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A la luz de la tarde moribunda
Recorro el olvidado cementerio,
Y una dulce piedad mi pecho inunda
Al pensar de la muerte en el misterio.

Del occidente a las postreras luces
Mi errabunda mirada sólo advierte
Los toscos leños de torcidas cruces,
Despojos en la playa de la Muerte.

De madreselvas que el Abril enflora,
Cercado humilde en torno se levanta,
Donde vierte sus lágrimas la aurora,
Y donde el ave, por las tardes, canta.

Corre cerca un arroyo en hondo cauce
Que a trechos lama verdinegra viste,
Y de la orilla se levanta un sauce,
Cual de la Muerte centinela triste.

Y al oír el rumor en la maleza,
Mi mente inquiere, de la sombra esclava,
Si es rumor de la vida que ya empieza,
O rumor de la vida que se acaba.

«¿Muere todo?» me digo. En el instante
Alzarse veo de las verdes lomas,
Para perderse en el azul radiante,
Una blanca bandada de palomas.

Y del bardo sajón el hondo verso,
Verso consolador, mi oído hiere:
No hay muerte porque es vida el universo;
Los muertos no están muertos...  ¡Nada muere!
¡No hay muerte! ¡todo es vida!...
                                                     
El sol que ahora,
Por entre nubes de encendida grana
Va llegando al ocaso, ya es aurora
Para otros mundos, en región lejana.

Peregrina en la sombra, el alma yerra
Cuando un perdido bien llora en su duelo.
Los dones de los cielos a la tierra
No mueren... ¡Tornan de la tierra al cielo!
Si ya llegaron a la eterna vida
Los que a la sima del sepulcro ruedan,
Con júbilo cantemos su partida,
¡Y lloremos más bien por los que quedan!

Sus ojos vieron, en la tierra, cardos,
Y sangraron sus pies en los abrojos...
¡Ya los abrojos son fragantes nardos,
Y todo es fiesta y luz para sus ojos!

Su pan fue duro, y largo su camino,
Su dicha terrenal fue transitoria...
Si ya la muerte a libertarlos vino,
¿Porqué no alzarnos himnos de victoria?
La dulce faz en el hogar querida,
Que fue en las sombras cual polar estrella:
La dulce faz, ausente de la vida,
¡Ya sonríe más fúlgida y más bella!

La mano que posada en nuestra frente,
En horas de dolor fue blanda pluma,
Transfigurada, diáfana, fulgente,
Ya como rosa de Sarón perfuma.

Y los ojos queridos, siempre amados,
Que alegraron los páramos desiertos,
Aunque entre sombras los miréis cerrados,
¡Sabed que están para la luz abiertos!

Y el corazón que nos amó, santuario
De todos nuestros sueños terrenales,
Al surgir de la noche del osario,
Es ya vaso de aromas edenales.

Para la nave errante ya hay remanso;
Para la mente humana, un mundo abierto;
Para los pies heridos... ya hay descanso,
Y para el pobre náufrago... ya hay puerto.
No hay muerte, aunque se apague a nuestros ojos
Lo que dio a nuestra vida luz y encanto;
¡Todo es vida, aunque en míseros despojos
Caiga en raudal copioso nuestro llanto!

No hay muerte, aunque a la tumba a los que amamos
(La frente baja y de dolor cubiertos),
Llevemos a dormir... y aunque creamos
Que los muertos queridos están muertos.

Ni fue su adiós eterna despedida...
Como buscando un sol de primavera
Dejaron las tinieblas de la vida
Por nueva vida, en luminosa esfera.

Padre, madre y hermanos, de fatigas
En el mundo sufridos compañeros,
Grermen fuisteis ayer... ¡hoy sois espigas,
Espigas del Señor en los graneros!

Dejaron su terrena vestidura
Y ya lauro inmortal radia en sus frentes;
Y aunque partieron para excelsa altura,
Con nosotros están... no están ausentes!
Son luz para el humano pensamiento,
Rayo en la estrella y música en la brisa.
¿Canta el aura en las frondas?...  ¡Es su acento!
¿Una estrella miráis?...  ¡Es su sonrisa!

Por eso cuando en horas de amargura
El horizonte ennegrecido vemos,
Oímos como voces de dulzura
Pero de dónde vienen... ¡no sabemos!

¡Son ellos... cerca están!  Y aunque circuya
Luz eterna a sus almas donde moran
En el placer nuestra alegría es suya,
Y en el dolor, con nuestro llanto lloran.

A nuestro lado van.  Son luz y egida
De nuestros pasos débiles e inciertos
No hay muerte...  ¡Todo alienta, todo es vida!
¡Y los muertos queridos no están muertos!

Porque al caer el corazón inerte
Un mundo se abre de infinitas galas,
¡Y como eterno galardón, la Muerte
Cambia el sudario del sepulcro, en alas!
En el alba de callados venenos
amanecemos serpientes.

Amanecemos piedras,
raíces obstinadas,
sed descarnada, labios minerales.

La luz en estas horas es acero,
es el desierto labio del desprecio.
Si yo toco mi cuerpo soy herido
por rencorosas púas.
Fiebre y jadeo de lentas horas áridas,
miserables raíces atadas a las piedras.

Bajo esta luz de llanto congelado
el henequén, inmóvil y rabioso,
en sus índices verdes
hace visible lo que nos remueve,
el callado furor que nos devora.

En su cólera quieta,
en su tenaz verdor ensimismado,
la muerte en que crecemos se hace espada
y lo que crece y vive y muere
se hace lenta venganza de lo inmóvil.

Cuando la luz extiende su dominio
e inundan blancas olas a la tierra,
blancas olas temblantes que nos ciegan,
y el puño del calor nos niega labios,
un fuego verde cerca al henequén,
muralla viva que devora y quema
al otro fuego que en el aire habita.
Invisible cadena, mortal soplo
que aniquila la sed de que renace.

Nada sino la luz. No hay nada, nada
sino la luz contra la luz rabiosa,
donde la luz se rompe, se desangra
en oleaje estéril, sin espuma.

El agua suena. Sueña.
El agua intocable en tu tumba de piedra,
sin salida en su tumba de aire.
El agua ahorcada,
el agua subterránea,
de húmeda lengua humilde, encarcelada.
El agua secreta en su tumba de piedra
sueña invisible en su tumba de agua.

A las seis de la tarde
alza la tierra un vaho blanquecino.
Vuelan pájaros mudos, barro helado.
Arrasen nubes crueles el cielo sin orillas.

Pero en la noche el agua gime.
Un cielo de metal
oprime pecho y venas
y tiembla en el ahogo el horizonte.
El agua gime entre sus negros hierros.
El hombre corre de la muerte al sueño.

El henequén vigila cielo y tierra.
Es la venganza de la tierra,
la mano de los hombres contra el cielo.
¿Qué tierra es ésta?,
¿qué extraña violencia alimenta
en su cáscara pétrea?
¿qué fría obstinación,
años de fuego frío,
petrificada saliva persistente,
acumulando lentamente un jugo,
una fibra, una púa?

Una región que existe
antes que sobre el mundo alzara el aire
su bandera de fuego y el agua sus cristales;
una región de piedra
nacida antes del nacimiento mismo de la muerte,
una región, un párpado de fiebre,
unos labios sin sueño
que recorre sin término la sed,
como el mar a las lajas en las costas desiertas.

La tierra sólo da su flor funesta,
su espada vegetal.
Su crecimiento rige
la vida de los hombres.
Por sus fibras crueles
corre una sed de arena
trepando desde sótanos ciegos,
duras capas de olvido donde el tiempo no existe.

Furiosos años lentos, concentrados,
como no derramada, oculta lágrima,
brotando al fin sombríos
en un verdor ensimismado,
rasgando el aire, pulpa, ahogo,
blanda carne invisible y asfixiada.
Al cabo de veinticinco amargos años
alza una flor sola, roja y quieta.
Una vara ****** la levanta
y queda entre los aires, isla inmóvil,
petrificada espuma silenciosa.

Oh esplendor vengativo,
única llama de este infierno seco,
¿tanta fiebre acallada,
surge en tu llama rígida, desnuda,
para cantar, sólo, tu muerte?
¡Si yo pudiera,
en esta orilla que la sed ilumina,
cantar al hombre que la habita y la puebla,
cantar al hombre que su sed aniquila!

Al hombre húmedo y persistente como lluvia,
al hombre como un árbol hermoso y ultrajado
que arranca su nacimiento al llanto,
al hombre como un río entre las llamas,
como un pájaro semejante a un relámpago.
Al hombre entre sus fines y sus frutos.

Los frutos de la tierra son los fines del hombre.
Mezcla su sal henchida con las sales terrestres
y esa sal es más tierna que la sal de los mares:
le dio Adán, con su sangre, su orgulloso castigo.

¡Si pudiera cantar
al hombre que vive bajo esta piel amarga!
El nacimiento,
el espanto nocturno,
la vasta mano que puebla y despuebla la tierra.

Entre el primer silencio y el postrero,
entre la piedra y la flor,
tú caminas. Te ciñe un pulso aéreo,
un silencio flotante,
como fuga de sangre, como humo,
como agua que olvida.

Llamas petrificadas te sostienen.
Caminas entre espadas,
casi invisible
bajo el temblor del cielo liso,
con un paso, un solo paso tierno,
un leve paso de animal que huye.

Tú caminas. Tú duermes. Tú fornicas.
Tú danzas, bebes, sueñas.
Sueñas en otros labios que prolonguen tu sueño.

Alguien te sueña, solo.
Tu nombre, polvo, piedra,
en el polvo sediento precipita su ruina.

Mas no es el ritmo oscuro del planeta,
el renacer de cada día,
el remorir de cada noche,
lo que te mueve por la tierra.
¡Oh rueda del dinero,
que ni te palpa ni te roza
y te deshace cada día!

Ángel de tierra y sueño,
agua remota que se ignora,
oh condenado,
oh inocente,
oh bestia pura entre las horas del dinero,
entre esas horas que no son nuestras nunca,
por esos pasadizos de tedio devorante
donde el tiempo se para y se desangra.

¡El mágico dinero!
Invisible y vacío,
es la señal y el signo,
la palabra y la sangre,
el misterio y la cifra,
la espada y el anillo.

Es el agua y el polvo,
la lluvia, el sol amargo,
la nube que crea el mar solitario
y el fuego que consume los aires.
Es la noche y el día:
la eternidad sola y adusta
mordiéndose la cola.

El hermoso dinero da el olvido,
abre las puertas de la música,
cierra las puertas al deseo.
La muerte no es la muerte: es una sombra,
un sueño que el dinero no sueña.

¡El mágico dinero!
Sobre los huesos se levanta,
sobre los huesos de los hombres se levanta.

Pasas como una flor por este infierno estéril,
hecho sólo del tiempo encadenado,
carrera maquinal, rueda vacía
que nos exprime y deshabita,
y nos seca la sangre,
y el lugar de las lágrimas nos mata.

Porque el dinero es infinito y crea desiertos infinitos.
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.

Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.
Mi vida, enferma de fastidio, gusta
de irse a guarecer año por año
a la casa vetusta
de los nobles abuelos
como a refugio en que en la paz divina
de las cosas de antaño
sólo se oye la voz de la madrina
que se repone del acceso de asma
para seguir hablando de sus muertos
y narrar, al amparo del crepúsculo,
la aparición del familiar fantasma.
A veces, en los ámbitos desiertos
de los viejos salones,
cuando dialogas con la voz anciana,
se oye también, sonora maravilla,
tu clara voz, como la campanilla
de las litúrgicas elevaciones.
Yo te digo en verdad, buena Fuensanta,
que tu voz es un verso que se canta
a la Virgen, las tardes en que mayo
inunda la parroquia con sus flores:
que tu mirada viva es como el rayo
que arranca el sol a la custodia rica
que dio para el altar mayor la esposa
de un católico Rey de las Españas;
que tu virtud amable me edifica,
y que eres a mis ósculos sabrosa,
no como de los reyes los manjares,
sino cual pan humilde que se amasa
en la nativa casa
y se dora en los hornos familiares.
¡Oh, Fuensanta!: mi espíritu ayudado
de tus manos amigas,
ha de exhumar las glorias del pasado:
En el ropero arcaico están las ligas
que en el día nupcial fueron ofrenda
del abuelo amador
a la novia de rostro placentero,
y cada una tiene su leyenda:
«Tú fuiste, Amada, mi primer amor,
y serás el postrero».
¡Oh, noble sangre, corazón pueril
de comienzos del siglo diecinueve,
para ti la mujer, por el decoro
de sus blancas virtudes,
era como una Torre de Marfil
en que después del madrigal sonoro
colgabas los románticos laúdes!
Yo obedezco, Fuensanta, al atavismo
de aquel alto querer, te llamo hermana,
fiel a mi bautismo,
sólo te ruego en mi amoroso mal
con la prez lauretana.
Tu llanto es para mí linfa lustral
que por virtud divina se convierte
en perlas eclesiásticas, bien mío,
para hacerme un rosario contra el frío
y las hondas angustias de la muerte.
Los vistosos mantones de Manila
que adornaron a las antepasadas
y tienes en las manos delicadas,
me sugieren la época intranquila
de los días feriales
en que el pueblo se alegra con la Pascua,
hay cohetes sonoros,
tocan diana las músicas triunfales,
y la tarde de toros
y la mujer son una sola ascua.
También tú, con las flores policromas
que engalanan los clásicos mantones
de Manila, pudieras haber ido
a la conquista de los corazones.
Mas ¡oh Fuensanta!, al buen Jesús le pido
que te preserve con su amor profundo:
tus plantas no son hechas
para los bailes frívolos del mundo
sino para subir por el Calvario,
y exento de pagano sensualismo
el fulgor de tus ojos es el mismo
que el de las brasas en el incensario.
Y aunque el alma atónita se queda
con las venustidades tentadoras
a las que dan el fruto de su industria
los gusanos de seda,
quiere mejor santificar las horas
quedándose a dormir en la almohada
de tus brazos sedeños
para ver, en la noche ilusionada,
la escala de Jacob llena de ensueños.
Y las alegres ropas,
los antiguos espejos,
el cristal empañado de las copas
en que bebieron de los rancios vinos
los amantes de entonces, y los viejos
cascabeles que hoy suenan apagados
y se mueren de olvido en los baúles,
nos hablan de las noches de verbena,
de horizontes azules,
en que cobija a los enamorados
el sortilegio de la luna llena.
Fuensanta: ha de ser locura grata
la de bailar contigo a los compases
mágicos de una vieja serenata
en que el ritmo travieso de la orquesta,
embriagando los cuerpos danzadores,
se acuerda al ritmo de la sangre en fiesta.
Pero es mejor quererte
por tus tranquilos ojos taumaturgos,
por tu cristiana paz de mujer fuerte,
porque me llevas de la mano a Sion
cuya inmortal lucerna es el Cordero,
porque la noche de mi amor primero
la hiciste de perfume y transparencia
como la noche de la Anunciación,
por tus santos oficios de Verónica,
y porque regalaste la paciencia
del Evangelio, a mi tristeza crónica.
Los muebles están bien en la suprema
vetustez elegante del poema.
Las arcas se conservan olorosas
a las frutas guardadas;
el sofá tiene huellas de los muslos
salomónicos de las desposadas;
entre un adorno artificial de rosas
surgen, en un ambiente desteñido,
las piadosas pinturas polvorientas;
y el casto lecho que pudiera ser
para las almas núbiles un nido,
nos invita a las nupcias incruentas
y es el mismo, Fuensanta, en que se amaron
las parejas eróticas de ayer.
Dos fantasmas dolientes
en él seremos en tranquilo amor,
en connubio sin mácula yacentes;
una pareja fallecida en flor,
en la flor de los sueños y las vidas;
carne difunta, espíritus en vela
que oyen cómo canta
por mil años el ave de la Gloria;
dos sombras dormidas
en el tálamo estéril de una santa.
A ti, con quien comparto la locura
de un arte firme, diáfano y risueño;
a ti, poeta hermano que eres cura
de la noble parroquia del Ensueño;
va la canción de mi amoroso mal,
este poema de vetustas cosas
y viejas ilusiones milagrosas,
a pedirte la gracia bautismal.
Te lo dedico
porque eres para mí dos veces rico;
por tus ilustres órdenes sagradas
y porque de tu verso en la riqueza
la sal de la tristeza
y la azúcar del bien están loadas.
¡Cuántos desiertos interiores!
Heme aquí joven, fuerte aún,
y con mi heredad ya sin flores.
Némesis sopló en mis alcores
con bocanadas de simún.

De un gran querer, noble y fecundo,
sólo una trenza me quedó...
¡y un hueco más grande que el mundo!
Obra fue todo de un segundo.
¿Volveré a amar? ¡Pienso que no!

Sólo una vez se ama en la vida
a una mujer como yo amé;
y si la lloramos perdida
queda el alma tan malherida
que dice a todo: "¡Para qué!"

Su muerte fue mi premoriencia,
pues que su vida era razón
de ser de toda mi existencia.
Pensarla es ya mi sola ciencia...
¡Resignación! ¡Resignación!
trestrece May 2014
Soy huellas que no secan
en el vacío interminable de tu pecho
como marca hecha en desiertos
por el cadáver sediento de tu cuerpo

Soy un jugador con sonrisa de plata
que se burla a escondidas,
y se cree ganador de todo lo perdido
aceptando el trofeo en secreto

sabiendo que ha hecho bien
en romper silencios,
cadenas,
el alma,
y ha hecho jirones
la camisa de un amante,
en busca del elixir divino

Soy quien encontró ambrosía
en labios rosas
como almohadas celestiales
que bajan a su encuentro
entre noches perdidas,
secretas,
sedientas

Soy quien ríe al último
con honestidad y el alma limpia
pues no tengo nada que perder
ya que he dado todo
y regresó en migajas
en platos rotos
y en realidades
que no concuerdan con los sueños

y no me arrepiento de nada
la historia me absuelve
como algún matón cubano dijo
alguna vez
en algún lugar
pues todos los asesinos
tienen su razón
justificada.
Pienso en un tigre. La penumbra exalta
La vasta Biblioteca laboriosa
Y parece alejar los anaqueles;
Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
él irá por su selva y su mañana
Y marcará su rastro en la limosa
Margen de un río cuyo nombre ignora
(En su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto.)
Y salvará las bárbaras distancias
Y husmeará en el trenzado laberinto
De los olores el olor del alba
Y el olor deleitable del venado;
Entre las rayas del bambú descifro,
Sus rayas y presiento la osatura
Baja la piel espléndida que vibra.
En vano se interponen los convexos
Mares y los desiertos del planeta;
Desde esta casa de un remoto puerto
De América del Sur, te sigo y sueño,
Oh tigre de las márgenes del Ganges.

Cunde la tarde en mi alma y reflexiono
Que el tigre vocativo de mi verso
Es un tigre de símbolos y sombras,
Una serie de tropos literarios
Y de memorias de la enciclopedia
Y no el tigre fatal, la aciaga joya
Que, bajo el sol o la diversa luna,
Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
Su rutina de amor, de ocio y de muerte.
Al tigre de los simbolos he opuesto
El verdadero, el de caliente sangre,
El que diezma la tribu de los búfalos
Y hoy, 3 de agosto del 59,
Alarga en la pradera una pausada
Sombra, pero ya el hecho de nombrarlo
Y de conjeturar su circunstancia
Lo hace ficción del arte y no criatura
Viviente de las que andan por la tierra.


Un tercer tigre buscaremos. Éste
Será como los otros una forma
De mi sueño, un sistema de palabras
Humanas y no el tigre vertebrado
Que, más allá de las mitologías,
Pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
Me impone esta aventura indefinida,
Insensata y antigua, y persevero
En buscar por el tiempo de la tarde
El otro tigre, el que no está en el verso.
Leydis Jun 2017
Tú,
Mi puente de amor.
Mi vaivén de ilusiones.
Mi agua fluyente.
Mi sempiterna carretera de felicidad.
El arraigar de toda mi fogosidad.

Tú,
puerto que va perdiendo su orilla,
más siempre anclas en los escondites de mi alma.
Hasta ahí navegas, con tu sonrisa pasmada.
Ese abrir de tu paraíso entre dientes y labios,
que brota de si, el aire que sirve como barandilla para mis miedos.
Miedos que van disminuyendo, porque he entendido que no hay barca
que pueda nadar el mar que es mi amor por ti.

Tú,
Mi frontera entre el mar y la tierra.
La precipitación de mis desiertos.
Desiertos donde moro en tu ausencia.
Ausencia que asilo como tesoro del pasado y el fortuito futuro.
Futuro que aguarda las respuestas de un pasado alborotador.

Tú,
El estribo que me hace perder los estribos.
Puente de mi esclavitud en libertad.
Libertad que aprisiona mi voluntad.
Voluntad que flaquea ante tu losa de pasiones,
y normaliza todas las contradicciones que puedo ser.

Tú.
Tú eres el único puente en mi demente cordura que entiendo.
El único puente que se y quiero caminar—
sea hecho en soga, piedra o de metal.
Tú eres mi acueducto de amor si me miras.
La autopista hacia el olvido si no llamas.
Y el día que dejes de quererme,
Probablemente, se hundirá mi puente,
en los oleajes del desequilibrio.

LeydisProse
5/8/2017
https://m.facebook.com/LeydisProse/
Ardiente juventud, tú que la herencia
Recoges ya del siglo diez y nueve,
Y que el maduro fruto de la ciencia
Llevas al porvenir con planta breve;
Tú que en la edad viril, la limpia aurora
Verás del nuevo siglo, en que, alentado
Por el rico saber que hoy atesora,
Tu espíritu esforzado,
Al saludar gozosa el sol naciente,
Honrarás las conquistas del presente
Con las sabias lecciones del pasado:

Atiende aquí a mi voz; vibre mi acento
Como un canto triunfal en tus oídos;
Y en noble sentimiento,
Como al sonar de bélico instrumento,
Los generosos pechos encendidos,
Al escucharse de la lira mía
Las toscas pulsaciones,
La acompañen en rítmica armonía
Latiendo vuestros nobles corazones.

