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Oídos con el alma,
pasos mentales más que sombras,
sombras del pensamiento más que pasos,
por el camino de ecos
que la memoria inventa y borra:
sin caminar caminan
sobre este ahora, puente
tendido entre una letra y otra.
Como llovizna sobre brasas
dentro de mí los pasos pasan
hacia lugares que se vuelven aire.
Nombres: en una pausa
desaparecen, entre dos palabras.
El sol camina sobre los escombros
de lo que digo, el sol arrasa los parajes
confusamente apenas
amaneciendo en esta página,
el sol abre mi frente,
                                        balcón al voladero
dentro de mí.

                            Me alejo de mí mismo,
sigo los titubeos de esta frase,
senda de piedras y de cabras.
Relumbran las palabras en la sombra.
Y la negra marea de las sílabas
cubre el papel y entierra
sus raíces de tinta
en el subsuelo del lenguaje.
Desde mi frente salgo a un mediodía
del tamaño del tiempo.
El asalto de siglos del baniano
contra la vertical paciencia de la tapia
es menos largo que esta momentánea
bifurcación del pesamiento
entre lo presentido y lo sentido.
Ni allá ni aquí: por esa linde
de duda, transitada
sólo por espejeos y vislumbres,
donde el lenguaje se desdice,
voy al encuentro de mí mismo.
La hora es bola de cristal.
Entro en un patio abandonado:
aparición de un fresno.
Verdes exclamaciones
del viento entre las ramas.
Del otro lado está el vacío.
Patio inconcluso, amenazado
por la escritura y sus incertidumbres.
Ando entre las imágenes de un ojo
desmemoriado. Soy una de sus imágenes.
El fresno, sinuosa llama líquida,
es un rumor que se levanta
hasta volverse torre hablante.
Jardín ya matorral: su fiebre inventa bichos
que luego copian las mitologías.
Adobes, cal y tiempo:
entre ser y no ser los pardos muros.
Infinitesimales prodigios en sus grietas:
el hongo duende, vegetal Mitrídates,
la lagartija y sus exhalaciones.
Estoy dentro del ojo: el pozo
donde desde el principio un niño
está cayendo, el pozo donde cuento
lo que tardo en caer desde el principio,
el pozo de la cuenta de mi cuento
por donde sube el agua y baja
mi sombra.

                        El patio, el muro, el fresno, el pozo
en una claridad en forma de laguna
se desvanecen. Crece en sus orillas
una vegetación de transparencias.
Rima feliz de montes y edificios,
se desdobla el paisaje en el abstracto
espejo de la arquitectura.
Apenas dibujada,
suerte de coma horizontal (-)
entre el cielo y la tierra,
una piragua solitaria.
Las olas hablan nahua.
Cruza un signo volante las alturas.
Tal vez es una fecha, conjunción de destinos:
el haz de cañas, prefiguración del brasero.
El pedernal, la cruz, esas llaves de sangre
¿alguna vez abrieron las puertas de la muerte?
La luz poniente se demora,
alza sobre la alfombra simétricos incendios,
vuelve llama quimérica
este volumen lacre que hojeo
(estampas: los volcanes, los cúes y, tendido,
manto de plumas sobre el agua,
Tenochtitlán todo empapado en sangre).
Los libros del estante son ya brasas
que el sol atiza con sus manos rojas.
Se rebela el lápiz a seguir el dictado.
En la escritura que la nombra
se eclipsa la laguna.
Doblo la hoja. Cuchicheos:
me espían entre los follajes
de las letras.

                          Un charco es mi memoria.
Lodoso espejo: ¿dónde estuve?
Sin piedad y sin cólera mis ojos
me miran a los ojos
desde las aguas turbias de ese charco
que convocan ahora mis palabras.
No veo con los ojos: las palabras
son mis ojos. vivimos entre nombres;
lo que no tiene nombre todavía
no existe: Adán de lodo,
No un muñeco de barro, una metáfora.
Ver al mundo es deletrearlo.
Espejo de palabras: ¿dónde estuve?
Mis palabras me miran desde el charco
de mi memoria. Brillan,
entre enramadas de reflejos,
nubes varadas y burbujas,
sobre un fondo del ocre al brasilado,
las sílabas de agua.
Ondulación de sombras, visos, ecos,
no escritura de signos: de rumores.
Mis ojos tienen sed. El charco es senequista:
el agua, aunque potable, no se bebe: se lee.
Al sol del altiplano se evaporan los charcos.
Queda un polvo desleal
y unos cuantos vestigios intestados.
¿Dónde estuve?

                                  Yo estoy en donde estuve:
entre los muros indecisos
del mismo patio de palabras.
Abderramán, Pompeyo, Xicoténcatl,
batallas en el Oxus o en la barda
con Ernesto y Guillermo. La mil hojas,
verdinegra escultura del murmullo,
jaula del sol y la centella
breve del chupamirto: la higuera primordial,
capilla vegetal de rituales
polimorfos, diversos y perversos.
Revelaciones y abominaciones:
el cuerpo y sus lenguajes
entretejidos, nudo de fantasmas
palpados por el pensamiento
y por el tacto disipados,
argolla de la sangre, idea fija
en mi frente clavada.
El deseo es señor de espectros,
somos enredaderas de aire
en árboles de viento,
manto de llamas inventado
y devorado por la llama.
La hendedura del tronco:
****, sello, pasaje serpentino
cerrado al sol y a mis miradas,
abierto a las hormigas.

