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Junto al ***** palacio del rey de la isla de Hierro -(¡Oh, cruel,
horrible, destierro!)- ¿Cómo es que
tú, hermana armoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera
de ruiseñores, tu formidable caja musical?
¿No te entristece recordar la primavera en que oíste
a un pájaro divino y tornasol
  en el país del sol?
En el jardín del rey de la isla de Oro -(¡oh, mi ensueño
que adoro!)- fuera mejor que tú, armoniosa
hermana, amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú
que nacistes donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa
de arrebol,
  en el país del sol!
O en el alcázar de la reina de la isla de Plata -(Schubert, solloza la Serenata...)- pudieras también, hermana
armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen, dulce, dulcemente, el claro de luna, los vírgenes lirios, la monja paloma y el cisne marqués. La mejor plata se funde en un ardiente
crisol,
  en el país del sol!
Vuelve, pues a tu barca, que tiene lista la vela -(resuena, lira, Céfiro, vuela)- y parte, armoniosa
hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de
oro bajo un regio y azul parasol,
  en el país del sol!
En la playa sonora
De auras primaverales,
De las ondas azules del Sorrento
Mueren bajo frondosos naranjales,
Junto al seto, a la vera del camino,
Hay una tosca piedra,
Que mira indiferente el peregrino.
En ella oculta el alelí frondoso
Un nombre que jamás repite el eco.
Sólo a veces, si en busca de reposo
Errante pasajero se detiene,
Al ver el epitafio entre las hojas,
Ante la luz del moribundo día,
Mientras copiosas lágrimas derrama,
-«¡Diez y seis años!», suspirando clama;
«De morir no era tiempo todavía».
Mas, ¿a qué recordar esas escenas?
Dejad que gima el viento
y que murmuren las azules olas.
Yo no quiero llorar en mi aislamiento;
Quiero soñar con mi dolor a solas.

«¡Diez y seis años! ¡Sí, diez y seis
años!»
Torna a decir el pasajero. Y nunca
En una frente más encantadora
Esa edad fulguró; ni otras pupilas
Más hermosas el brillo reflejaron
De esas playas ardientes e intranquilas.
Hoy en vano la llamo:
¡Sólo el alma responde a mi reclamo!
Pero la siento en mí, y a verla vuelvo;
La vuelvo a ver como en felices días,
De puras e inocentes alegrías,
Cuando fijos en mí los negros ojos,
Cual astros en ignota lontananza,
Me hablaba de su amor entre sonrojos,
Y yo, de mi pasión y mi esperanza.
Bien me acuerdo: ondulaban sus cabellos
Del aura al soplo acompasado y blando;
En torno el viento aromas derramaba;
Del trasparente velo se pintaba
La sombra en su mejilla,
y distintos se oían los cantares

Del pescador en la desierta orilla.
y de pronto mostrándome la luna,
Flor de la noche bruna,
y las espumas de la mar, me dijo:
-«¿Por qué llena de luz el alma siento?
Jamás el firmamento
Donde la estrella del amor nos mira;
Jamás esas arenas donde vienen
Las olas a morir; esas enhiestas
Montañas cuyas crestas
Tiemblan entre los cielos, y los bosques
En torno a la ensenada;
Las luces de la costa abandonada
y del nocturno pescador el canto
Halagaron cual hoy mi fantasía...
¡Nunca infundieron en el alma mía
Este que siento, celestial encanto!
»¿No volveré a soñar cual sueño ahora
En embriagante calma?
¿Es que en los cielos asomó la aurora
O es que una estrella se encendió en mi alma?
Hijo de la mañana, ¿son las noches
De tu país tan bellas
Como esta que a mi lado estás mirando
Tachonada de fúlgidas estrellas?»
Luego la virgen se acercó a la madre
Que la escuchaba cerca del ribazo,
Le dio un beso en la frente,
y quedose dormida en su regazo.

Mas, ¿a qué recordar esas escenas?
Dejad que gima el viento
y que murmuren las azules olas.
Yo no quiero llorar en mi aislamiento;
¡Quiero soñar con mi dolor a solas!
¡Cuánto candor en su mirada! ¡Cuánta
Inocencia en sus labios seductores!
¡Quién no hubiera creído en ese instante
Ver concentrados en su alma virgen
Del cielo de su patria los fulgores!
El bello lago de Nemí, que nunca
Un soplo arruga, es menos trasparente;
Jamás pudo ocultar sus pensamientos;
Sus ojos, de su espíritu trasunto,
Los revelaban sin quererlo al punto.
Todo jugaba en ella; y la sonrisa,
Que es con los años contracción de duelo,
Siempre brillaba en sus carmíneos labios
Como arco-iris en radiante cielo.
Ninguna sombra oscureció su rostro;
y si libre los campos recorría,
Cual suelta mariposa,
Una límpida ola parecía
Coronada de luz esplendorosa.
Corría por correr, y su armoniosa
y halagadora voz, arpegio tierno
De su alma pura, que era un canto eterno,
Alegraba hasta al aura rumorosa.