Madre es la Patria, que confiada espera,
Al contemplaros, de su amor ufana,
En la marcial carrera,
Su porvenir, su nombre y su bandera
En vuestras manos entregar mañana;
Y, escudos de la ley y del derecho,
La mente con la ciencia engalanada,
Las patricias virtudes en el pecho,
Podréis decir que irradia vuestra espada
Aquella luz que en África una noche
Vieron brillar de César los guerreros
Como lenguas de fuego en sus aceros.

Que no siempre el aliento de la guerra
Fue engendro del rencor y la venganza;
Ni el odio y la matanza
Sobre la faz de la extendida tierra
Han llevado las huestes victoriosas
Que, cual fieros torrentes desbordados,
Destruyeron naciones poderosas
En los heroicos tiempos ya pasados.

El saber, las costumbres, las ideas;
El rico idioma que a mezclarse llega
Con ignotos idiomas escondidos;
La extraña actividad que se desplega,
Al formar vencedores y vencidos
Nuevos pueblos, y razas, y naciones,
Con más altas tendencias,
Con más nobles creencias,
Y más rico caudal de aspiraciones:

Esta la guerra fue. ¡Cuán grande miro,
Sobre la deslumbrante Babilonia,
Su poderoso imperio alzando Ciro!
¡Y al hundirse la asiría monarquía,
De sus escombros de oro y alabastro
Surgir una era nueva, como un astro
Derramando la luz del nuevo día!

El espíritu helénico ¿a quién debe
Su más alto esplendor? Se alza primero
Como lejana luz brillando leve;
Lo trasforma en un sol la voz de Homero;
Y su inmortal fulgor, grande y fecundo,
Viene a alumbrar la historia,
Cuando Alejandro, en alas de la gloria,
Lo extiende en sus conquistas por el mundo.

Predilecto del genio y la victoria,
Por donde quiera que la firme planta
Asienta el hijo de Filipo, un templo
Para honrar el progreso se levanta.
¡Oh caudillo esforzado y sin ejemplo!
Su triunfal estandarte
Pueblos, reyes y obstáculos desprecia,
Porque lleva con él la fe de Grecia,
La voz del genio y el poder del arte.
Y al calor de la lucha y de las armas,
Y a la sombra del águila altanera
Que hacia el Oriente sus legiones guía,
Cifra imperecedera
De inmensa gloria, nace Alejandría.

¡Augusto emporio del saber humano,
Irguióse altiva entre la mar y el Nilo,
Siguiendo el trazo que con diestra mano
Supo copiar Dinócrates tranquilo
Del manto militar del soberano!

Ved: las romanas picas aparecen
Anunciando a la tierra
Que otros gérmenes crecen;
Que en la ciudad de Rómulo se encierra
El porvenir de cien generaciones,
Que llevarán, en alas de la guerra,
Fuertes y victoriosas sus legiones.
Y bajo el sol ardiente de Cartago,
Y en la margen del Támesis sombrío,
Y del Danubio entre el murmullo vago,
Y al pintoresco pie del Alpe frío,
Con César y Pompeyo soberanas,
Llevando al mundo entre sus garras preso,
De la victoria al encendido beso,
Se han de cernir las águilas romanas.

Y al cruzar esas huestes, anchas vías
Se abren para el viajero;
Despiertan en los pueblos simpatías,
Del mercader audaz rico venero;
Surcan tendidos mares los bajeles,
Y, nuevo Deucalión, Roma dejando
Su camino regado de laureles,
Fantásticas ciudades van brotando;
Y, el polvo que levantan los corceles,
Al disipar los vientos,
Dejan ver, como huellas de su paso,
Soberbios monumentos
Desde do nace el sol hasta el ocaso.

Después de tantos siglos de victoria
Roma también inclina su bandera;
Y los últimos fastos de su historia
El triunfo son de muchedumbre fiera
Atravesando con feroz encono
Los lejanos y estériles desiertos,
Y en numerosas hordas conducidos
Por caminos inciertos.
Cual de mares que están embravecidos,
Su espuma salpicando en las arenas
Las gigantescas olas,
Llegan a sepultar playas serenas:
Así vienen, ardientes y terribles,
Hunos, godos, alanos y lombardos,
Vándalos, francos, suevos, burguiñones,
Galos y anglo-sajones;
Y de ese hervor de muchedumbre extraña
Surgen nuevas naciones:
Inglaterra, Alemania, Francia, España.

Del escondido seno de la Arabia
Brota un incendio nuevo que devora
Al mundo ya cristiano;
Brilla la media luna aterradora;
Lanza un grito de guerra el africano;
Y Europa, en otro tiempo vencedora,
Trémula mira la atrevida mano
Del hijo del profeta,
Que, incontrastable, vino
A clavar su pendón sobre los muros
De la imperial ciudad de Constantino.
Su irresistible empuje
Hace rodar el trono de los godos;
Al paso del islam la tierra cruje,
Y al cielo de la ciencia tres estrellas
En tan sangrienta y trágica demanda
Asoman luego espléndidas y bellas:
Son Córdoba, Bagdad y Samarcanda.

Y en esa larga noche tenebrosa
Del espíritu humano, en la Edad Media,
Esos astros de luz esplendorosa
Guardan el sacro fuego
Que el mundo entonces desconoce ciego,
Y que otra culta edad mira asombrada,
Cuando su noble admiración excita
De Córdoba la arábiga Mezquita,
Y la soberbia Alhambra de Granada.

Siempre tras de la guerra,
Más vigorosa llega la cultura:
Así sobre la tierra
La negra tempestad ruge en la altura;
Tremenda se desata
De su seno la hirviente catarata;
El formidable rayo serpentea;
El relámpago incendia el horizonte;
El huracán los ámbitos pasea,
Infundiendo el terror del prado al monte
Y aquella confusión que, estremecida
Y acobardada ve Naturaleza,
Es nueva fuente de vigor y vida,
Y manantial de amor y de belleza.

Recordadlo vosotros, cuyo pecho
Desde temprana edad honra la insignia
Del soldado del pueblo y del derecho;
Y no olvidéis jamás, si acaso un día,
Siguiendo con valor vuestra bandera.
Lleváis o resistís la guerra impía
De nación extranjera,
Sin consentir jamás infame yugo,
Que la espada esgrimís del ciudadano,
No el hacha del verdugo:
Que el pendón que enarbola vuestra mano,
Es la antorcha de luz, y no la tea
Del incendiario vil: que los desvelos
De esta patria, tan tiernos y prolijos,
Es hallar en vosotros dignos hijos
De Hidalgo, de Guerrero y de Morelos.

No olvidéis que mecióse vuestra cuna
En el mismo recinto
Sobre el cual resistieron los aztecas
A las huestes del César Carlos Quinto;
Y que el indio jamás huyó cobarde,
Ni al ver flotando espléndidos palacios
En el revuelto mar, de audacia alarde;
Ni al ver cruzar, silbando en el espacio,
El duro proyectil; ni ante el ruido
Atronador del arcabuz ibero;
Ni al conocer el ágil y ligero
Corcel, que, resoplando entre la espuma
De sus hinchadas fauces, parecía
Hundir el virgen suelo que regía
Con su dorado cetro Moctezuma.
Recordad que a los golpes de la espada,
Y de las lanzas a los botes rudos,
Nunca temió la raza denodada,
Cuyos pechos desnudos
Puso ante los cañones por escudos.
Recordad que este pueblo, cuando siente
Herir su dignidad, fulmina el rayo,
Lo mismo en las montañas insurgente,
Que en los baluartes bajo el sol de mayo:
Que, en páginas de luz dejando escritas,
Glorias que nunca empañará la niebla,
Hidalgo fue un titán de Granaditas,
Y fue un gigante Zaragoza en Puebla:
Que merece en la historia eterna vida
La guerra al invasor osado y fiero,
Cual merece la guerra fratricida
La maldición del Universo entero:
Que una docta experiencia
Dicen que dan el triunfo ambicionado,
Más que las toscas armas del soldado,
Las invencibles armas de la ciencia;
Y, sabios y prudentes,
Al recoger la enseña sacrosanta
De esta patria, que hoy ciñe vuestras frentes
Con el lauro debido a vuestro celo,
Veladla siempre con amor profundo;
Y así cual brilla el sol sobre la esfera,
Mire brillar en vuestra mano el mundo,
Libre y llena de honor, nuestra bandera.
Dad de firmeza y de heroísmo ejemplo;
Nunca luchéis hermano contra hermano;
Amad la patria: y hallaréis por templo
El corazón del pueblo mejicano.
Pablo Paredes Jan 2015
La víspera de un nuevo despertar
se nubla en neblina de adicción,
mi garganta se seca de tanto cantar
y a mi voz le hace falta una musa.

Por latir y perseguir a la quimera de ilusión
que me hace perder la razón,
Cansado mi bohemio corazón está.

En un trago amargo
se ahoga el llanto de lagrimas disecadas;
mientras tanto sus besos embargo
con las palabras de un enamorado trovador

Soy el loco bohemio, no se a donde voy
y acepto que no me importa,
pero aún en las veredas de húmedos desiertos
mi alma yo le doy.

No son los primeros versos que te escribo,
los últimos espero tampoco.
Mil palabras de vino tinto este poeta escribe
a la vena de fábula
Esperando algún día,
el mito clandestino se vuelva realidad.
Arriba azul, verde abajo,
Pleno abril, sol esplendente,
Y yo sentado en un puente
Que cabalga sobre el Tajo.
Ara el buey con gran trabajo
La lejana sementera;
Zumba la abeja doquiera;
Cada planta tiene flor;
Los cielos dicen: ¡amor!
Y los campos: ¡primavera!

Vibra en la extensión lejana,
Que el Tajo hirviente recorre,
La voz que en gótica torre
Da a los aires la campana;
Católica y musulmana,
Infundiendo asombro y miedo.
Desde el puente mirar puedo,
Entre mil tintas bermejas,
Cúpulas, torres y rejas
De la ciudad de Toledo.

¡Cómo resaltan, bañadas
Del sol por los rayos puros,
En cornisones oscuros
Almenas desportilladas!
Sobre ramblas aplomadas
Se mira en conjunto vago
El rudo y constante estrago
De los siglos, que han escrito
Su paso sobre el granito
Con ortiga y jaramago.

¡Toledo! rico tesoro
De señoriales contiendas,
De cuentos y de leyendas
Que enaltecen al rey moro:
Te envuelve en nimbos de oro
El sol que tus campos baña,
Y tienes la pompa extraña
De una majestad caída,
Que refleja, ya vencida,
Todo el esplendor de España.

De tus grandezas testigo,
El Tajo a tu voz responde:
Sirte de plata que esconde
Misterios del rey Rodrigo.
En ti buscaron abrigo
Héroes de raras historias,
Cuyos hechos y memorias
Impiden, a extrañas gentes,
Con tus desgracias presentes
Nublar tus pasadas glorias.