La hendedura fue pórtico
del más allá de lo mirado y lo pensado:
allá dentro son verdes las mareas,
la sangre es verde, el fuego verde,
entre las yerbas negras arden estrellas verdes:
es la música verde de los élitros
en la prístina noche de la higuera;
-allá dentro son ojos las yemas de los dedos,
el tacto mira, palpan las miradas,
los ojos oyen los olores;
-allá dentro es afuera,
es todas partes y ninguna parte,
las cosas son las mismas y son otras,
encarcelado en un icosaedro
hay un insecto tejedor de música
y hay otro insecto que desteje
los silogismos que la araña teje
colgada de los hilos de la luna;
-allá dentro el espacio
en una mano abierta y una frente
que no piensa ideas sino formas
que respiran, caminan, hablan, cambian
y silenciosamente se evaporan;
-allá dentro, país de entretejidos ecos,
se despeña la luz, lenta cascada,
entre los labios de las grietas:
la luz es agua, el agua tiempo diáfano
donde los ojos lavan sus imágenes;
-allá dentro los cables del deseo
fingen eternidades de un segundo
que la mental corriente eléctrica
enciende, apaga, enciende,
resurrecciones llameantes
del alfabeto calcinado;
-no hay escuela allá dentro,
siempre es el mismo día, la misma noche siempre,
no han inventado el tiempo todavía,
no ha envejecido el sol,
esta nieve es idéntica a la yerba,
siempre y nunca es lo mismo,
nunca ha llovido y llueve siempre,
todo está siendo y nunca ha sido,
pueblo sin nombre de las sensaciones,
nombres que buscan cuerpo,
impías transparencias,
jaulas de claridad donde se anulan
la identidad entre sus semejanzas,
la diferencia en sus contradicciones.
La higuera, sus falacias y su sabiduría:
prodigios de la tierra
-fidedignos, puntuales, redundantes-
y la conversación con los espectros.
Aprendizajes con la higuera:
hablar con vivos y con muertos.
También conmigo mismo.

                                                    La procesión del
año:
cambios que son repeticiones.
El paso de las horas y su peso.
La madrugada: más que luz, un vaho
de claridad cambiada en gotas grávidas
sobre los vidrios y las hojas:
el mundo se atenúa
en esas oscilantes geometrías
hasta volverse el filo de un reflejo.
Brota el día, prorrumpe entre las hojas
gira sobre sí mismo
y de la vacuidad en que se precipita
surge, otra vez corpóreo.
El tiempo es luz filtrada.
Revienta el fruto *****
en encarnada florescencia,
la rota rama escurre savia lechosa y acre.
Metamorfosis de la higuera:
si el otoño la quema, su luz la transfigura.
Por los espacios diáfanos
se eleva descarnada virgen negra.
El cielo es giratorio
lapizlázuli:          
viran au ralenti, sus
continentes,
insubstanciales geografías.
Llamas entre las nieves de las nubes.
La tarde más y más es miel quemada.
Derrumbe silencioso de horizontes:
la luz se precipita de las cumbres,
la sombra se derrama por el llano.

A la luz de la lámpara -la noche
ya dueña de la casa y el fantasma
de mi abuelo ya dueño de la noche-
yo penetraba en el silencio,
cuerpo sin cuerpo, tiempo
sin horas. Cada noche,
máquinas transparentes del delirio,
dentro de mí los libros levantaban
arquitecturas sobre una sima edificadas.
Las alza un soplo del espíritu,
un parpadeo las deshace.
Yo junté leña con los otros
y lloré con el humo de la pira
del domador de potros;
vagué por la arboleda navegante
que arrastra el Tajo turbiamente verde:
la líquida espesura se encrespaba
tras de la fugitiva Galatea;
vi en racimos las sombras agolpadas
para beber la sangre de la zanja:
mejor quebrar terrones
por la ración de perro del
labrador avaro
que regir las naciones pálidas
de los muertos;
tuve sed, vi demonios en el Gobi;
en la gruta nadé con la sirena
(y después, en el sueño purgativo,
fendendo i drappi, e mostravami'l
ventre,
quel mí svegliò col
puzzo che n'nuscia);
grabé sobre mi tumba imaginaria:
no muevas esta lápida,
soy rico sólo en huesos;
aquellas memorables
pecosas peras encontradas
en la cesta verbal de Villaurrutia;
Carlos Garrote, eterno medio hermano,
Dios te salve, me dijo al
derribarme
y era, por los espejos del insomnio
repetido, yo mismo el que me hería;
Isis y el asno Lucio; el pulpo y Nemo;
y los libros marcados por las armas de Príapo,
leídos en las tardes diluviales
el cuerpo tenso, la mirada intensa.
Nombres anclados en el golfo
de mi frente: yo escribo porque el druida,
bajo el rumor de sílabas del himno,
encina bien plantada en una página,
me dio el gajo de muérdago, el conjuro
que hace brotar palabras de la peña.
Los nombres acumulan sus imágenes.
Las imágenes acumulan sus gaseosas,
conjeturales confederaciones.
Nubes y nubes, fantasmal galope
de las nubes sobre las crestas
de mi memoria. Adolescencia,
país de nubes.

                            Casa grande,
encallada en un tiempo
azolvado. La plaza, los árboles enormes
donde anidaba el sol, la iglesia enana
-su torre les llegaba a las rodillas
pero su doble lengua de metal
a los difuntos despertaba.
Bajo la arcada, en garbas militares,
las cañas, lanzas verdes,
carabinas de azúcar;
en el portal, el tendejón magenta:
frescor de agua en penumbra,
ancestrales petates, luz trenzada,
y sobre el zinc del mostrador,
diminutos planetas desprendidos
del árbol meridiano,
los tejocotes y las mandarinas,
amarillos montones de dulzura.
Giran los años en la plaza,
rueda de Santa Catalina,
y no se mueven.

                                Mis palabras,
al hablar de la casa, se agrietan.
Cuartos y cuartos, habitados
sólo por sus fantasmas,
sólo por el rencor de los mayores
habitados. Familias,
criaderos de alacranes:
como a los perros dan con la pitanza
vidrio molido, nos alimentan con sus odios
y la ambición dudosa de ser alguien.
También me dieron pan, me dieron tiempo,
claros en los recodos de los días,
remansos para estar solo conmigo.
Niño entre adultos taciturnos
y sus terribles niñerías,
niño por los pasillos de altas puertas,
habitaciones con retratos,
crepusculares cofradías de los ausentes,
niño sobreviviente
de los espejos sin memoria
y su pueblo de viento:
el tiempo y sus encarnaciones
resuelto en simulacros de reflejos.
En mi casa los muertos eran más que los vivos.
Mi madre, niña de mil años,
madre del mundo, huérfana de mí,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra, hormiga, jabalina,
carta de amor con faltas de lenguaje,
mi madre: pan que yo cortaba
con su propio cuchillo cada día.
Los fresnos me enseñaron,
bajo la lluvia, la paciencia,
a cantar cara al viento vehemente.
Virgen somnílocua, una tía
me enseñó a ver con los ojos cerrados,
ver hacia dentro y a través del muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
y a repetir en los desastres: al
hecho, pecho.
(Esto que digo es tierra
sobre tu nombre derramada: blanda te
sea.)
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos.