Fue la primer imagen
Que se imprimió en su corazón la mía,
Como la luz en los dormidos ojos
Que se abren con el día.
Desde que amó, fue amor el Universo;
Confundió mi existencia,
Mi existencia entre lágrimas y abrojos,
Con su vida de paz y de inocencia;
Palpitó con mi alma, y formé parte
Del mundo que flotaba ante sus ojos,
De todos sus anhelos,
De la efímera dicha de la tierra
y la eterna esperanza de los cielos.
No pensaba ni en tiempo ni en distancia,
Ni existía el pasado en su memoria,
Pues para ella la vida era el presente.
Todo su porvenir fueron las tardes
De aquellos días de celeste gloria.
Entregó a la Natura
Su corazón, sin sombra de pecado,
y a la plegaria pura
Que de su huerto con las blancas flores
Iba a esparcir en el altar amado.
y de la mano, como niño humilde,
Me conducía al templo de la aldea,
y de rodillas me decía quedo:
«¡Reza conmigo! ¡Sin tu amor, bien mío,
El cielo mismo comprender no puedo!»

¿No veis el agua azul y trasparente
Al abrigo del aura vagabunda
y del sol encendido,
En el estanque de la clara fuente?
En él un blanco cisne
Nada, de su hermosura haciendo alarde,
y oculta el cuello en el cristal bruñido
Donde tiembla la estrella de la tarde.
Pero si a nuevas fuentes alza el vuelo,
La clara linfa con el ala azota
y extinta queda la visión del cielo.
y con las plumas que dejó deshechas,
Como arrancadas por astuto buitre,
y con la arena que del fondo brota,
El estanque, antes puro,
Que las estrellas reflejaba en calma,
Queda revuelto al fin, triste y oscuro.
Así, cuando partí, todo en su alma
Lo revolvió el dolor; su luz muriente
Huyose al cielo a no volver; y cuando
Vio, sola y afligida,
Su más bella ilusión desvanecida,
Se despidió del porvenir, que goces
No le ofrecía en su abandono aciago;
No disputó su vida al sufrimiento,
Alzó la copa del dolor tranquila
y la apuró de un trago,
En tanto que en su lágrima primera
Ahogaba el corazón; y como el ave

Cuando el sol en los mares se sepulta,
Para dormir oculta
La cabeza en el ala entumecida,
Se envolvió en su tristeza abrumadora,
y se durmió también... pero en la aurora,
En la risueña aurora de su vida.
Mas,  ¿a qué recordar esas escenas?
Dejad que gima el viento
y que murmuren las azules olas,
Yo no quiero llorar en mi aislamiento,
¡Quiero soñar con mi dolor a solas!
En su lecho de tierra ya ha dormido
Muchos años, y nadie
Quizá a llorar a su sepulcro ha ido,
y tal vez en la senda
Que a su postrer asilo conducía.
Se encontrará extendido
El segundo sudario de los muertos,
El implacable olvido.
Nadie esa piedra ya medio borrada
Con una flor visita;
Nadie solloza allá, nadie medita.
Sólo mi pensamiento en esa tumba
Ruega contrito, si remonto el vuelo
De este bullicio, donde sufre el alma,
A otra región de amor, de luz y calma,
y al corazón demando esas queridas

Prendas que ya no existen, y columbro
En las sombras calladas
Sus luminosas huellas,
y lloro tantas fúlgidas estrellas
En mi nublado cielo ya apagadas.
La primera ella fue, mas el divino
y dulce resplandor que en torno vierte
Aun alumbra mi lóbrego camino,
De errante peregrino,
De errante peregrino hacia la muerte.
Un espinoso arbusto
De pálida verdura
Crece junto a su humilde sepultura;
Por el sol calcinado
y por los vientos de la mar batido,
Vive en la roca, sin prestarle sombra,
Como un pesar en corazón herido.
El polvo de la ruta
Blanqueó su follaje, y a la tierra
Baja a servir de pasto
A la cabra montés. Como de nieve
Limpio copo, al nacer la primavera,
Brota en él una flor; mas, ¡ay!, en breve,
Antes de dar al aura lisonjera
Su aroma regalado,
La arranca de su tallo el viento airado,
Cual la vida apagada por la muerte
Antes que al corazón haya halagado