Toledo, soñé en mirarte,
Y al fin feliz te contemplo,
Como silencioso templo
De la tradición y el arte.
Vengan otros a estudiarte:
Nunca atizó mi ansiedad,
Ver si pueblan tu ciudad
Almas grandes o mezquinas:
Me basta ver tus rüinas,
Me encanta tu soledad.

Ya sin puente ni rastrillo,
Destrozado el minarete;
Sin lanzas en el almete
Del paredón amarillo,
Semeja el feudal castillo
Mansión de espectros sombría,
Do nunca el rayo del día
Halla, al penetrar ligero,
Ni en la sala al caballero
Ni en las torres al vigía.

Sólo la indiscreta fama
Cuenta que en tiempo pasado
Tuvo el castillo clavado
En la puerta un oriflama;
Fue prisión de hermosa dama
Cautiva en redes de amor,
Y a tanto llegó el rigor
De su infortunada suerte,
Que, por celos, le dio muerte
Con el hacha, su señor.

En angosta saetera
Su nido cuelga el vencejo,
Y crece el duro cornejo
En la inútil halconera.
Encubre la enredadera
El desgastado blasón;
Sin lengua está el esquilón;
La poterna sin cerrojos;
Hay en el glacis abrojos,
Y ortiga en el torreón.

El sillar tosco y plomizo
Llora en el musgo su duelo;
Cruza de tarde el mochuelo
El húmedo pasadizo;
Sostiene el arco macizo
Un pesado corredor,
Que en el ángulo interior
Guarda en piedra mal tallado
Un Cristo crucificado,
Que ya no inspira fervor.

Los altos muros deslava,
Retratando las almenas,
El Tajo, cuyas arenas
Pisó tímida la Cava;
Bajo su lecho de grava
Oculta el undoso río
Todo el pasado sombrío
De historias y tradiciones;
Joyas, armas y blasones
Del gótico poderío.

Con soberbia majestad,
Por la historia consagrados,
Alza sus muros calados
Coronando la ciudad,
El Alcázar que en la edad
De heroísmo sin segundo,
Vio con asombro profundo
Salir de allí, sin mancilla,
Los leones de Castilla
Para dominar el mundo.

Allí el rencor acibara
Bajo sus cotas de acero
A don Pedro el Justiciero
Y a Enrique de Trastamara.
Si cada piedra guardara,
Por mano de Dios escrito,
De la virtud y el delito
Las luchas que ha contemplado,
Lanzara el mundo espantado
Frente a cada piedra un grito.

Mas tan sólo de grandeza
Y ostentación son destello:
Siempre lo grande y lo bello
Vive en la naturaleza.
Hasta en su muda tristeza
Tienen pompa las rüinas;
Defienden secas espinas
Las tumbas de ilustres muertos,
Y en los salones desiertos
Son reinas las golondrinas.

¡Soledad! ¡silencio! ¡estrago!
El tiempo con mano ruda,
Siembra en el alma la duda,
Y en el muro el jaramago.
En vano el mentido halago
De una brillante memoria
Alza recuerdos de gloria
De polvo glacial y leve,
Que sólo levanta y mueve
El huracán de la historia.

Sigue el hombre por la tierra,
Como ayer, triste camino,
Incansable peregrino
Siempre con el mal en guerra.
¿Quién vacila? ¿quién se aterra
Ante tan rudo trabajo?
Arriba azul, verde abajo,
Pleno abril, sol esplendente,
Y al mar empujando hirviente
Sus claras ondas el Tajo.
Mataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla del
lago Texcoco me eché a llorar. Del Peñon subían
remolinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron en el
atrio de la Catedral. Me hice tan pequeña y tan gris que muchos
me confundieron con un montoncito de polvo. Sí, yo misma, la
madre del pedernal y de la estrella, yo, encinta del rayo, soy ahora la
pluma azul que abandona el pájaro en la zarza. Bailaba, los
pechos en alto y girando, girando, girando hasta quedarme quieta;
entonces empezaba a echar hojas, flores, frutos. En mi vientre
latía el águila. Yo era la montaña que engendra
cuando sueña, la casa del fuego, la olla primordial donde el
hombre se cuece y se hace hombre. En la noche de las palabras
degolladas mis hermanas y yo, cogidas de la mano, saltamos y cantamos
alrededor de la I, única torre en pie del alfabeto arrasado.
Aún recuerdo mis canciones:


                                        Canta en la verde espesura
                                        la luz de garganta dorada,
                                        la luz, la luz decapitada.

Nos dijeron: la vereda derecha nunca conduce al invierno. Y ahora las
manos me tiemblan, las palabras me cuelgan de la boca. Dame una sillita
y un poco de sol.

En otros tiempos cada hora nacía de vaho de mi aliento, bailaba
un instante sobre la ***** de mi puñal y desaparecía por
la puerta resplandeciente de mi espejito. Y yo era el mediodía
tatuado y la noche desnuda, el pequeño insecto de jade que canta
entre las yerbas del amanecer y el zenzontle de barro que convoca a los
muertos. Me bañaba en la cascada solar, me bañaba en
mí misma, anegada en mi propio resplandor. Yo era el pedernal
que rasga la cerrazón nocturna y abre las puertas del chubasco.
En el cielo del Sur planté jardines de fuego, jardines de
sangre. Sus ramas de coral todavía rozan la frente de los
enamorados. Allá el amor es el encuentro en mitad del espacio de
dos aerolitos y no esa obstinación de piedras frotándose
para arrancarse un beso que chisporrea.

Cada noche es un párpado que no acaban de atravesar las espinas.
Y el día no acaba nunca, no acaba nunca de contarse a si mismo,
roto de monedas de cobre. Estoy cansada de tantas cuentas de piedra
desparramadas en el polvo. Estoy cansada de este solitario tronco.
Dichoso el alacrán madre, que devora a sus hijos. Dichosa la
araña. Dichosa la serpiente, que muda de camisa. Dichosa el agua
que se bebe a sí misma. ¿Cuándo acabarán de
devorarme estas imágenes? ¿Cuándo acabaré
de caer en esos ojos desiertos?

Estoy sola y caída, grano de maíz desprendido de la
mazorca del tiempo. Siémbrame entre los fusilados. Naceré
del ojo del capitán. Lluéveme, asoléame. Mi cuerpo
arado por el tuyo ha de volverse un campo donde se siembra uno y se
cosechan ciento. Espérame al otro lado del año: me
encontrarás como un relámpago tendido a la orilla del
otoño. Toca mis pechos de yerba. Besa mi vientre, piedra de
sacrificios. En mi ombligo el remolino se aquieta: yo soy el centro
fijo que mueve la danza. Arde, cae en mí: soy la fosa de cal
viva que cura los huesos de su pesadumbre. Muere en mis labios. Nace en
mis ojos. De mi cuerpo brotan imágenes: bebe en esas aguas y
recuerda lo que olvidaste al nacer. Soy la herida que no cicatriza, la
pequeña piedra solar: si me rozas, el mundo se incendia.
Toma mi collar de lágrimas. Te espero en ese lado del tiempo en
donde la luz inaugura un reinado dichoso: el pacto de los gemelos
enemigos, del agua que escapa entre los dedos de hielo, petrificado
como un rey en su orgullo. Allí abrirás mi cuerpo en dos,
para leer las letras de tu destino.
A un niño, a un solo niño que iba para piedra nocturna,
para ángel indiferente de una escala sin cielo...
Mirad. Conteneos la sangre, los ojos.
A sus pies, él mismo, sin vida.
  No aliento de farol moribundo,
ni jadeada amarillez de noche agonizante,
sino dos fósforos fijos de pesadilla eléctrica,
clavados sobre su tierra en polvo, juzgándola.
Él, resplandor sin salida, lividez sin escape, yacente,
juzgándose.

  Tizo electrocutado, infancia mía de ceniza, a mis pies, tizo yacente.
Carbunclo hueco, *****, desprendido de un ángel que iba para piedra nocturna,
para límite entre la muerte y la nada.
Tú: yo: niño.
  Bambolea el viento un vientre de gritos anteriores al mundo
a la sorpresa de la luz en los ojos de los reciennacidos,
al descenso de la vía láctea a las gargantas terrestres.
Niño.
  Una cuna de llamas de norte a sur,
de frialdad de tiza amortajada en los yelos,
a fiebre de paloma agonizando en el área de una bujía;
una cuna de llamas meciéndote las sonrisas, los llantos.
Niño.
  Las primeras palabras abiertas en las penumbras de los sueños sin nadie,
en el silencio rizado de las albercas o en el eco de los jardines,
devoradas por el mar y ocultas hoy en un hoyo sin viento.
Muertas, como el estreno de tus pies en el cansancio frío de una escalera.
Niño.
Las flores, sin piernas para huir de los aires crueles,
de su espoleo continuo al corazón volante de las nieves y los pájaros,
desangradas en un aburrimiento de cartillas y pizarrines.
4 y 4 son 18. Y la X, una K, una H, una J.
Niño.
En un trastorno de ciudades marítimas sin escrúpulos,
de mapas confundidos y desiertos barajados,
atended a unos ojos que preguntan por los afluentes del cielo,
a una memoria extraviada entre nombres y fechas.
Niño.
Perdido entre ecuaciones, triángulos, fórmulas y precipitados azules,
entre el suceso de la sangre, los escombros y las coronas caídas,
cuando los cazadores de oro y el asalto a la banca,
en el rubor tardío de las azoteas
voces de ángeles te anunciaron la botadura y pérdida de tu alma.
Niño.
Y como descendiste al fondo de las mareas,
a las urnas donde el azogue, el plomo y el hierro pretenden ser humanos,
tener honores de vida,
a la deriva de la noche tu traje fue dejándote solo.
Niño.
Desnudo, sin los billetes de inocencia fugados en sus bolsillos,
derribada en tu corazón y sola su primera silla,
no creíste ni en Venus, que nacía en el compás abierto de tus brazos.
ni en la escala de plumas que tiende el sueño de Jacob al de Julio Verne.
Niño.
Para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura.
Mientras Juárez indomable
Va a los desiertos del Paso
A defender su bandera,
Firme como un espartano;
En Méjico, sostenido
Por el invasor extraño
Se erige un trono y le ocupa,
Más que ambicioso, engañado,
Un ilustre descendiente
Del más grande de los Carlos.

Joven, soñador y apuesto
Asciende a lugar tan alto,
Sin ver que a lo lejos flota
El pendón republicano,
Y sin recordar que el pueblo
Por quien, se sueña llamado,
En otro tiempo a un monarca
Lanzó del trono al cadalso

Recibiéronle animosos
Los que el cetro le entregaron,
Y al entrar por nuestras calles
Fue tan grande el entusiasmo
Que del nuevo rey los ojos
No pudieron, deslumbrados,
Mirar que las bayonetas
Que lo estaban custodiando
Eran de extranjeras tropas
Capaces de abandonarlo
Joven príncipe, ¿a qué vienes
¿Por qué dejas tu palacio
En medio de las azules
Ondas del Mediterráneo
Como un nido de gaviotas
Sobre un peñón solitario?