                                                Días
como una frente libre, un libro abierto.
No me multiplicaron los espejos
codiciosos que vuelven
cosas los hombres, número las cosas:
ni mando ni ganancia. La santidad tampoco:
el cielo para mí pronto fue un cielo
deshabitado, una hermosura hueca
y adorable. Presencia suficiente,
cambiante: el tiempo y sus epifanías.
No me habló dios entre las nubes:
entre las hojas de la higuera
me habló el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo.
Encarnaciones instantáneas:
tarde lavada por la lluvia,
luz recién salida del agua,
el vaho femenino de las plantas
piel a mi piel pegada: ¡súcubo!
-como si al fin el tiempo coincidiese
consigo mismo y yo con él,
como si el tiempo y sus dos tiempos
fuesen un solo tiempo
que ya no fuese tiempo, un tiempo
donde siempre es ahora y a
todas horas siempre,
como si yo y mi doble fuesen uno
y yo no fuese ya.
Granada de la hora: bebí sol, comí tiempo.
Dedos de luz abrían los follajes.
Zumbar de abejas en mi sangre:
el blanco advenimiento.
Me arrojó la descarga
a la orilla más sola. Fui un extraño
entre las vastas ruinas de la tarde.
Vértigo abstracto: hablé conmigo,
fui doble, el tiempo se rompió.

Atónita en lo alto del minuto
la carne se hace verbo -y el verbo se despeña.
Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra,
es saberse mortal. Secreto a voces
y también secreto vacío, sin nada adentro:
no hay muertos, sólo hay muerte, madre nuestra.
Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:
el agua es fuego y en su tránsito
nosotros somos sólo llamaradas.
La muerte es madre de las formas…
El sonido, bastón de ciego del sentido:
escribo muerte y vivo en ella
por un instante. Habito su sonido:
es un cubo neumático de vidrio,
vibra sobre esta página,
desaparece entre sus ecos.
Paisajes de palabras:
los despueblan mis ojos al leerlos.
No importa: los propagan mis oídos.
Brotan allá, en las zonas indecisas
del lenguaje, palustres poblaciones.
Son criaturas anfibias, con palabras.
Pasan de un elemento a otro,
se bañan en el fuego, reposan en el aire.
Están del otro lado. No las oigo, ¿qué dicen?
No dicen: hablan, hablan.

                                Salto de un cuento a otro
por un puente colgante de once sílabas.
Un cuerpo vivo aunque intangible el aire,
en todas partes siempre y en ninguna.
Duerme con los ojos abiertos,
se acuesta entre las yerbas y amanece rocío,
se persigue a sí mismo y habla solo en los túneles,
es un tornillo que perfora montes,
nadador en la mar brava del fuego
es invisible surtidor de ayes
levanta a pulso dos océanos,
anda perdido por las calles
palabra en pena en busca de sentido,
aire que se disipa en aire.
¿Y para qué digo todo esto?
Para decir que en pleno mediodía
el aire se poblaba de fantasmas,
sol acuñado en alas,
ingrávidas monedas, mariposas.
Anochecer. En la terraza
oficiaba la luna silenciaria.
La cabeza de muerto, mensajera
de las ánimas, la fascinante fascinada
por las camelias y la luz eléctrica,
sobre nuestras cabezas era un revoloteo
de conjuros opacos. ¡Mátala!
gritaban las mujeres
y la quemaban como bruja.
Después, con un suspiro feroz, se santiguaban.
Luz esparcida, Psiquis…

                                 
¿Hay mensajeros? Sí,
cuerpo tatuado de señales
es el espacio, el aire es invisible
tejido de llamadas y respuestas.
Animales y cosas se hacen lenguas,
a través de nosotros habla consigo mismo
el universo. Somos un fragmento
-pero cabal en su inacabamiento-
de su discurso. Solipsismo
coherente y vacío:
desde el principio del principio
¿qué dice? Dice que nos dice.
Se lo dice a sí mismo. Oh
madness of discourse,
that cause sets up with and against
itself!

Desde lo alto del minuto
despeñado en la tarde plantas fanerógamas
me descubrió la muerte.
Y yo en la muerte descubrí al lenguaje.
El universo habla solo
pero los hombres hablan con los hombres:
hay historia. Guillermo, Alfonso, Emilio:
el corral de los juegos era historia
y era historia jugar a morir juntos.
La polvareda, el grito, la caída:
algarabía, no discurso.
En el vaivén errante de las cosas,
por las revoluciones de las formas
y de los tiempos arrastradas,
cada una pelea con las otras,
cada una se alza, ciega, contra sí misma.
Así, según la hora cae desen-
lazada, su injusticia pagan. (Anaximandro.)
La injusticia de ser: las cosas sufren
unas con otras y consigo mismas
por ser un querer más, siempre ser más que más.
Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia.
Pero también es el lug
Nis Jun 2018
Ojalá mi cara fuese jazz.
Ojalá mi cara fuese atardecer de cien días
y se perdiese como música en la marea.
Ojalá mis notas fuesen fuego
que corriese raudo por tus venas.
Ojalá se perfumasen en el aire
y  diesen sentido al amanecer del alba.
Ojalá fluyesen como el agua
suavemente rizando la rojez del cielo.
Ojalá fuesen contundentes como la roca
y cayesen a plomo junto a mi corazón muerto.

Ojalá mi cara fuese jazz.
Siempre cambiante, nunca la misma
subebajando en el horizonte.
Tierna y vibrante, siempre difusa
alzándose hacia el cielo con alas desplegadas.
Dulce y salada, externa e interna,
por ósmosis entrando por cada poro.
Pesada y rígida, sólida y pura
cercenando la realidad con su ser preciso.