Un ave solitaria el vuelo posa
Sobre una rama que se dobla, y canta
Con voz entristecida,
Cuando cae la tarde silenciosa.
¡Oh, dime, flor marchita sobre el lodo,
Flor que tan pronto marchitó la vida!,
¿No hay otra vida en que renace todo?
Volved a mi memoria,
Tristes recuerdos de esa triste historia;
Volved, recuerdos de mi amor primero,
A traer a mi espíritu la calma.
Ve, pensamiento, a donde va mi alma...
¡Mi corazón rebosa, y llorar quiero!
Sol de siesta en toda la campiña verde...
Rezonga una noria no sé dónde. Muerde
un cantar la calma que en el aire reina.
Bajo unos perales, una vaca peina
con su cimbreante lengua la testuz
de otra, que mordisca hierba con pajuz.
Frente de unos olmos blancos de palomas
un pruno destila transparentes gomas.
Baten los trigales rúbeos ababoles.
Jaulas destapadas son de verderoles
los gozosos huertos colmados de nieves
de azahares de plata  como esquilas breves,
donde son badajos de mieles bermejas
millones sonantes  de áticas abejas.
Duerme el polvo ardiente de un recto camino.
Álzase una sierra como un torbellino.
En los correntales de un fino arroyuelo
del sol encendido y untado de cielo,
abreva  sediento mi pulido atajo.
Luego, silencioso, se tiende debajo
de las sombras móviles de un cañar umbrío...
Soledad de tierras... Claridad de un río...
Llevo hasta mis labios mi clara siringa:
de armoniosa música la siesta se pringa.
Mas presto me canso del tosco instrumento.
y echado en el césped, cara al firmamento
que parece un ancho e inflamado horno,
buscando a Morfeo, la mirada entorno.

...Entre los follajes, a los que se acopla,
el dios Pan. Su grato caramillo sopla...
Ya que tu voz, como un muelle vapor, me baña
y mis ojos, tributos a la eterna guadaña,
por ti osan mirar de frente el ataúd;
ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia
que es mitad friolenta, mitad cardenalicia,
antes que en la veleta llore el póstumo alud;
ya que por ti ha lanzado a la Muerte su reto
la cerviz animosa del ardido esqueleto
predestinado al hierro del fúnebre dogal;
te honro en el espanto de una perdida alcoba
de nigromante, en que tu yerta faz se arroba
sobre una tibia, como sobre un cabezal;
y porque eres, Amada, la armoniosa elegida
de mi sangre, sintiendo que la convulsa vida
es un puente de abismo en que vamos tú y yo,
mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras
como sobre una erótica ficha de dominó.
Te hubiera dado el mundo,
muchacho que surgiste
al caer de la luz por tu Conquero,
tras la colina ocre,
entre pinos antiguos de perenne alegría.

¿Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
que las aguas henchidas con su aliento,
encauzadas en río sobre tu tierra abierta,
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.

Eras el mar aún más
tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;
eres forma primera,
eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

Y tus labios, de bisel tan terso,
eran la vida misma,
como una ardiente flor
nutrida con la savia
ee aquella piel oscura
que infiltraba nocturno escalofrío.

Si el amor fuera un ala.
la incierta hora con nubes desgarradas,
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,
la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,
te enviaban a mí, a mi afán ya caído,
como verdad tangible.

Expresión armoniosa de aquel mismo paraje,
entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo,
eras tú una verdad,
sola verdad que busco,
más que verdad de amor, verdad de vida;
y olvidando que sombra y pena acechan de continuo
esa cúspide virgen de la luz y la dicha,
quise por un momento fijar tu curso ineluctable.
creí en ti, muchachillo.

Cuando el mar evidente,
con el irrefutable sol de mediodía,
suspendía mi cuerpo
en esa abdicación del hombre ante su dios,
un resto de memoria
levantaba tu imagen como recuerdo único.

Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,
estaban en mí mismo dichos en tu figura,
divina ya para mi afán con ellos,
porque nunca he querido dioses crucificados,
tristes dioses que insultan
esa tierra ardorosa que te hizo y deshace.
Sol de siesta en toda la campiña verde...
Rezonga una noria no sé dónde. Muerde
un ave la calma que da el aura reina.
Bajo unos perales, una vaca peina
con su sonrosada lengua, la testuz
de otra, que masticas hierba con pajuz.
Frente de una olmeda blanca de palomas
un pruno destila transparentes gomas.
Baten los trigales rúbeos ababoles.
Alcahaces abiertos son de verderoles
los chinescos huertos colmados de nieves
de azahares de luna, como esquilas breves,
donde son badajos de mieles bermejas
millones zumbantes de áticas abejas.
Arde el polvo fino de un recto camino
al pie de una sierra como un torbellino
de piedra. En el agua de un turbio arroyuelo
del sol perseguido y ungido del cielo,
abrevo el sediento y dócil hatajo.
Luego, silencioso, lo pongo debajo
de las sombras móviles de un cañar umbrío...
Soledad de sendas... Clarid de un río...
Llevo hasta mi labio mi fresca siringa:
de armoniosa música la siesta se pringa.
Mas me canso del pagano instrumento.
y echado en el césped, cara al firmamento
que parece un amplio e inflamado horno,
el sueño buscando, la mirada entorno.