Este cielo azul no es tuyo,
No son tuyos estos lagos,
Ni estos sabinos del bosque
Que de viejos están canos.

Nada es tuyo, nada entiende
Tu acento, nada ha guardado
Cenizas de tus mayores
Que en otras tierras brillaron.

Tu sangre azul no es la sangre
De Cuauhtemoc ni de Hidalgo;
Cuanto te cerca es ajeno,
Cuanto te vela es extraño.

Príncipe noble ¿a qué vienes?
¿Por qué dejas tu palacio
Y aquellas ondas azules
De tu hermoso mar Adriático?

En medio de las tormentas
Que se alzarán a tu paso,
Cuando pronto te abandonen
Los que te están custodiando,
Hallarás como consuelo.
Como abrigo, como amparo,
La firmeza y el arrojo
Del soldado mejicano
Que cumple con su bandera
Satisfecho y resignado.

¡Torna príncipe al castillo
Donde viviste soñando,
Que por las gradas de un trono
Subir se puede a un cadalso!
Con inusitada pompa
En el ya imperial palacio
Se celebran los natales
Del reciente soberano.

Ya las guardias palatinas
De uniformes encarnados
Apuestos forman la valla
Luciendo adargas y cascos.

Ministros y chambelanes,
Consejeros y vasallos,
Ostentan con arrogancia
Sus pechos condecorados.

El salón de embajadores
Por su lujo aristocrático,
Recuerda a los que lo miran
De antiguos tiempos el fausto.

De pronto, por todas partes
Se extiende un rumor extraño
Y es que las gradas del trono
El Archiduque ha pisado.

Diversas clases sociales
Deben de felicitarlo
Y ya están los oradores
Por cada clase nombrados.

Un jurisconsulto experto,
Elocuente, pulcro y sabio
Es de la magistratura
El representante nato.

Le toca el lugar primero,
Habla con acento claro,
Con respeto se le escucha,
Se le mira con agrado,
Y estudio y saber revela
Cada frase de sus labios.

Su discurso no fue breve,
Su estilo elegante y franco
Y al acabar dijo alguno:
¡Bien por Lares! anhelando
Aplaudirlo, sin hacerlo
Por respeto al soberano.

Con elegancia vestido
Al clero representando
Se acercó un obispo al trono
Y dijo un discurso largo,
Lleno de notas y citas
Latinas, propias del caso.

Era el orador de fama
Por su elocuencia y su rango,
Célebre en aquellos tiempos
Entre oradores sagrados.

«No estuvo corto Ormachea»
Dijo después de escucharlo
Alguno a quien ya cansaba
La severidad del acto.

Nuevo rumor se produjo
Después en aquellos ámbitos
Al ver que al trono llegaba
A paso lento un soldado
De cabellos y ojos negros,
Tez cobriza, aspecto huraño,
Descendiente de las razas
Que en Anáhuac habitaron
Antes de que la conquista
Empobreciera a sus vástagos.

¡Formaba contraste brusco
La oscura tez del soldado
Con la tez brillante y blanca
Del Archiduque germano!

Quedó el indígena absorto,
Meditabundo y cortado,
Sin articular palabra,
La frente y los ojos bajos.

¿Quién es? preguntó un curioso
Y le respondió un anciano:
Se llama Tomás Mejía,
Y es general reaccionario:
Viene a hablar por el ejército.
-¿Y él hizo el discurso?
                                  -Varios
Le escribieron y ninguno,
Según dicen, le ha gustado;
El que dirá lo habrá escrito
O Muñoz Ledo o Arango

-Escuchemos:
                      -Trascurrían
Unos minutos muy largos;
Mejía estaba en silencio
Todo tembloroso y pálido,
En silencio los presentes
Y en silencio el soberano.

De pronto ven con asombro
Que el indígena soldado,
Abriendo los negros ojos
Que brillaban animados,
Perora sin dar lectura
Al papel que está en sus manos

-«Majestad -calló un momento;
Majestad -siguió turbado
Majestad -yo no he aprendido
Lo que otros por mí pensaron,
Pero si usted lo que busca
Es un corazón honrado,
Que lo quiera, lo respete,
Lo defienda sin descanso
Y la sirva sin dobleces,
Sin interés, sin engaño,
Aquí está mi corazón,
Aquí están, señor, mis brazos
Y en las horas de peligro,
Si al peligro juntos vamos,
Lo juro por mi bandera,
Sabré morir a su lado».

Con lágrimas en los ojos,
Trémulo Maximiliano,
Las fórmulas de la corte
Por un instante olvidando,
Bajó del trono y al punto
Dio al General un abrazo,
Que aplaudieron los presentes
Con lágrimas de entusiasmo.
Cayó el Príncipe más tarde
Y con él cayó el soldado
Que le dijo esas palabras
Llenos los ojos de llanto.

A don Tomás le ofrecieron
Del patíbulo salvarlo
Y él respondió: «Solamente
Que salven al soberano».

Un general victorioso,
De gran poder y alto rango,
Que le estaba agradecido
Por algún hecho magnánimo,
Fue y le dijo: «Yo podría
Lograr veros indultado;
Os estimo y necesito
A toda costa salvaros.
¿Queréis que os salve? decidlo,
Que no me daré descanso
Hasta que al fin me concedan
Lo que para vos reclamo».

-«Sólo admitiré el indulto,
Respondió el indio soldado,
Si me viene juntamente,
Con el de Maximiliano».

-Me pedís un imposible.
-Pues me moriré a su lado.
-Pensad que tenéis familia.
-Tan sólo a Dios se la encargo.

-Soy capaz de protegeros
Si os resolvéis a fugaros.
-¿Yal Emperador? -No; nunca.
-Pues su misma suerte aguardo.

Y como lo sabe el mundo,
Juntos fueron al cadalso
Y así selló con su sangre
Lo que dijeron sus labios.
Ven a Guadalajara, dictador de cadenas,
carcelaria mandíbula de canto:
verás la retiradas miedosa de tu hienas,
verás el apogeo del espanto.

Rumoras provincia de colmenas,
la patria del panal estremecido,
la dulce Alcarria, amarga como el llanto,
amarga te ha sabido.

Ven y verás, mortífero bandido,
ruedas de tus cañones,
banderas de tu ejército, carne de tus soldados,
huesos de tus legiones,
trajes y corazones destrozados.

Una extensión de muertos humeantes:
muertos que humean ante la colina,
muertos bajo la nieve,
muertos sobre los páramos gigantes,
muertos junto a la encina,
muertos dentro del agua que les llueve.

Sangre que no se mueve
de convertida en hielo.
Vuela sin pluma un ala numerosa,
rojo y audaz, que abarca todo el cielo
y abre a cada italiano la explosión de una fosa.

Un titánico vuelo
de aeroplanos de España
te vence, te tritura,
ansiosa telaraña,
con su majestuosa dentadura.

Ven y verás sobre la gleba oscura
alzarse como un fósforo glorioso,
sobreponerse al hambre, levantarse del barro,
desprenderse del barro con emoción y brío
vívidas esculturas sin reposo,
españoles del bronce más bizarro,
con el cabello blanco de rocío.

Los verás rebelarse contra el frío,
de no beber la boca dilatada,
mas vencida la sed con la sonrisa:
de no dormir extensa la mirada,
y destrozada a tiros la camisa.

Manda plomo y acero
en grandes emisiones combativas,
con esa voluntad de carnicero
digna de que la entierren las más sucias salivas.

Agota las riquezas italianas,
la cantidad preciosa de sus seres,
deja exhaustas sus minas, sin nadie sus ventanas,
desiertos sus arados y mudos sus talleres.

Enviuda y desangra sus mujeres:
nada podrás contra este pueblo mío,
tan sólido y tan alto de cabeza,
que hasta sobre la muerte mueve su poderío,
que hasta del junco saca fortaleza.

Pueblo de Italia, un hombre te destroza:
repudia su dictamen con un gesto infinito.
Sangre unánime viertes que ni roza,
ni da en su corazón de teatro y granito.
Tus muertos callan clamorosamente
y te indican un grito
liberador, valiente.

Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente
de tu pueblo y de miles.
Ya tus mismos cañones van contra tus soldados,
y alargan hacia ti su hierro los fusiles
que contra España tienes vomitados.

Tus muertos a escupirnos se levanten:
a escupirnos el alma se levanten los nuestros
de no lograr que nuestros vivos canten
la destrucción de tantos eslabones siniestros.
Sobre la rota ventana antigua
Con tosco alféizar, con puerta exigua,
Que hacia la oscura callejada,
Pasmando al vulgo como estantigua
Tallada en piedra, la santa está.

Borró la lluvia los mil colores
Que hubo en su manto y en su dosel;
Y recordando tiempos mejores,
Guarda amarillas y secas flores
De las verbenas del tiempo aquel.

El polvo cubre sus aureolas,
Las telarañas visten su faz,
Nadie a sus plantas riega amapolas,
Y ve la santa las calles solas,
La casa triste, la gente en paz.

Por muchos años allí prendido,
Único adorno del tosco altar,
Flota un guiñapo descolorido,
Piadosa ofrenda que no ha caído
De las desgracias al hondo mar.

A arrebatarlo nadie se atreve,
Símbolo antiguo de gran piedad,
Mira del tiempo la marcha breve;
Y cuando el aire lo empuja y mueve
Dice a los años: pasad, pasad.

¡Pobre guiñapo que el aire enreda!
¡Qué amarga y muda lección me da!
La vida pasa y el mundo rueda,
Y siempre hay algo que se nos queda
De tanto y tanto que se nos va.

Tras esa virgen oscura piedra
Que a nadie inspira santo fervor,
Todo el pasado surge y me arredra;
Escombros míos, yo soy la yedra;
¡nidos desiertos, yo fui el amor!

Altas paredes desportilladas
Cuyos sillares sin musgo vi,
¡cuántas memorias tenéis guardadas!
Níveas corinas, jaulas doradas,
Tiestos azules… ¡no estáis aquí!

En mi azarosa vida revuelta
Fue de esta casa dueño y señor,
¿do está la ninfa, de crencha suelta,
de grandes ojos, blanca y esbelta,
que fue mi encanto, mi fe, mi amor?

¡Oh mundo ingrato, cuántos reveses
en ti he sufrido! La tempestad
todos mis campos dijo sin mieses…
La niña duerme bajo cipreses,
Su sueño arrulla la eternidad.

¡Todo ha pasado! ¡Todo ha caído!
Sólo en mi pecho queda la fe,
Como el guiñapo descolorido
Que a la escultura flota prendido…
¡Todo se ha muerto! ¡Todo se fue!

Pero ¡qué amarga, profunda huella
Llevo en mi pecho!… ¡Cuán triste estoy!…
La fe radiante como una estrella,
La casa alegre, la niña bella,
El perro amigo… ¿Dónde están hoy?