Ojalá mi cara fuese jazz
siendo lo que no es,
no siendo lo que es.
En cada instante de su espacio manifestándose
en cada punto de su tiempo existiendo.
Única e indivisible, aunque difícilmente alcanzable.
Verdadera mentira que perdura tras los siglos.
Satírica cual elefante boca arriba
dando a luz a lo que siempre ha sido nuestro.

Ojalá mi cara fuese jazz.
Saliendo hacia la luz verdadera
y tornando hacia la oscuridad traicionera.
Volando hacia arriba y en picado,
oteándose a si misma , eterna y cierta.
Creando un nuevo mundo igual a este,
igual de distinto que este a si mismo.
Imitando la certeza de lo incierto.
Pretendiendo con falsedades llegar al verso.

Ojalá mi cara fuese jazz
y fuese objeto de su ser
y fuese sujeto de su haber
y se realizase siempre que le dieses tiempo
y se realizase siempre en lo que siempre fue
y avanzase inmóvil hacia la verdad
y esperase impasible a la mentira.
Ojalá de cada error saliese un mérito,
una esperanza, una virtud siempre precisa.

Ojalá mi cara fuese jazz
tornando el arte arcana en ente nuevo,
aunque sea falso.
En estúpidas epifanías tornando el acto
cual poeta escribiendo estos versos.
Ojalá repetir versos pasados en lenguas nuevas
y llamarse artista.
Mero comentarista y observador
de lo que precedió en tiempo y espacio.

Ojalá mi cara fuese jazz
existiendo con sólo pensarlo
negando el pensamiento mismo,
lógica implacable mintiendo mi rostro,
contradicciones inapelables mintiendo mi ser.
Con precisión matemática ser mentira,
con la etereidad del arte ser verdad.
Ojalá como estafador maestro ante tu mirar
se hiciese música que disfrutar.

Ojalá mi cara fuese jazz,.
Ojalá mi cara no fuese jazz.
Ojalá no tener cara, ni nada.
Ojalá el solo pensarlo me dejase ciega,
sorda para la música de mi rostro.
Ojalá pasar por debajo de una escalera tirada
para no recibir buena suerte.
Ojalá austera o inexistente,
cual dios mirando tu filosofía vana.

Ojalá mi cara fuese jazz
y unificase tantas corrientes
como puede abarcar con sus brazos.
Ojalá pudiese tornar cierta la realidad
por el mero hecho de pensarla, pero no puedo,
pero mi rostro se muestra impasible
ante desdicha tal y sigue avanzando;
regla dorada entre uñas de marfil,
largos palillos para comer la realidad desvirtuada.

Ojalá mi cara fuese jazz
y revolucionase el mundo con su pensar
y desmontase heregías como ciertas.
Ojalá años más tarde siguiese su lucha
contra el infiel divino hasta su muerte,
y como la de un mono con barba
se tornase contra el padre de la ciencia moderna,
y le enseñase a pensar en sueños,
a soñar en vida, a soñar en muerte.

Ojalá mi cara fuese jazz
y se repitiese eternamente para mi suerte,
nunca cambiando, siempre presente.
Ojalá asesinase al padre de todo
y se adueñase de su lugar.
Ojalá existir antes de ser.
Ojalá rodar por la vida sin mirar a los lados,
destruyendo lo que tantas veces nos ha aplastado
y creando la belleza del arte, que es eterna.

//

I wish my face were jazz.
I wish my night were sunset of one hundred days
and it lost itself like music in the tides.
I wish my notes were fire
which ran swift in your veins.
I wish they would perfume itself in the air
and gave meaning to the morning's sunrise.
I wish they flowed like water
softly curling the sky's redness.
I wish they were sturdy like rock
and they plummeted next to my dead heart.

I wish my face were jazz.
Always changing, never the same.
updowning in the horizon.
Tender and vibrating, always diffuse
rising towards the sky with open wings.
Sweet and salty, extern and intern,
by osmosis entering through each pore.
Heavy and rigid, solid and pure
cutting through reality with its precise being.

I wish my face were jazz
being what it is not,
not being what it is.
In every instant of its space manifesting itself
in every point of its time existing.
One and indivisible, although hardly reachable.
True lie which endures beyond centuries.
Satiric like elefant on its head
giving birth to what always has been ours.

I wish my face were jazz.
Going out to the true light
and turning to the treacherous darkness.
Flying upwards and in a dive,
scanning itself, eternal and true.
Creating a new world equal to this,
equally as distinct as this to itself.
Imitating the certainty of the uncertain.
Trying with falseness to reach the verse.

I wish my face were jazz.
and it were object of its being
and it were subject of its having
and it came true always you gave it time
and it came true always in what it always was
and it moved fordward unmoving towards the truth
and it waited impasible the lie.
I wish of every error a merit would come out,
a hope, a virtue ever precise.

I wish my face were jazz
turning arcane art into a new being,
even if false.
Into stupid epiphanies turning the act
as a poet writing this verses.
I wish to repit old verses in new tongues
and to call myself an artist.
Mere commentator and observer
of what preceded it in time and space.

I wish my face were jazz.
Existing with only thinking of it,
negating thought itself,
implacable logic lying my visage,
unnappealable contradictions lying my being.
With mathematical precision being a lie,
with the ethereality of art being the truth.
I wish that like master con artist before your looking
it turned itself into music to enjoy.

I wish my face were jazz.
I wish my face weren't jazz.
I wish I didn't have a face, nor anything.
I wish only thinking of it made me blind,
deaf to the music of my visage.
I wish passing under a fallen ladder
to not receive good luck.
I wish austere or non-existant,
like god looking at your vane philosophy.

I wish my face were jazz,
and it unified so many streams
like it can embrace with its arms.
I wish I could turn reality true
with the mere act of thinking it, but I can't,
but my visage shows itself impassible
before such misfortune and continues onwards;
golden rule among ivory nails,
long chopsticks to eat the desvirtuated reality.

I wish my face were jazz
and it revolucionised the world with its thinking
and it disassembled heressies as true.
I wish years later its fight would continue
against the divine infidel until his death,
and like a bearded monkey's
it would turn itself against the father of modern science,
and it taught him to think in dreams,
to dream in life, to dream in death.