...Entre los follajes, a los que se acopla,
el dios Pan. Su grato caramillo sopla...
Rodrigo Borja Oct 2019
Somos los que son difíciles de entender;
somos los que nos quedamos un instante más,
para terminar de sentir los momentos.

Nos detendremos a oler las flores, porque merecen ser apreciadas;
nos detendremos a sentir la luz de la luna, porque es sutil,
pero nosotros la sentimos.

A veces, cuando algo nos duele, nos partimos y hundimos en el fondo;
y nos damos cuenta de lo frágiles que podemos ser,
pero siempre reafirmamos nuestra fortaleza al levantarnos nuevamente.

Somos los que nos tomamos el tiempo de conocer lo que mantiene al otro despierto;
y nos esforzamos por comprender esa respuesta.
Somos los que imaginan vidas llenas de aventuras,
en recíproca compañía.

Los que damos nuestra mejor parte con la intención de hacer las cosas lo mejor que podamos.
Los que peleamos por amar más al otro, hasta perdernos en el “yo más”.

Deseamos vernos convertirnos en nuestra mejor versión, manteniendo el lazo en el proceso. Asegurarnos que siempre se sienta nuestro afecto.
Y saber que en el otro somos un refugio.

Somos una mirada cálida, una voz armoniosa, un tacto suave;
una estructura sensible para que el otro juegue en libertad.
Somos la calma que alguien más busca, en ese en el que buscamos la propia.

Pocas personas pueden sentir como nosotros;
y muy pocas pueden ser sentidas como nosotros,
por ello somos exactamente quienes deberíamos de ser.
Jesús, en aquel tiempo, en tarde hermosa,
fragante y rumorosa,
llegó del lago a la desierta orilla,
y junto a sus discípulos sentado,
bajo el fresco arbolado,
fue ante sus pies amontonando arcilla.

Y empezó a modelar mirlas, zorzales,
palomas y turpiales
y jilgueros con arte peregrino;
y los niños al verlo, abandonaron
sus juegos y llegaron
en torno del artífice divino.

Fariseos ceñudos que del templo
regresaban: «qué ejemplo
das tú», gritaron con acento airado;
¿En sábado trabajas? ¿No comprendes
que al Dios del Cielo ofendes?
El día del Señor has profanado.
Alzó como en un ruego la mirada
hacia la turba airada,
y en voz humilde y de cadencia suave,
voz armoniosa de celeste encanto:
¿Habré pecado tanto?
y el pico terminó de un ave.
Y luego ante la turba que con ira
su indiferencia mira,
y que sigue en redor vociferando,
tres golpes dio en el suelo. Y al instante.
hacia el azul radiante,
se lanzaron los pájaros cantando.
Ha pasado la siesta
y la hora del Poniente se avecina,
y hay ya frescor en esta
costa que el sol del Trópico calcina.
Hay un suave alentar de aura marina
y el Occidente finge una floresta
que una llama de púrpura ilumina.Sobre la arena dejan los cangrejos
la ilegible escritura de sus huellas.
Conchas color de rosa y de reflejos
áureos, caracolillos y fragmentos de estrellas
de mar forman alfombra
sonante al paso en la armoniosa orilla.
Y cuando Venus brilla,
dulce, imperial amor de la divina tarde,
creo que en la onda suena
o son de lira, o canto de sirena.
Y en mi alma otro lucero, como el de Venus, arde.
Un vuelo de palomas va en la tarde serena.
Cabrero, nada calma la pasión amorosa
como el son de una flauta, con música armoniosa,
al rumor de una fuente que entre juncales suena.

¡Oh, ven! Bajo este plátano, después de la faena,
¡cómo la yerba es blanda! Deja a la cabra ociosa
saltar, sorda al cabrito que bala en la fragosa
cima, de frescos tallos y de botones llena.

Yo, con siete carrizos desiguales que he unido
con cera, hice mi flauta, y en el bosque dormido
mi flauta, cuando quiero, ruega, gime o es llanto.

Llegarás de Sileno a aprender la armonía,
y tu queja y suspiros, de la zampoña mía
volarán por los aires en melodioso canto.
Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!

— The End —