¡Oh calle sola, vetusta casa!
¡angostas puertas de aquel balcón!
Si todo muere, si todo pasa
¿por qué esta fiebre que el pecho abrasa
no ha consumido mi corazón?

Ya no hay macetas llenas de flores
Que convirtieran en un pensil
Azotehuelas y corredores…
Ya no se escuchan frases de amores,
Ni hay golondrinas del mes de abril.

Frente a la casa la cruz cristiana
Del mismo templo donde rezó,
Las mismas misas de la mañana,
La misa torre con la campana
Que entre mis brazos la despertó.

Vetusta casa, mansión desierta,
Mírame solo volviendo a ti…
Arrodillado beso tu puerta
Creyendo loco que aquella muerta
Adentro espera pensando en mí.
Bajo un cámbulo en flor, en la llanura,
cerca de clara fuente rumorosa
que va regando a su rededor frescura,
sin cruz la abandonada sepultura,
el poeta suicida en paz reposa.

Caprichoso juguete del destino,
pálido, siempre triste, torvo y ceño,
fue en extrañas regiones peregrino,
siempre buscando su ideal divino,
y siempre en pos de su imposible sueño.

Una tarde, a los últimos fulgores
de Sol, cuando en el viejo campanario
del Ángelus vibraban los clamores,
regresó, con su fardo de dolores,
a su hogar el poeta solitario.

«Mi corazón, nos dijo, paz desea;
escribiré»... Para luchar cobarde
Nada más escribió. Su sola idea
era la de la muerte... Y otra tarde
lo vimos que salía de la aldea.

«Dónde vas?» Le dijimos
                                «Una cita;
Voy de prisa... me esperan...» Infinita
calma brillaba en su pupila inerte
«¿Quien? No lo sé. Beatriz... o Margarita».
...Y su cita... ¡era cita con la muerte!

Ya duerme... Y a las sombras, a lo ignoto,
a la negra, infinita lontananza,
lanzó el cansado y pálido piloto,
su blanco ensueño, como mástil roto,
como tabla deshecha, la Esperanza.

Como es tierra maldita, no hay camino
a do el triste cantor descansa inerme;
huye su sepultura el campesino,
solo... y en paz, con su laúd divino.

Pero cuando la luna en los desiertos
ámbitos se levantan, como aurora,
como la blanca aurora de los muertos,
desentume el canto los brazos yertos,
y en su huesa callada se incorpora.

¿Qué dulce voz de misterioso encanto
rompe el silencio de la noche? ¿Es una
serenata de amor?... ¿Plegaria o llanto?
¿Notas de arpas celestes?... ¡Es el canto
del poeta, a los rayos de la luna!

Y surgen a su acento, cual visiones,
las bellas heroínas inmortales
de sus castos poemas y canciones...
¡De su vida, las blancas ilusiones;
del poeta, las novias ideales!

Van surgiendo al vibrar de la armonía,
halo de luz sobre la frente, y llenas
de albas rosas las manos... Se diría
de canéforas blanca Teoría,
bajo arcadas de mármol, en Atenas.

En silencio lo escuchan... Ni un acento
Se levanta inoportuno... Ni suspira
Entre las ramas del guadual el viento.
En torno todo es paz, recogimiento;
todo es quietud al sollozar la ira.

Callad al fin las notas armoniosas;
y a la luz de la luna, que en la quieta
llanura se difunde, las hermosas
ponen sobre las sienes del poeta
una corona de laurel y rosas

Vuelve a cantar la brisa... Lentamente
las visiones se extinguen una a una;
como un áureo jardín es el Oriente,
y el poeta en la fosa hunde la frente,
mientras se borra en el azul la luna.
Innecesario, viéndome en los espejos,
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.

Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con los sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría,
cantan y hacen huir los maleficios.

Hay un país extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco-iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.

Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilio,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aún mas,
aguardo el tiempo uniforme, sin medida:
un sabor que tengo en el alma me deprime.

Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptus roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.

Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,
un deudo festival que asuma mis herencias.
¡Qué tristes los crepúsculos
                  De días otoñales!
¡Qué pronto que anochece para el que sueña solo!
Detrás de las vidrieras ¡qué largas son las tardes!
                  Desiertos de parejas
                  Los bancos en el parque...
Ya no se ven los claros vestidos de otros días;
Trajes oscuros, y hojas que ruedan de los árboles.

                  Danzando van las hojas
                  Por plazas y por calles.
Coches y coches pasan; adentro amor y besos;

Aquí el recuerdo, y solo, mientras las hojas caen.

                  El parque se ennegrece...
                  Sobre los bancos, nadie.
¡Cómo baja la noche sobre las almas solas!...
¡Qué tristes los recuerdos cuando las hojas caen!
Alan Eshban Nov 2016
30/11/2016                                                             ­                                               

En algún lado está,
En otro yo estoy.
Buscaré en cada rincón de la tierra,
para su hermosura encontrar.
No importa qué tan difícil sea,
Que yo por ella la vida diera.
La pena, merece ella,
Que hasta buscaría por mar y por tierra.
Sediento estoy,
pero no descansaré.
El tiempo se acaba,
Y aún no te he encontrado.
Caminando por el disierto voy,
Pero por un golpe de calor,
Ahora desmayado estoy.
Yo Soñando escucho un hermoso canto,
Y guiándome por el sonido,
Sentada en una piedra a lado de un río se encuentra usted.
Haciendo reverencia yo le digo:
-Oh amada mía, disculpad la molestia
Vengo de un lugar muy lejano
Que he pasado por bosques, desiertos, Montañas y rios,
Por solo encontrar a el bello ser que está en frente mío,
Y veo ahora que palabra alguna para describirla no existe.
-Pero no todo es perfecto,
Ya que lo malo de todo esto, es que solo es un sueño.
La noche nace en espejos de luto.
Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura,
su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol ***** y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.
La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o
del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma.
Tu silencio lo llama,
rozan su piel tus alas negras,
donde late el olvido sin fronteras,
mas él cierra los poros de su alma
al infinito que lo tienta,
ensimismado en su árida pelea.
Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.
En su boca elocuente la mentira se anida,
su corazón está poblado de fantasmas
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche.
El mundo duerme y canta.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un solitario pensamiento,
como un fantasma que buscara un cuerpo.
Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
Vacío como pampa, como mar, como viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
Es el remordimiento, que de noche, dudando,
En secreto aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.
Bastian M Pop Aug 2019
suspirando acariciaste
un ideal eternamente enmudecido

aquí
sobre mi mano mar entre
desiertos nublados
un náufrago capricho
roza tus labios

sutil recuerdo entre días nublados
hay belleza entre las líneas
que dan forma
a tu iris

despertar con los poros enmudecidos
bajo una sutil llovizna
Ahora que este siglo
uno cualquiera
se deshilacha se despoja
de sus embustes más canallas
de sus presagios más obscenos
ahora que agoniza como una bruja triste
¿tendremos el derecho de inventar un desván
y amontonar allí / si es que nos dejan
los viejos infortunios / los tumores del alma
los siniestros parásitos del miedo?

lo atestigua cualquier sobreviviente
la muerte es tan antigua como el mundo
por algo comparece en los vitrales
de las liturgias más comprometidas
y las basílicas en bancarrota

lo vislumbra cualquier atormentado /
el poder malasombra nos acecha
y es tan injusto como el sueño eterno
por algo acaba con los espejismos
y la pasión de los menesterosos /
archisabido es que sus lázaros
no se liberan fácilmente
de los sudarios y las culpas

quiero pensar el cielo cuando estaba
sin boquetes y sin apocalipsis
quiero pensarlo cuando era
el complemento diáfano del mar
pensar el mar cuando era limpio
y las aletas de los peces
acariciaban los tobillos
de nuestras afroditas en agraz

pensar los bosques / la espesura
no esos desiertos injuriosos
en que han ido a parar
sino como árboles y sombra
como follajes bisabuelos

¿a dónde irán los niños y los perros
cuando el siglo vecino nos dé alcance?

¿niños acribillados como perros?
¿perros abandonados como niños?

¿a dónde irán los caciquillos
los náufragos de tierra firme
los alfareros de la envidia
los lascivos y los soplones
de las llanuras informáticas?

¿dónde se afincarán los coitos baladíes
las gargantas profundas / los colores
del ciego / los solemnes esperpentos /
los síndromes de chiapas y estocolmo?

¿qué será del amor
y qué del odio
cuando el siglo vecino nos dé alcance?

este fin de centuria es el desquite
de los rufianes y camanduleros
de los callados cuando el hambre aúlla
de los ausentes cuando pasan lista
de los penosos vencedores
y los tributos del olvido
de los abismos cada vez más hondos
entre carentes y sobrados
de las erratas en los mapas
hidrográficos de la angustia

los peregrinos reivindican
un lugarcito en el futuro
pero el futuro cierra cuentas
y claraboyas y postigos

los peregrinos ya no rezan
cruje la fe de los vencidos
y en el umbral de la carroña
un caracol arrastra el rastro

los peregrinos todavía
aman / creyendo que el amor
última thule / ese intangible
los salvará del infortunio

los peregrinos hacen planes
y sin aviso fundan sueños
están desnudos como amantes
 y como amantes sienten frío

los peregrinos desenroscan
su corazón a la intemperie
y en el reloj de los latidos
se oye que siempre acaso nunca

los peregrinos atesoran
ternuras lástimas inquinas
lavan sus huesos en la lluvia
las utopías en el limo

los que deciden cantan loas
a los horteras del dinero /
los potentados del hastío
precisan mitos como el pan

los que deciden glorifican
a los verdugos del placer
a cancerberos y pontífices
inquisidores de los cuerpos

desde su cúpula de nailon
una vez y otra y otra vez
los que deciden se solazan
con el espanto de los frágiles

tapan el sol con un arnero
se esconde el sol / queda el arnero
los memoriosos abren cancha
para el misil de la sospecha

¿cómo vendrá la otra centuria?
¿siglo cualquiera? ¿siglo espanto?
¿con asesinos de juguete
o con maniáticos de veras?

cuando no estemos ¿quién tendrá
ojos que ahora son tus ojos?
¿quién surgirá de las cenizas
para bregar contra el olvido?

¿quienes serán amos del aire?
¿los pararrayos o los buitres?
¿los helicópteros? ¿los cirros?
¿las golondrinas? ¿las antenas?

temo que vengan los gigantes
a concedernos pequeñeces
o el dios silvestre nos abarque
en su bostezo universal

el pobre mundo sin nosotros
será peor / a no dudarlo /
pero en su caja de caudales
habrá una nada / toda de oro

¿dará vergüenza ese silencio?
¿o será un saldo del bochorno?
¿habrá un mutismo generalizado?
¿o alguna sorda tocará el oboe?

damas y caballeros / ya era tiempo
de baños unisex / el buen relajo
será por suerte constitucional
durante el rictus de la primavera

no nos roben el ángelus ni el cénit
ni las piernas de efímeras muchachas
no elaboren un siglo miserable
con fanatismo y sábanas de virgen

¿habrá alquimistas que divulguen
su panacea en inglés básico?
¿habrá floristas para putas?
¿verdugos para ejecutores?