I wish my face were jazz
and it repited itself enternally to my fortune,
never changing, always present.
I wish it assassinated the father of everything
and took its place.
I wish existing before being.
I wish rolling through life without looking sideways,
destroying that which always has crushed us
and creating the beauty of art, which is timeless.
Ufff this was a long one, took some time to translate it and I think is as accurate as a translation of a poem can be, but any advise regarding it would be appreciated. I know it sounds pretty random, and it is, as it was made mostly through automatic writting; but there is a common point joining the whole poem and giving it order. If you really like it, give it a few reads and see if you can find it ;)).
It Aug 2013
Poeta,
no temas caer en audacia
o que versos anteriores
limiten tu poesia,
esta no es un fragmento para comparación,
y al nacer una obra, ten dado
que su resolución es inaudita;
ya que un sueño profundo nunca cesa.

Solo rie en el pudor
que bajo la luna palpita,
recitandole a un sueño
un mercurio de risas.

No tomes a Melancolia como tu enemiga,
endulza el alma con un breve remordimiento.
No necesitas cambiar al mundo
ni tu vida en una palabra;
solo sentir la brisa
que respira cada grano
y cada gota que incita.

No necesitas ni lápiz,
ni papel,
ni harmonia,
solo una rima cambiante
que en su intangible ardor
rescata tu sonrisa.

No te niegues a preservarla
en el valiente rumbo de la neblina,
ya que las palabras sinceras
nunca han de ser escritas.
I take into account that given to the language, many will be unable to understand this poem but I hope that it brings pleasure upon those who do. :)
The Woman Apr 2015
Esa noche soñé,
soñé que me enredaba un aura,
un aura tan cambiante,
donde de ella emanaban cantos, gritos y reclamos,
que al poco rato,
se tornaban en zafiros
¡unos tan malditos!
que me rasgaban la piel como espinas,
ante la insistencia del recuerdo.

De repente,
tu boca insana me despierta,
pero noto
que no era tu boca,
nunca lo fue,
era la sombra,
una tan vil y desalmada,
que hurtó tú cara,
tú cara,
¡Oh, tú cara!
Tan falsa! Tan dañina!
Por la cual, yo,
tan cegada y entorpecida
gritaba en mis adentros:
"Acércate, acércate,
y líbrame de mi pesar"

Luego,
en claridad perfecta,
hay dos sombras, detrás una tercera,
sin yo saber quién es quién,
sobre ellas vuela el pájaro azul,
el símbolo de mi voluntad,
quebrantando los cristales,
que de tu incertidumbre
me arrastró;
La tercera sombra, la más incomprensible,
dispara la flecha,
la que me aniquiló el corazón.
Y esta sombra, sin pensarlo,
se esfumó,
y cuando su voluntad esboza,
vuelve a mí,
para repetir una vez más su maldad.

¡Fue el veneno!
¡Fue la ira!
¡Fue la venganza!
que me dejó sin alma,
que me permitía escuchar
como aquella se perdía,
tan potente, tan fugaz,
al igual que una avalancha.

Poco a poco aprendí a
nunca más darme cosas comunes que anhelan;
sobre todo,
al atacarme en rayo fiero,
el recuerdo que niego,
estableciendo el rojo en mis mejillas,
por la causa injusta
de tu egoísmo descomedido
que me centella en los ojos.
La hora se vacía.
Me cansa el libro y lo cierro.
Miro, sin mirar, por la ventana.
Me espían mis pensamientos.
                                                        Pienso que no pienso.
Alguien, al otro lado, abre una puerta.
Tal vez, tras esa puerta,
no hay otro lado.
                                  Pasos en el pasillo.
Pasos de nadie: es sólo el aire
buscando su camino.
                                        Nunca sabemos
si entramos o salimos.
                                          Yo, sin moverme,
también busco -no mi camino:
el rastro de los pasos
que por años diezmados me han traído
a este instante sin nombre, sin cara.
Sin cara, sin nombre.
                                      Hora deshabitada.
La mesa, el libro, la ventana:
cada cosa es irrefutable.
                                              Sí,
la realidad es real.
                                  Y flota
-enorme, sólida, palpable-
sobre este instante hueco.
                                              La realidad
está al borde del hoyo siempre.
Pienso que no pienso.
                                        Me confundo
con el aire que anda en el pasillo.
El aire sin cara, sin nombre.

Sin nombre, sin cara,
sin decir: he llegado,
                                      llega.
Interminablemente está llegando,
inminencia  que se desvanece
en un aquí mismo
     
                          más allá siempre.
Un siempre nunca.
                                  Presencia sin sombra,
disipación de las presencias,
Señora de las reticencias
que dice todo cuando dice nada,
Señora sin nombre, sin cara.

Sin cara, sin nombre:
miro
        -sin mirar;
pienso
                -y me despueblo.
Es obsceno,
dije en una hora como ésta,
morir en su cama.
                                Me arrepiento:
no quiero muerte de fuera,
quiero morir sabiendo que muero.
Este siglo está poseído.
En su frente, signo y clavo,
arde una idea fija:
todos los días nos sirve
el mismo plato de sangre.
En una esquina cualquiera
-justo, onmisciente y armado-
aguarda el dogmático sin cara, sin nombre.

Sin nombre, sin cara:
la muerte que yo quiero
lleva mi nombre,
                                  tiene mi cara.

Es mi espejo y es mi sombra,
la voz sin sonido que dice mi nombre,
la oreja que escucha cuando callo,
la pared impalpable que me cierra el paso,
el piso que de pronto se abre.
Es mi creación y soy su criatura.
Poco a poco, sin saber lo que hago,
la esculpo, escultura de aire.
Pero no la toco, pero no me habla.
Todavía no aprendo a ver,
en la cara del muerto, mi cara.
Con la cabeza lo sabía,
no con saber de sangre:
es un acorde ser y otro acorde no ser.
La misma vibración, el mismo instante
ya sin nombre, sin cara.
                                      El tiempo,
que se come las caras y los nombres,
a sí mismo se come.
El tiempo es una máscara sin cara.

