banquete espiritual:
¡ara mansa, ala diáfana, alma blanda,
fragancia casta y ácida!
Bochorno. En la noche cálida
El barco cruje subiendo,
Y en el río va cayendo
De la luna la luz pálida.

Se abanican los palmares
En las orillas del río,
Y vienen desde el bohío
Del leñador los cantares.

El ocaso se arrebola
Con vaga fosforescencia,
Y se escucha la cadencia
De un tiple y una bandola.

Todo el barco so estremece;
Y mientras la noche sueña,
Con las chispas de la leña
La chimenea florece.

Doquiera, calor de horno;
Vibra lejos una copla,
Y ni una aura fresca sopla
De la noche en el bochorno.

Entre el verde matorral
La luz de cocuyos brilla,
Y aduerme, desde la orilla,
El rumor del platanal.

Deja el barco leves huellas,
Y van las chispas subiendo,
Y las chispas van cayendo
Como una lluvia de estrellas.
A qué mirar, a qué permanecer
seguros
de que todo que es así, seguirá
siendo... Jamás pudo
ser de otra forma, compacto
y duro,
este -perfecto en su cadencia-
mundo.
Preferible es no ver. Meter las manos
en un oscuro
panorama, y no saber
qué es esto que aferramos, en un puro
afán de incertidumbre, de mentira.
Porque la verdad duele. Y lo único
que te agradezco ya es que me engañes
una vez más...
                                  -«Te quiero mucho...»
Será en azul mañana. Lejos, habrá una estrella,
Muy lejos, entre nubes rosadas, al oriente.
Después vendrá la Pálida. «¡No!» le diré, mas ella,
Furtiva y en silencio, me besará en la frente.

En la aldea y el campo comenzará la vida.
A la escuela los niños pasarán. De la calle
Vendrán llegando voces de gente conocida,
Y al són de las esquilas irá el rebaño al valle.

Azul, azul el cielo. Por la ventana abierta,
Las ruedas de los carros se oirán por los caminos;
Y se verá en el llano, que ante la luz despierta,
Alzarse lento el humo de techos campesinos.

Será entonces el tránsito. Cadencia, incienso, nube,
Ascensión hacia mundos de luz y eternas galas.
Será entonces el tránsito, con todo lo que sube,
Trino, y alma de flores y palpitar de alas.
La celeste cuadriga baja hacia el occidente
y viendo que ante él huye del ocaso la arena,
en vano con su cuádruple rendaje el Dios sofrena
los corceles piafantes en el oro fulgente.

El carro baja rápido. Con suspiro potente
la mar, el amplio cielo, teñido en rojo, llena,
y en el azul sombrío de la noche serena,
Más clara la luz brilla de la luna creciente.

Es hora en que la Ninfa, en la margen del río,
el arco lanza, tenso, junto al carcaj vacío.
Todo enmudece. Un ciervo brama por las montañas.

Ilumina la luna la danza. Y Pan, en tanto,
la cadencia bajando o subiendo del canto,
ríe al ver que se animan con su soplo las cañas.
No se porque Dario se escapa de mi lengua
y porque Sor Juana sale de mi boca
pero los quiero
atrapar con las palmas de mis manos

nunca e ido a Nicaragua
solo a Mexico
pero me gustan, me gusta
la cadencia

quizas ire a chile por Mistral
o puede ser  que descienda sobre buenos aires
en busca del el flaco Spinetta
pues el también fue poeta

puede ser que regrese a San Miguel de Allende
para comprar mandado en el mercado
y ver si Cisneros compra fruta
pues a dado mucha

— The End —