¿cabrá la noche en los cristales?
¿cabrán los cuerpos en la noche?
¿cabrá el amor entre los cuerpos?
¿cabrá el delirio en el amor?

el siglo próximo es aún
una respuesta inescrutable
los peregrinos peregrinan
con su mochila de preguntas

el siglo light está a dos pasos
su locurita ya encandila
al cuervo azul lo embalsamaron
y ya no dice nunca más
En la sombra de un sueño donde se estanca un agua turbia
-ceniza de una noche con ríos de silencio-,
el perfil de tu voz suelta sus golondrinas
sobre el error alegre de tu ****.

El agua de ese río seguirá corriendo mañana,
pero ya tu perfume no crecerá en el viento,
porque en tu corazón nacen espigas tristes
cuando tus manos buscan vanamente tus senos.

Pero tus ojos ávidos se alzan sobre el insomnio
y tu mirada enciende las lámparas del tiempo.
-Árboles taciturnos que se deshojan en tus manos
y raíces oscuras en la sed de tu sueño.

Porque te sientes libre y sin embargo
con la sien palpitante de esclavitudes y misterios;
y una resaca de hojas secas enmudece tu júbilo,
y un vértigo de alas surge del fondo de tu miedo.

Y entonces amanecen campanas y nenúfares
y un rumor de agua clara bifurca los senderos,
pues tú, que resucitas con los ojos tranquilos,
sabes que hay una muerte que deja vivo el cuerpo.

Tú sabes que hay florestas de horror en la alta noche
-minutos indecibles de laberintos negros-,
y que hay profundidades de algas y de madréporas
donde las almas se sumergen con los brazos abiertos.

Tú, náufrago en lo alto de tu mástil,
sabes que hay islas verdes en los mares siniestros,
y latitudes cárdenas donde no llegan las gaviotas
y anclas que se olvidaron en la sangre y el beso.

Tú, cazador inmóvil hasta en la ***** de tus flechas,
viste pasar las corzas entre los bosques ebrios,
y en la humedad del alba amotinada en pájaros
tu carcaj quedó intacto y tu ardor satisfecho.

Tú, que has visto morir la vida en los relojes,
cruzas serenamente los puentes del recuerdo
con las manos tendidas a un espejismo fugitivo
y los hombros doblados bajo el peso de un sueño.

Tú sabes que hay cisternas de estupor y de fiebre
y rostros que se asoman al final de tu espejo,
y que hay hoscos picachos y lejanías de mezquitas
en un sabor antiguo perpetuamente nuevo.

Tú conoces, Hyacinthus, el epitafio de la rosa
y has bogado en el agua que corroe los remos,
y exprimiste en tu copa mandrágoras nefastas
para mirar la vida con los ojos de un ciego.

Tú aprendiste a estar solo contemplando los astros,
pero tu instinto, dúplice y frenético,
pone abejas de plata en tus sandalias de oro
y sortijas fenicias en tus dedos;

y entonces, tú, Hyacinthus, que te creíste invulnerable,
te enguirnaldas la frente con los pámpanos frescos,
pues fatalmente el dardo inmemorial
encuentra dos caminos para herirte en el pecho.

Y eres feliz así, moribundo de estrellas,
agitando en tu antorcha telarañas de hielo,
con tu sonrisa ambigua de mujer inconclusa
y tu rencor de hombre incompleto.

Y buscas en tus páramos horizontes de niebla
con un grito de sal desangrándose en ecos…
-Salobre marejada de moluscos y peces
y tentáculos sordos que trepan a tu lecho.

Y eres feliz, Hyacinthus, en soledad y sombra,
con tus talones ágiles y tus cabellos crespos;
con tu mirada egipcia nublada de pirámides
donde alza sus crepúsculos la maldición de los desiertos.
Y eres feliz así, vagabundo del éxtasis,
y despliegas velámenes al soplo del deseo
viendo pasar las nubes para quedarte triste
bajo la indisociable dualidad de tu ****.

Y vas por el camino que no conduce a parte alguna
con el nardo sonámbulo que guarda tu secreto,
con las manos sin sombra, resplandecientes de rocío,
y con el torpe orgullo de haber matado un sueño.
Nis Aug 2018
"Un hombre gris avanza por la calle de niebla,
no lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
vacío como pampa, como mar, como viento,
desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
es el remordimiento, que de noche, dudando;
en secreto se aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
ascenderá cubriendo los troncos de invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra esta sorda."

La tierra está sorda y no oye,
no oye a los muertos llamando por ella;
por ella que les ha dado tanto,
que les ha acogido cuando les exilió la vida.

La vida desentendida camina por los campos de trigo
cuando le cae la noche, le cae la niebla
y su camino se cruza con el andante implacable,
el andante que es sombra, el andante vacío.

Con la mirada aún feliz estrecha su mano,
y la yedra altiva asciende cubriendo los troncos del invierno.
Sus manos estrechadas los cuerpos se vacían.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda

//

"A grey man passes through the streer of fog,
nobody suspects of him. He is an empty body;
empty like pampas, like sea, like wind,
deserts so bitter under an unstoppable sky.

He is the past time, and his winds now
in the shadow find a palid strength;
he is remorse, whom at night, doubting;
in secret aproaches his neglected shadow.

Don't shake that hand. The climbing plant proudly
will ascend covering the trunks of winter.
Invisible in calm the gray man walks.
Don't you feel the dead? But the earth is deaf."

The earth is deaf and she can't hear,
she can't hear the dead calling for her;
for her who has given them so much,
who has welcomed them when life exiled them.

Life without noticing walks on the wheat fields
when night falls on her, fog falls on her,
and her path crosses with the unstoppable walker,
the walker who is shadow, the empty walker.

With her view still happy she shakes his hand,
and the climbing plant proudly ascends covering the trunks of winter.
Their hands shaken the bodies empty.
¿Don't you feel the dead? But the earth is deaf.
Expansion over Remordimiento en traje de noche from "Un río, un amor" by Cernuda.
Un hijo... ¿Tú sabes, tú sientes qué es eso?
Ver nacer la vida del fondo de un beso,
por un inefable milagro de amor;
un beso que llene la cuna vacía,
y que ingenuamente nos mire y sonría,
un beso hecho flor...

Un hijo... ¡Un fragante, fuerte y dulce lazo!
Me parece verlo sobre tu regazo
palpitando ya;
y miro moverse con pueril empeño
las pequeñas manos de nuestro pequeño,
como si quisieran sujetar el sueño 1
que llega y se va...

En el agua fresca de nuestras ternuras
mojará las alas de sus travesuras
como una paloma que aprende a volar;
y será violento, loco y peregrino,
y amará igualmente la mujer y el vino,
y el cielo y el mar.

Con la sed amarga de la adolescencia
beberá en la fuente turbia de la ciencia;
y, tierno cantor,
irá por el mundo, con su lira al hombro,
dejando un reguero de rosas de asombro
y un áureo fulgor...

Cruzará al galope la árida llanura,
pálido de ensueño, loco de aventura
y ebrio de ideal;
y, en su desvarío de viajes remotos,
volverá algún día con los remos rotos,
trayendo en los labios un sabor de sal.

Caminante absurdo, de caminos muertos
pasará su sombra sobre los desiertos,
en una infinita peregrinación;
y su alucinada pupila inconforme
verá en su destino gravada una enorme
interrogación.

Pero será inútil su tenaz andanza,
persiguiendo un sueño que jamás se alcanza...
Y ha de ser así,
pues no hallará nunca, como yo, la meta
de todas sus ansias de hombre y poeta; 2
porque en las mujeres de su vida inquieta
no hallará ninguna parecida a ti...

Que tú eres la rosa de una sola vida,
la rosa que nadie verá repetida,
porque al deshojarse secará el rosal;
y, como en el mundo ya no habrá esa rosa,
él irá en su larga búsqueda infructuosa,
en pos de una igual.
De tu peso vencido,
verde honor del verano,
yaces en este llano
del tronco antiguo y noble desasido.
Dando venganza estás de ti a los vientos,
cuyas líquidas iras despreciabas,
cuando de ellos con ellas murmurabas,
imitando a mis quejas los acentos.
Humilde agora entre las yerbas suenas,
cosa que de tu altura
nunca temer pudieron las arenas;
y ofendida del tiempo tu hermosura,
ocupa en la ribera
el lugar que ocupó tu propia sombra.
Menos gastos tendrá la primavera
en vestir este valle
después que faltas a su verde alfombra.
¿Qué hará el jilguero dulce cuando halle
su patria con tus hojas en el suelo?
¿Y la parlera fuente,
que aun ignorante de prisión de yelo,
exenta de la sed del sol corría?
Sin duda llorará con su corriente
la licencia que has dado en ella al día.
Tendrá un retrato menos
Pisuerga que mostrar al caminante
en sus cristales puros.
Cualquier pájaro amante
desiertos dejará tus brazos duros,
y vengo a poner duda
si, para que te habite en llanto tierno,
a la tórtola basta el ser vïuda.
Y porque tengo miedo que el invierno
pondrá necesidad a algún villano,
tal, que se atreva con ingrata mano
a encomendarte al fuego,
yo te quiero llevar a mi cabaña,
por lo que mi cansancio, estando ciego,
a tu sombra le debe.
Descansarás el báculo de caña
con que mi vida tristes años mueve;
y ojalá que yo fuera
rey, como soy pastor de la ribera,
que, cetro antes que báculo cansado,
no canas sustentaras, sino estado.
Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos;
y cuál mi idealista corazón te llora.
Mis cálices todos aguardan abiertos
tus hostias de otoño y vinos de aurora.
Amor, cruz divina, riega mis desiertos
con tu sangre de astros que sueña y que llora.
Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos
que temen y ansían tu llanto de auroral
Amor, no te quíero cuando estás distante
rifado en afeites de alegre bacante,
o en frágil y chata facción de mujer.
Amor, ven sin carne, de un Icor que asombre;
y que yo, a manera de Dios, sea el hombre
que ama y engendra sin sensual placer!
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valientepara aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es cortay aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la lunay del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Claro como el agua que fluye,
El amor que siento por ti nunca disminuye.

Desde el amanecer hasta el atardecer,
En mi corazón tú siempre vas a tener un lugar.

Y aunque el tiempo pase y la distancia nos separe,
Mi amor por ti nunca va a dejar de florecer.

Porque tú eres mi sol en los días nublados,
Mi oasis en los desiertos abrasados.

Así que mientras estemos juntos o lejos,
Siempre voy a amarte con todo mi ser, mi amor eterno.
No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores;
son los que un largo dédalo de amores
trazaron desde Adán y los desiertos

de Caín y de Abel, en una aurora
tan antigua que ya es mitología,
y llegan, sangre y médula, a este día
del porvenir, en que te engendro ahora.