No me enseñó a morir el Buda.
Nos dijo que las caras se disipan
y sonido vacío son los nombres.
Pero al morir tenemos una cara,
morimos con un nombre.
En la frontera cenicienta
¿quién abrirá mis ojos?
Vuelvo a mis escrituras,
al libro del hidalgo mal leído
en una adolescencia soleada,
con brutales violencias compartida:
el llano acuchillado,
las peleas del viento con el polvo,
el pirú, surtidor verde de sombra,
el testuz obstinado de la sierra
contra la nube encinta de quimeras,
la rigurosa luz que parte y distribuye
el cuerpo vivo del espacio:
geometría y sacrificio.

Yo me abismaba en mi lectura
rodeado de prodigios y desastres:
al sur los dos volcanes
hechos de tiempo, nieve y lejanía;
sobre las páginas de piedra
los caracteres bárbaros del fuego;
las terrazas del vértigo;
los cerros casi azules apenas dibujados
con manos impalpables por el aire;
el mediodía imaginero
que todo lo que toca hace escultura
y las distancias donde el ojo aprende
los oficios de pájaro y arquitecto-poeta.

Altiplano, terraza del zodíaco,
circo del sol y sus planetas,
espejo de la luna,
alta marea vuelta piedra,
inmensidad escalonada
que sube apenas luz la madrugada
y desciende la grave anochecida,
jardín de lava, casa de los ecos,
tambor del trueno, caracol del viento,
teatro de la lluvia,
hangar de nubes, palomar de estrellas.

Giran las estaciones y los días,
giran los cielos, rápidos o lentos,
las fábulas errantes de las nubes,
campos de juego y campos de batalla
de inestables naciones de reflejos,
reinos de viento que disipa el viento:
en los días serenos el espacio palpita,
los sonidos son cuerpos transparentes,
los ecos son visibles, se oyen los silencios.
Manantial de presencias,
el día fluye desvanecido en sus ficciones.

En los llanos el polvo está dormido.
Huesos de siglos por el sol molidos,
tiempo hecho sed y luz, polvo fantasma
que se levanta de su lecho pétreo
en pardas y rojizas espirales,
polvo danzante enmascarado
bajo los domos diáfanos del cielo.
Eternidades de un instante,
eternidades suficientes,
vastas pausas sin tiempo:
cada hora es palpable,
las formas piensan, la quietud es danza.

Páginas más vividas que leídas
en las tardes fluviales:
el horizonte fijo y cambiante;
el temporal que se despeña, cárdeno,
desde el Ajusco por los llanos
con un ruido de piedras y pezuñas
resuelto en un pacífico oleaje;
los pies descalzos de la lluvia
sobre aquel patio de ladrillos rojos;
la buganvilla en el jardín decrépito,
morada vehemencia…
Mis sentidos en guerra con el mundo:
fue frágil armisticio la lectura.

Inventa la memoria otro presente.
Así me inventa.
                              Se confunde
el hoy con lo vivido.
Con los ojos cerrados leo el libro:
al regresar del desvarío
el hidalgo a su nombre regresa y se contempla
en el agua estancada de un instante sin tiempo.
Despunta, sol dudoso,
entre la niebla del espejo, un rostro.
Es la cara del muerto.
                                        En tales trances,
dice, no ha de burlar al alma el hombre.
Y se mira a la cara:
                                    deshielo de reflejos.No he sido Don Quijote,
no deshice ningún entuerto
                                                  (aunque a veces
me han apedreado los galeotes)
                                                            pero quiero,
como él, morir con los ojos abiertos.
                                                                    Morir
sabiendo que morir es regresar
adonde no sabemos,
                                        adonde,
sin esperanza, lo esperamos.
                                                      Morir
reconciliado con los tres tiempos
y las cinco direcciones,
                                            el alma
-o lo que así llamamos-
vuelta una transparencia.
                                                Pido
no la iluminación:
                                  abrir los ojos,
mirar, tocar al mundo
con mirada de sol que se retira;
pido ser la quietud del vértigo,
la conciencia del tiempo
apenas lo que dura un parpadeo
del ánima sitiada;
                                  pido
frente a la tos, el vómito, la mueca,
ser día despejado,
                                  luz mojada
sobre tierra recién llovida
y que tu voz, mujer, sobre mi frente sea
el manso soliloquio de algún río;
pido ser breve centelleo,
repentina fijeza de un reflejo
sobre el oleaje de esa hora:
memoria y olvido,
                                    al fin,
una misma claridad instantánea.
Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.
Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.
Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.
Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.
I
Voluntario de España, miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi pecho que acabe, al que bien, que venga,
y quiero desgraciarme;
descúbrome la frente impersonal hasta tocar
el vaso de la sangre, me detengo,
detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto
con las que se honra el animal que me honra;
refluyen mis instintos a sus sogas,
humea ante mi tumba la alegría
y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame,
desde mi piedra en blanco, déjame,
solo,
cuadrumano, más acá, mucho más lejos,
al no caber entre mis manos tu largo rato extático,
quiebro con tu rapidez de doble filo
mi pequeñez en traje de grandeza!

Un día diurno, claro, atento, fértil
¡oh bienio, el de los lóbregos semestres suplicantes,
por el que iba la pólvora mordiéndose los codos!
¡oh dura pena y más duros pedernales!
!oh frenos los tascados por el pueblo!
Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo,
oró de cólera
y soberanamente pleno, circular,
cerró su natalicio con manos electivas;
arrastraban candado ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias muertas...

¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas
de dolores con rejas de esperanzas,
de dolores de pueblos con esperanzas de hombres!
¡Muerte y pasión de paz, las populares!
¡Muerte y pasión guerreras entre olivos,
entendámonos!
Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas los vientos
y de llave las tumbas en tu pecho,
tu frontal elevándose a primera potencia de martirio.

El mundo exclama: «¡Cosas de españoles!» Y es verdad.
Consideremos,
durante una balanza, a quemarropa,
a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a Cervantes, diciendo: «Mi reino es de este mundo, pero
también del otro»: ¡***** y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo,
a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros
o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía
a Teresa, mujer que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa...
(Todo acto o voz genial viene del pueblo
y va hacia él, de frente o transmitidos
por incesantes briznas, por el humo rosado
de amargas contraseñas sin fortuna)
Así tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura,
agitada por una piedra inmóvil,
se sacrifica, apártase,
decae para arriba y por su llama incombustible sube,
sube hasta los débiles,
distribuyendo españas a los toros,
toros a las palomas...

Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía
acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente,
tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico,
tu gana
dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición,
a tu enemigo!
¡Liberador ceñido de grilletes,
sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuaría sin asas la extensión,
vagarían acéfalos los clavos,
antiguo, lento, colorado, el día,
nuestros amados cascos, insepultos!
¡Campesino caído con tu verde follaje por el hombre,
con la inflexión social de tu meñique,
con tu buey que se queda, con tu física,
también con tu palabra atada a un palo
y tu cielo arrendado
y con la arcilla inserta en tu cansancio
y la que estaba en tu uña, caminando!
¡Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que, a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será entonces de oro!

¡Se amarán todos los hombres
y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes
y beberán en nombre
de vuestras gargantas infaustas!
Descansarán andando al pie de esta carrera,
sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos
serán y al son
de vuestro atroz retorno, florecido, innato,
ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!
¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende

sin vías a su cuerpo
y al que baja hasta la forma de su alma!
¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!
¡Serán dados los besos que no pudisteis dar!
¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga
traerá pedacitos de pan al elefante encadenado
a su brutal delicadeza; volverán
los niños abortados a nacer perfectos, espaciales
y trabajarán todos los hombres,
engendrarán todos los hombres,
comprenderán todos los hombres!

¡Obrero, salvador, redentor nuestro,
perdónanos, hermano, nuestras deudas!
Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:
qué jamás tan efímero, tu espalda!
qué siempre tan cambiante, tu perfil!

¡Voluntario italiano, entre cuyos animales de batalla
un león abisinio va cojeando!
¡Voluntario soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal!
¡Voluntarios del sur, del norte, del oriente
y tú, el occidental, cerrando el canto fúnebre del alba!
¡Soldado conocido, cuyo nombre
desfila en el sonido de un abrazo!
¡Combatiente que la tierra criara, armándote
de polvo,
calzándote de imanes positivos,
vigentes tus creencias personales,
distinto de carácter, íntima tu férula,
el cutis inmediato,
andándote tu idioma por los hombros
y el alma coronada de guijarros!

¡Voluntario fajado de tu zona fría,
templada o tórrida,
héroes a la redonda,
víctima en columna de vencedores:
en España, en Madrid, están llamando
a matar, voluntarios de la vida!

¡Porque en España matan, otros matan
al niño, a su juguete que se para,
a la madre Rosenda esplendorosa,
al viejo Adán que hablaba en alta voz con su caballo
y al perro que dormía en la escalera.
Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa página primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su bastón, a su colega,
al barbero de al lado -me cortó posiblemente,
pero buen hombre y, luego, infortunado;
al mendigo que ayer cantaba enfrente,
a la enfermera que hoy pasó llorando,
al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas...

¡Voluntarios,
por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por la libertad de todos,
del explotado, del explotador,
por la paz indolora -la sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y más cuando circulo dando voces-
y hacedlo, voy diciendo,
por el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su cordero,
por los camaradas caídos,
sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!

Para que vosotros,
voluntarios de España y del mundo, vinierais,
soñé que era yo bueno, y era para ver
vuestra sangre, voluntarios...
De esto hace mucho pecho, muchas ansias,
muchos camellos en edad de orar.
Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,
os siguen con cariño los reptiles de pestaña inmanente
y, a dos pasos, a uno,
la dirección del agua que corre a ver su límite antes que arda.
Una rosa en el alto jardín que tú deseas.
Una rueda en la pura sintaxis del acero.
Desnuda la montaña de niebla impresionista.
Los grises oteando sus balaustradas últimas.
Los pintores modernos en sus blancos estudios,
cortan la flor aséptica de la raíz cuadrada.
En las aguas del Sena un ice-berg  de mármol
enfría las ventanas y disipa las yedras.
El hombre pisa fuerte las calles enlosadas.
Los cristales esquivan la magia del reflejo.
El Gobierno ha cerrado las tiendas de perfume.
La máquina eterniza sus compases binarios.
Una ausencia de bosques, biombos y entrecejos
yerra por los tejados de las casas antiguas.
El aire pulimenta su prisma sobre el mar
y el horizonte sube como un gran acueducto.
Marineros que ignoran el vino y la penumbra,
decapitan sirenas en los mares de plomo.
La Noche, negra estatua de la prudencia, tiene
el espejo redondo de la luna en su mano.
Un deseo de formas y límites nos gana.
Viene el hombre que mira con el metro amarillo.
Venus es una blanca naturaleza muerta
y los coleccionistas de mariposas huyen.
Cadaqués, en el fiel del agua y la colina,
eleva escalinatas y oculta caracolas.
Las flautas de madera pacifican el aire.
Un viejo dios silvestre da frutas a los niños.
Sus pescadores duermen, sin ensueño, en la arena.
En alta mar les sirve de brújula una rosa.
El horizonte virgen de pañuelos heridos,
junta los grandes vidrios del pez y de la luna.
Una dura corona de blancos bergantines
ciñe frentes amargas y cabellos de arena.
Las sirenas convencen, pero no sugestionan,
y salen si mostramos un vaso de agua dulce.
¡Oh, Salvador Dalí, de voz aceitunada!
No elogio tu imperfecto pincel adolescente
ni tu color que ronda la color de tu tiempo,
pero alabo tus ansias de eterno limitado.
Alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos.
Huyes la oscura selva de formas increíbles.
Tu fantasía llega donde llegan tus manos,
y gozas el soneto del mar en tu ventana.
El mundo tiene sordas penumbras y desorden,
en los primeros términos que el humano frecuenta.
Pero ya las estrellas ocultando paisajes,
señalan el esquema perfecto de sus órbitas.
La corriente del tiempo se remansa y ordena
en las formas numéricas de un siglo y otro siglo.
Y la Muerte vencida se refugia temblando
en el círculo estrecho del minuto presente.
Al coger tu paleta, con un tiro en un ala,
pides la luz que anima la copa del olivo.
Ancha luz de Minerva, constructora de andamios,
donde no cabe el sueño ni su flora inexacta.
Pides la luz antigua que se queda en la frente,
sin bajar a la boca ni al corazón del bosque.
Luz que temen las vides entrañables de Baco
y la fuerza sin orden que lleva el agua curva.
Haces bien en poner banderines de aviso,
en el límite oscuro que relumbra de noche.
Como pintor no quieres que te ablande la forma
el algodón cambiante de una nube imprevista.
El pez en la pecera y el pájaro en la jaula.
No quieres inventarlos en el mar o en el viento.
Estilizas o copias después de haber mirado,
con honestas pupilas sus cuerpecillos ágiles.
Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.
Amas la arquitectura que construye en lo ausente
y admites la bandera como una simple broma.
Dice el compás de acero su corto verso elástico.
Desconocidas islas desmiente ya la esfera.
Dice la línea recta su vertical esfuerzo
y los sabios cristales cantan sus geometrías.
Pero también la rosa del jardín donde vives.
¡Siempre la rosa, siempre, norte y sur de nosotros!
Tranquila y concentrada como una estatua ciega,
ignorante de esfuerzos soterrados que causa.
Rosa pura que limpia de artificios y croquis
y nos abre las alas tenues de la sonrisa
(Mariposa clavada que medita su vuelo).
Rosa del equilibrio sin dolores buscados.
¡Siempre la rosa!
¡Oh, Salvador Dalí de voz aceitunada!
Digo lo que me dicen tu persona y tus cuadros.
No alabo tu imperfecto pincel adolescente,
pero canto la firme dirección de tus flechas.
Canto tu bello esfuerzo de luces catalanas,
tu amor a lo que tiene explicación posible.
Canto tu corazón astronómico y tierno,
de baraja francesa y sin ninguna herida.
Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua,
el miedo a la emoción que te aguarda en la calle.
Canto la sirenita de la mar que te canta
montada en bicicleta de corales y conchas.
Pero ante todo canto un común pensamiento
que nos une en las horas oscuras y doradas.
No es el Arte la luz que nos ciega los ojos.
Es primero el amor, la amistad o la esgrima.
Es primero que el cuadro que paciente dibujas
el seno de Teresa, la de cutis insomne,
el apretado bucle de Matilde la ingrata,
nuestra amistad pintada como un juego de oca.
Huellas dactilográficas de sangre sobre el oro,
rayen el corazón de Cataluña eterna.
Estrellas como puños sin halcón te relumbren,
mientras que tu pintura y tu vida florecen.
No mires la clepsidra con alas membranosas,
ni la dura guadaña de las alegorías.
Viste y desnuda siempre tu pincel en el aire
frente a la mar poblada de barcos y marinos.
Mira como agacha la cabeza aquella mujer,
tierna e inocente.
como apaga el fuego que sintió
por convicción y credo
Incapaz de sostenerse cae sobre su propio entierro,
el que ya estaba escrito.

