Hubo un día
en que no me rompió una persona,
ni un golpe,
ni una ausencia,
ni siquiera la muerte.
Ese día
me rompió un pensamiento.
Era pequeño,
silencioso,
un susurro que pasó entre las costillas
como viento que sabe a despedida.
“¿Y si nada de esto tiene sentido?”
me dijo.
Y no supe responderle.
Me quedé quieto,
como se quedan los relojes
cuando entienden que el tiempo
también es un invento.
Desde ese instante
todo me dolía distinto:
el amor era una duda,
la alegría, una distracción,
y el futuro, una broma mal contada
en un idioma que no hablo.
No lloré.
No grité.
No le conté a nadie.
Sólo caminé por dentro,
como quien se pierde en su propia casa
y no reconoce las paredes
ni las fotos colgadas en la memoria.
Me rompí sin sangre,
sin ruido,
como se rompe un alma que entiende
que su fe estaba alquilada
y su esperanza, vencida.
A veces,
el pensamiento regresa,
como un ladrón que olvidó algo.
Y lo dejo pasar.
Ya no peleo.
Ya no niego.
Ya no huyo.
He aprendido
que no todo lo que te rompe
viene a destruirte.
Algunas grietas
son puertas.
Y algunos dolores
son advertencias disfrazadas de finales.
Ahora,
cuando ese pensamiento regresa,
lo invito a sentarse,
le sirvo café,
y le digo:
—Gracias por mostrarme
que estaba dormido.
Porque entendí
que hay pensamientos que no vienen a matarte,
vienen a señalar el espejo,
y decirte en voz baja:
“Mirá bien… eso que ves, aún puede cambiar.”
Derechos de autor ©️
~Daniii