Siento su multitud. Somos nosotros
y, entre nosotros, tú y los venideros
hijos que has de engendrar. Los postrimeros

y los del rojo Adán. Soy esos otros,
también. La eternidad está en las cosas
del tiempo, que son formas presurosas.
La tribu de Guatavita,
En homenaje a las aguas
Se apresta el rito sagrado
A celebrar.
Ya sus danzas
Las bellas hijas de nobles
Van ensayando con planta
Ligera, al són de cantares,
De chirimías y flautas.

Limpia tiende la laguna
Su cristal. En la comarca
Todo se anima en espera
Del gran día. Flores cándidas,
Rojas y amarillas, abren
Sus corolas en las ramas;
Y de los campos vecinos
Van trayendo leves auras
El rumor de los maizales,
Donde aves pían y cantan.
Parece que en Guatavita
Al júbilo de las almas
La alegría esplendorosa
Del verano se juntara.

Desde distantes bohíos
Van llegando alborozadas
Tribus amigas.
De polvo
De oro cubierto, en mañana
Resplandeciente, el cacique
De Guatavita, y en andas,
Por caciques conducido,
Se hundirá en las ondas claras
De la laguna, en el día
De la fiesta de las aguas.

Mensajeros han llegado
De Muequetá, y hay alarma:
Entre el gozo de las tribus
Vienen con la nueva infausta
De que guerreros extraños
Que rayos del sol disparan
Pusieron al Zipa en fuga
Y por la llanura avanzan.

¿De dónde vienen? -«Del cielo»,
Unos aterrados narran;
Otros que del Río Grande,
Desde remotas comarcas;
Que son monstruos nunca vistos,
Que rayos de muerte lanzan,
Que los «cercados» derriban
Con desconocidas armas;
Que cerrados pelotones
Con flechas no los atajan;
Que delante de ellos huyen
Los muiscas en desbandada;
Y que «Sué» como castigo
Por viejas culpas los manda.
No son flechas las que traen,
Vienen cubiertos de láminas,
Y cuando quieren el Cielo
Truena, y desde lejos matan,
Como el resplandor que alumbra
De repente en las borrascas.


Sobre prados y colinas,
Azul brilla la mañana.
Y el desfile, al són de música
Hacia la laguna marcha.
Al frente se ven los nobles;
Después las vírgenes danzan,
Y en silla de oro el Cacique,
Entre la turba postrada
Que le va lanzando flores
Los ojos en alto, pasa.
Su cuerpo de oro cubierto
Y todo desnudo, es ascua
Ante la luz de la aurora,
Blanca, azul y roja y gualda.

Todos llegan a la orilla.
El agua fulgura mansa.
El himno sagrado suena;
Y al momento en que se alza
El sol, en diáfano cielo,
El cacique en pie, en las andas,
Y la tribu en gran silencio,
A las claras ondas salta...
¡Y es remolino de oro
Y de fulgores el agua!

Otra vez gritos y músicas
Se oyen. Y oro y esmeraldas.

A las aguas van cayendo
Entre ruidosa algazara,
Y entre rumores de frondas,
Cantos y batir de alas!...

Todo es júbilo. De pronto
En la colina cercana
Son estridente resuena;
Espadas brillan y lanzas,
Y relinchos de los monstruos
Vienen desde la distancia.
Los guerreros más se acercan...
Ya de los collados bajan...
Un estampido de truenos
Hace vibrar la montaña...
¡Y la raza guatavita
Es de españoles vasalla!


De un ídolo todo de oro
Que se lanzaba a las aguas
Corre pronto la leyenda
Aquí y en tierras extrañas;
Y «El Dorado» desde entonces
Fue ilusión radiosa y mágica.
Mas después ya no era ídolo,
En remota lontananza...
Era campo inmenso de oro,
Visión de todas las almas.
Y tras ella los hispanos
Cruzaron selvas, montañas,
Ríos, desiertos, llanuras
Y mortíferas comarcas;
Y así fueron ensanchando
El poderío de España,
Y un nuevo mundo en la tierra
Abriendo a la raza humana.
I
Quiero bajar al pozo
quiero subir los muros de Granada
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.
El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay qué furia de amor! ¡qué hiriente filo!
¡qué nocturno rumor! ¡qué muerte blanca!,
¡qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo
quiero morir mi muerte a bocanadas
quiero llenar mi corazón de musgo
para ver al herido por el agua.
Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef, docta la Imprenta.En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.
Hierro ***** que duerme, fierro ***** que gime
por cada poro un grito de desconsolación.

Las cenizas ardidas sobre la tierra triste,
los caldos en que el bronce derritió su dolor.

Aves de qué lejano país desventurado
graznaron en la noche dolorosa y sin fin?

Y el grito se me crispa como un nervio enroscado
o como la cuerda rota de un violín.

Cada máquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mí.

En las paredes cuelgan las interrogaciones,
florece en las bigornias el alma de los bronces
y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.

Y entre la noche negra -desesperadas- corren
y sollozan las almas de los obreros muertos.
Altas encinas de ondulante copa;
Troncos que os inclináis sobre las aguas
De los torrentes; pinos misteriosos
Que sois, al viento, cual silvestres arpas,
¿En vuestro ensueño secular y altivo,
No soñáis con las épocas lejanas,
Cuando el eco fugaz de los desiertos
Del Canadá, tan sólo en la comarca
Conocía  las voces de las tribus,
Que en su existencia nómade mezclaban
Sus cánticos guerreros en la selva
Al rumor de las grandes cataratas?

Bajo el cielo, de estrellas tachonado,
Cuando del polo tempestuosas ráfagas
Sacuden vuestros gajos, que parecen,
Bajo la luz lunar, vagos fantasmas,
(Soñáis tal vez con los lejanos días,
Con los días gloriosos de la patria,
Cuando en vuestras guaridas, nuestros padres
La barbarie de siglos dominaban;
Cuando llevando el ideal por guía
y de ensueños heroicos llena el alma,
Se abrían paso entre la selva, al grito
De «Dios lo quiere»; el campo desbrozaban
Para la vida, y en el yermo inculto
Convertían los troncos en pilastras
De futuras metrópolis, y luego,
Pensando en las proezas del mañana,
Al amparo del bosque congregados
En las noches de invierno, como hosannas
Hacían resonar en sus clarines,
Nuncios de redención y de esperanza,
El himno del futuro en el desierto,
Sobre la virgen tierra americana?

Sí, soñáis, de pretéritas edades
Testigos, que os erguís en las montañas,
Mudos sobrevivientes de naufragios
En que fueron hundiéndose las razas...

y resistiendo el golpe de los siglos
Vuestro ramaje que imponente se alza,
A los vientos del cielo canadense
Con voz triunfal nuestra epopeya canta.
En otoño, en el agua dormida de los lagos,
                  Cuando ya el frío empieza,
Y el cielo es gris, los álamos en los desiertos parques
                  Las hojas caer dejan;

Y en el agua se tienden como amarillo manto,
                  Y es el agua tristeza...
Pero hay en ella, claros azules do en la noche
                        Se miran las estrellas.
También como esos lagos hay almas otoñales
                  Donde flotan y tiemblan.
Recuerdos melancólicos de días de ilusiones,
                  De extintas primaveras;

Y en esas almas tristes hay claros muy azules
                  Que el cielo azul reflejan...
Así es la mía, y siempre tiene un remanso, en donde
Se miran las estrellas.
Soy una pieza de limado acero.
Mi borde irregular no es arbitrario.
Duermo mi vago acero en un armario
que no veo, sujeta a mi llavero.

Hay una cerradura que me espera,
una sola. La puerta es de forjado
hierro y firme cristal. Del otro lado
está la casa, oculta y verdadera.

Altos en la penumbra los desiertos
espejos ven las noches y los días
y las fotografías de los muertos

y el tenue ayer de las fotografías.
Alguna vez empujaré la dura
puerta y haré girar la cerradura.
Amiga, mi larario está vacío:
desde qu'el fuego del hogar no arde,
nuestros dioses huyeron ante el frío;
hoy preside en sus tronos el hastío
las nupcias del silencio y de la tarde.

El tiempo destructor no en vano pasa;
los aleros del patio están en ruinas;
ya no forman allí su leve casa,
con paredes convexas de argamasa
y tapiz del plumón, las golondrinas.

¡Qué silencio el del piano! Su gemido
ya no vibra en los ámbitos desiertos;
los nocturnos y scherzos han huido...
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido!
¡Misterioso ataúd de trinos muertos!

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas,
ni lirios, ni libélulas de seda,
ni cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
el viento sopla, la hojarasca rueda.

Amiga, tu mansión está desierta;
el musgo verdinegro que decora
los dinteles ruinosos de la puerta,
parece una inscripción que dice: ¡Muerta!
El cierzo pasa, suspirando: ¡Llora!
decir que esa mujer era dos mujeres es decir poquito
debía tener unas 12.397 mujeres en su mujer
era difícil saber con quién trataba uno
en ese pueblo de mujeres  / ejemplo:

yacíamos en un lecho de amor /
ella era un alba de algas fosforescentes /
cuando la fui a abrazar
se convirtió en singapur llena de perros que aullaban / recuerdo
cuando se apareció envuelta en rosas de aghadir /
parecía una constelación en la tierra /
parecía que la cruz del sur había bajado a la tierra /
esa mujer brillaba como la luna de su voz derecha /

como el sol que se ponía en su voz /
en las rosas estaban escritos todos los nombres de esa mujer menos uno /
y cuando se dio vuelta / su nuca era el plan económico /
tenía miles de cifras y la balanza de muertes favorable a la dictadura militar / o sea

nunca sabía uno adónde iba a parar esa mujer /
yo estaba ligeramente desconcertado / una noche
le golpié el hombro para ver con quién era
y vi en sus ojos desiertos un camello / a veces

esa mujer era la banda municipal de mi pueblo   /
tocaba dulces valses hasta que el trombón empezaba a desafinar /
y los demás desafinaban con él /
esa mujer tenía la memoria desafinada /

usté podía amarla hasta el delirio /
hacerle crecer días del **** tembloroso /
hacerla volar como pajarito de sábana /
al día siguiente se despertaba hablando de malevíc /

la memoria le andaba como un reloj con rabia /
a las tres de la tarde se acordaba del mulo
que le pateó la infancia una noche del ser /
ellaba mucho esa mujer y era una banda municipal /

la devoraron todos los fantasmas que pudo
alimentar con sus miles de mujeres /
y era una banda municipal desafinada
yéndose por las sombras de la placita de mi pueblo /

yo / compañeros / una noche como ésta que
nos empapan los rostros que a lo mejor morimos /
monté en el camellito que esperaba en sus ojos
y me fui de las costas tibias de esa mujer /

callado como un niño bajo los gordos buitres
que me comen de todo /  menos el pensamiento
de cuando ella se unía como un ramo
de dulzura y lo tiraba en la tarde /
Lvi
No crees que los dromedarios
preservan luna en sus jorobas?

No la siembran en los desiertos
con persistencia clandestina?

Y no estará prestado el mar
por un corto tiempo a la tierra?

No tendremos que devolverlo
con sus mareas a la luna?

— The End —