No recorrió largas distancias ni respiro aire de mar,
no quitó el manto de sus ojos.
Fue cambiante en todo en su interior
y nunca supo proyectarlo;
el temor ardía como hiel.

Las historias en su lengua reposaron,
ardientes y misteriosas.
Sus rabias quedaron pavimentadas en su pecho,
sus senos nunca vieron luz.
"Oh padre, ¿qué me has hecho?"
Muerta en su juventud.

Sus opiniones dudaron de ser válidas
y de su existencia,
quedan pedazos de almas desgarradas.
"Oh padre, ¿Qué me has hecho?
que me has cocido las palabras.”
Jr Dec 2019
Estorbo con mi pensar a la calma
que antes reinaba

súbito aliento tenso y denso que se puede cortar fácil
con una hoja de papel
había un escrito, aquel, que hace unos años decía
que yo había sido un árbol toda la vida

ahora las raíces levantan el suelo
el pavimento se destroza
ante la sed
de movimiento
Cuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.
Cuéntame cómo vives.
Ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).
Cuéntame cómo mueres.
Nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente el vacío.
Cuéntame cómo mueres,
cómo renuncias -sabio-,
cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.

Somos el río y somos aquel griego
que se mira en el río. Su reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el cristal que cambia como el fuego.

Somos el vano río prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.

La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.
Quererte con el iris, con el trueno,
en la pomposa barca de la espuma,
a flavo sol, a bien bruñida luna
y espigada madeja de centeno.

Con envidia de nube transitoria
y paciencia de piedra en el camino,
a ocre martillo y a curioso pino.
A olvido, a permanencia y a memoria.

Con la cambiante ágata del sino
y la obsidiana en blanco de la suerte,
en el mármol sin voces de la muerte

y por el canto unido a mi destino.
Quererte con escándalo o licencia,
mas siempre con altiva transparencia.
Leydis Jun 2017
Te dejo en el viernes,
donde descubrí el temeroso final de lo que pudo ser.

¡Te dejo en la desierta y frívola noche del viernes;
que lloraba ansiosa por el aterrante amanecer que daría luz a la osadía de soñar robarte un beso sin poder!

Te dejo allí,
entre la cambiante naturaleza  de colores que va oscureciendo entre nosotros.

En ese viernes, en esa verdad, en mi derrota.

Te dejo en tu triunfante mirada al saber que truncaste mis miedos y luego decir….¡lo siento! sin decirlo.  

Te dejo en el viernes,
en la última semana de mi otoño.......
¡ya le abrí la puerta al invierno!

LeydisProse
10/2016
No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena
la victoria dejó sus pies perdidos.
Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.
No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.

Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas
sangrientas, que combatí la burla,
y que en verdad llené la pleamar de mi alma.
Yo pagué la vileza con palomas.

Yo no tengo jamás porque distinto
fui, soy, seré. Y en nombre
de mi cambiante amor proclamo la pureza.

La muerte es sólo piedra del olvido.
Te amo, beso en tu boca la alegría.
Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.
d-propano Sep 2019
siempre fuimos tres en la ecuación

él, veces oscuro y a veces claro
cambiante e imperfecto
dueño de sueños, promesas y secretos

siempre fuimos tres y dejamos que pasara

si no existiera, a quién le hablaría cuando la distancia se hace inmensa?

siempre fuimos tres,
aunque a veces azules y a veces amarillos

siempre vos, el mismo cielo, y yo.

— The End —