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Paola Granado Feb 2013
A lo mejor mi sentir hacia ti
No se compara al tuyo
pero un motivo
me as dado a escribir
sobre lo tuyo

el tiempo sigue corriendo
oportunidades se van desvaneciendo
recuerdos desaparecen
sentimientos borrosos que no vuelven

te conocí
y en una esclava me convertiste
a ese vino espumoso
años tras años
cambio tras cambio
solo vino seco en mis labios tengo

en mis sueños
revivo recuerdos
mi conciencia me desvela
esa tortura que intento borrar

nunca te busco
siempre apareces
el pasado me persigue
cuando intento olvidar

no me culpes ni critiques
mis sentimientos
si borrarlos no puedo
solo lagrimas bajan
cada ves que te veo

es inútil cuanto te quiero
desperdicios creaste en mi sentir
solo recuperarlos es mi vivir
para dar se los alguien sin fin...
América, de un grano
de maíz te elevaste
hasta llenar
de tierras espaciosas
el espumoso
océano.
Fue un grano de maíz tu geografía.
El grano
adelantó una lanza verde,
la lanza verde se cubrió de oro
y engalanó la altura
del Perú con su pámpano amarillo.

Pero, poeta, deja
la historia en su mortaja
y alaba con tu lira
al grano en sus graneros:
canta al simple maíz de las cocinas.

Primero suave barba
agitada en el huerto
sobre los tiernos dientes
de la joven mazorca.
Luego se abrió el estuche
y la fecundidad rompió sus velos
de pálido papiro
para que se desgrane
la risa del maíz sobre la tierra.

A la piedra
en tu viaje, regresabas.
No a la piedra terrible,
al sanguinario
triángulo de la muerte mexicana,
sino a la piedra de moler,
sagrada
piedra de nuestras cocinas.
Allí leche y materia,
poderosa y nutricia
pulpa de los pasteles
llegaste a ser movida
por milagrosas manos
de mujeres morenas.

Donde caigas, maíz,
en la olla ilustre
de las perdices o entre los fréjoles
campestres, iluminas
la comida y le acercas
el virginal sabor de tu substancia.

Morderte,
panocha de maíz, junto al océano
de cantara remota y vals profundo.
Hervirte
y que tu aroma
por las sierras azules
se despliegue.

Pero, dónde
no llega
tu tesoro?

En las tierras marinas
y calcáreas,
peladas, en las rocas
del litoral chileno,
a la mesa desnuda
del minero
a veces sólo llega
la claridad de tu mercadería.

Puebla tu luz, tu harina, tu esperanza
la soledad de América,
y el hambre
considera tus lanzas
legiones enemigas.

Entre tus hojas como
suave guiso
crecieron nuestros graves corazones
de niños provincianos
y comenzó la vida
a desgranarnos.
Torcido, desigual, blando y sonoro,
Te resbalas secreto entre las flores,
Hurtando la corriente a los calores,
Cano en la espuma y rubio con el oro.
En cristales dispensas tu tesoro,
Líquido plectro a rústicos amores,
Y templando por cuerdas Ruiseñores,
Te ríes de crecer con lo que lloro.
De vidro, en las lisonjas divertido,
Gozoso vas al monte; y despeñado
Espumoso encaneces con gemido.
No de otro modo el corazón cuitado
A la prisión, al llanto se ha venido,
Alegre, inadvertido, y confiado.

— The End —